El fervor de la Esperanza de Triana y la imponente presencia del Cachorro cautivan a Sevilla en sus traslados a la Catedral
Las imágenes trianeras abrieron la jornada de traslados a la Santa Iglesia Catedral, la cual completarán durante la madrugada la Macarena y el Gran Poder
Las imágenes del traslado de la Esperanza de Triana a la Catedral
Sevilla afronta este fin de semana la histórica misión de reafirmar su condición como capital universal de la devoción, en el marco de la clausura del II Congreso Internacional de Hermandades. La ciudad, que late todo el año al ritmo de su incondicional fe, se viste de gala para celebrar un evento único que subraya su papel como epicentro de la religiosidad popular.
En el barrio de Triana, que amaneció engalanado con flores de seda, banderas y balconeras, se respiraba una mezcla de nervios e ilusión desde la mañana de este sábado. La Reina de Triana, la Esperanza, estaba a punto de zarpar hacia el corazón de Sevilla. Horas antes de la salida de Virgen, la primera protagonista de los traslados a la Catedral, la calle Pureza y la plaza del Altozano reunían ya a una gran cantidad de público, señal de que algo grande estaba a punto de pasar.
La Capilla de los Marineros abrió sus puertas diez minutos antes de lo previsto. Toda la calle Pureza se rindió en un aplauso multitudinario. El cortejo que acompañaba a la Dolorosa, conformado por cerca de 1.000 hermanos, avanzaba a buen ritmo, mientras el público aguardaba con ganas el momento de salida. A las 15:20, por fin asomaba la Virgen por el dintel de la capilla y pisaba el suelo de su barrio, de la que es Reina, Madre y Capitana.
La calle era una explosión de fervor, emoción y lágrimas. Las palabras de admiración y los vítores hacia la Virgen de la Esperanza se sucedían uno detrás de otro. La Dolorosa, con su singularidad y belleza que la caracterizan, mostraba su máxima expresión estética al salir engalanada con el manto de los dragones y la saya de las Hermanas Martín Cruz. El exorno floral también se preparó cuidadosamente para la ocasión, destacando la azucena y la flor mariana, por excelencia, símbolo inmemorial de pureza y gracia. Cada detalle parecía conspirar para crear una estampa inolvidable.
La cuadrilla comandada por Juanma López se lució en todo momento, moviendo el palio a los sones de la música, de lado a lado, de atrás hacia delante, uno de los elementos más característicos de esta Virgen. También sacó a relucir su mejor repertorio la banda de música de las Cigarreras. No faltaron en la salida la marcha Esperanza de Triana Coronada o el gran estreno de este año, La Misión de la Esperanza.
Triana se desbordaba de amor, y el barrio entero vibraba como un corazón al unísono. Las aglomeraciones y el popular cangrejeo no impidieron que la Virgen avanzara con normalidad hacia la Plaza del Altozano. Allí, aguardaban cientos de devotos, que tenían sus ojos puestos en el rostro moreno de la Virgen, a la que le acompañaba un escenario único: un sol brillante que anunciaba el atardecer. Todo el público susurró un murmullo cuando empezó a sonar la marcha Siempre la Esperanza, una de las más populares de los últimos años.
Triana estaba en plena catarsis. Y en ese momento, las puertas de la Basílica del Cachorro abrieron sus puertas, del que salió un cortejo más escueto. Minutos después, asomaba el Cristo de la Expiración, que portaba para este acontecimiento las potencias y una corona de espinas. Dichos elementos aportaban un detalle adicional a esta obra maestra del barroco andaluz. La imagen, imponente por su policromía y expresión de rigor mortis, representa a Cristo con la mirada hacia arriba, en busca del último aliento.
El Cachorro, que emergía de su capilla con una solemnidad que congelaba el tiempo, salía acompañado por segunda vez en su historia acompañado por la Banda de la Puebla del Río. Las primeras notas en sonar correspondían a su marcha de Gámez Laserna. La cuadrilla de Ismael Gómez emprendía su recorrido a la Catedral con un ritmo serio, ralentizado al son de la música. En la calle Castilla esperaba un público discreto, que prefirió concentrarse a partir de la Plaza del Altozano.
El cortejo realizó una parada frente a la capilla de la O, hermandad con la que comparte el Viernes Santo. Sonó por primera vez en la historia detrás del Cachorro, desde que la compusiera para Él David Hurtado en 1995, Después de la Madrugá.
Cayó el sol en la ciudad, mientras que las dos hermandades cruzaban el río para abandonar su barrio hacia el centro histórico de Sevilla. Las concentraciones de público fueron significativas a partir de Reyes Católicos. Tanto es así que el cortejo de la Esperanza de Triana permaneció parado durante quince minutos. La Virgen avanzaba según lo permitía la masa de público que se agolpó frente a ella. Era inevitable para muchos retirar sus miradas de su bello rostro. No faltaron marchas como la clásica Soleá, dame la mano, cuyo ritmo seguía cuidadosamente la cuadrilla bajo el palio. Las luces de Navidad del centro de Sevilla permanecieron apagadas para recibir a las sagradas imágenes.
Detrás, progresaba con serenidad el Cristo de la Expiración. El crucificado, uno de los máximos exponentes de la Pasión de Cristo, parecía templar con su majestuosa presencia el frío que empezaba a abrazar la noche sevillana, transformando la brisa en un susurro de recogimiento. El río Guadalquivir, testigo mudo de tantas historias, se convertía una vez más en el puente entre dos mundos.
Mientras la Esperanza de Triana deleitaba con alegría y un desbordante fervor popular, el Cachorro avanzaba con la solemne seriedad de quien lleva sobre sí el peso de la muerte, imponiendo un sobrecogedor silencio entre los presentes.
La Catedral recibió a ambas imágenes con la solemnidad que merece la ocasión. La Esperanza, rodeada de pétalos y aplausos, se alzaba como la viva imagen del fervor popular; el Cachorro, en cambio, imponía con su serena majestad, recordando a todos la trascendencia del misterio que representa.
En esta jornada única, Sevilla se confirmó una vez más como la ciudad donde lo terrenal y lo divino se funden. Es la Sevilla del júbilo de Triana, del imponente silencio del Cachorro, de la luz que no muere en el rostro de la Esperanza y del eco eterno de un río que no deja de contar historias. Y esto, apenas el preludio: en la madrugada del domingo, la Macarena y el Gran Poder escribirán su propia página en este libro de devoción infinita.
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