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El paso de la borrasca Garoé por Sevilla: avisos amarillo y naranja en la provincia

Una espera de bordillo y bocadillo

El público que asiste a los traslados hace del suelo su trono ante la prohibición de la sillita

La Esperanza de Triana vuelve a ser el bocado de autenticidad en una fiesta cada vez más impostada

Así ha sido la petalada a la Esperanza de Triana en la calle Pureza

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La Esperanza de Triana llega a la Plaza del Altozano / Juan Carlos Muñoz

La espera empieza a la hora del aperitivo en el Altozano, la rampa de lanzamiento hacia el universo trianero. Imposible avanzar más allá a las dos de la tarde, cuando aún faltan 60 minutos para que el cortejo de la Esperanza de Triana se ponga en la calle. Los traslados a la Catedral para la procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular (vulgo, magna, por mucho que en San Gregorio se empeñen en enderezar la terminología) adelantan la tendencia bordillera de este acontecimiento. Bordillera no por borde, que también los hay -y muchos-, sino por hacer uso masivo del final del acerado. La prohibición de la silla plegable incita a la utilización privativa y nalguera del espacio público. Las temperaturas primaverales de estos días han borrado cualquier indicio de frío en el pavimento. Algo que agradecen las posaderas de niños, jóvenes y mayores que hacen de la sentada el denominador común de esta larga previa.

Las redes sociales lo evidencian. Desde antes del Ángelus hay gente, mucha gente, en esta plaza que se eleva sobre el antiguo arrabal. Por aquí pasa la dolorosa de la calle Pureza y el crucificado de la calle Castilla, norte y sur del barrio de los barrios, como bien lo ha definido Jesús Rodríguez de Moya en el programa extraordinario editado por Diario de Sevilla para este acontecimiento. A diferencia de la Semana Santa, aquí no se puede recurrir a la memoria para orientarse sobre horarios y recorridos, al no existir precedente cercano. No en lo extraordinario, que de tanto usarlo -como en la mítica canción de la Jurado- se ha marchitado, sino por lo de la magna, a la que en tierra hispalense estábamos poco acostumbrados (hasta este cofradiero diciembre).

Es el tiempo del almuerzo. Mucho público sacia el hambre con avituallamiento doméstico, esto es, bocadillos charcuteros cuyo aroma hace creer que en vez de una procesión se disfruta de un domingo playero. Tortilla de patatas, algún que otro filete empanado -no faltan los nuggets de enseñas de comida rápida- y el chorizo que perfuma el ambiente con ese olor que se mastica. Bordillo y bocadillo, ripio vespertino en este sábado de puente.

Al sol, sobra ropa

Al sol, sobra toda ropa de abrigo. "Mañana llega el frío", vaticina uno de los integrantes del grupo, aficionado a la meteorología. Mientras los augurios de la Aemet se cumplen, el astro rey da de lleno en toda la sien. Llega a molestar. Plumíferos en la mano y botella en la otra. Se agradece la sombra.

Para distraer la espera, aplausos a una próxima novia que, vestida de Papa Noel, atraviesa con la comitiva de amigas el centro del Altozano buscando resquicio donde meterse. Al menos, no cayeron en la tentación de coronar sus cabezas con figuras que reproducen atributos alejados de cualquier espiritualidad religiosa. Debe reconocerse el detalle: Papa Noel está inspirado en San Nicolás, santo con onomástica en el reciente 6 de diciembre.

Respeto a las líneas rojas

El sol aprieta hasta dejar en camisa al respetable. Bien pareciera que es un Domingo de Ramos en el Salvador, aunque aquí la única rampla es la que va del puente a San Jacinto, donde el final de la bulla ni se percibe. En mitad de este cosmos, un matrimonio italiano -su hablar los delata- se abre paso entre el gentío con feos ademanes y a manotazos. Una sevillana los enfrenta aconsejándoles que busquen hueco en la Fontana de Trevi. Los turistas siguen adelante, en su meritorio afán de hacer pasillo donde hasta un alfiler lo tendría complicado. Por cierto, el público a esta hora respeta las líneas rojas pintadas en el suelo.

Cuando el reloj marca las 15:20 el cielo parece desquebrajarse. Como en la hora nona del primer Viernes Santo. La pólvora raya el tópico celeste. La Virgen de la Esperanza ya está en la calle, y aquí, en el Altozano, se aplaude como si se estuviera a pie de la Capilla de los Marineros. "¿Alguien lo dudaba?", refiere un joven mientras mastica el último trozo de bocadillo, que le ha dejado unas cuantas migajas en su barba de hipster. Se refiere este comensal -de papel de aluminio y sonora lata de refresco- a la prohibición municipal del uso de la pirotecnia. Un veto que se olvida en la impaciente espera de ver llegar a la dolorosa más castiza de la ciudad.

El 'Alpe d'Huez' trianero

Los aplausos son los heraldos de su presencia. Todas las miradas se dirigen al final de Pureza, donde los balcones visten de gala, de día grande. Caen pétalos desde las alturas, la cortina que antecede al galeón donde la cerámica y la forja mutaron en bordado y plata. El paso sube su particular Alpe d'Huez hasta la embocadura de San Jacinto. En ese momento, el sol, con sus impetuosos rayos ("la luz con el tiempo dentro", que dijo Juan Ramón), se convierte en el invitado estrella a la fiesta. Todo se ilumina. Desde los dragones del manto al refregaor de la Virgen. En mitad del bullicio, se hace el silencio, sólo quebrado por el sonido de las bambalinas. Suena Siempre la Esperanza. El humo del incienso difumina la escena. Los costaleros andan hacia atrás unos pasos, los suficientes para que el público estalle en aplausos. En ese momento de la digestión, el estómago y el espíritu están más que saciados. Uno con el bocadillo, el otro con esta dosis de naturalidad que contraviene cualquier canon establecido.

La Esperanza de Triana sigue adelante, subiendo su particular puerto de montaña hasta la capillita del Carmen. Se eleva sobre esta bulla que hizo del bordillo su trono de espera. No hay manjar que más alimente que la dolorosa de la mano adelantada. Un bocado de autenticidad. Sin complejos. Ni imposturas. Hambre calmada. Y alma henchida.

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