FÚTBOL
Crisis entre los dos clubes sevillanos

El equilibrio perdido y reencontrado

Jueves Santo

Vivió la ciudad su jornada semanasantera más clásica con el runrún de lo acontecido la noche anterior. Las escenas que se aprecian de madrugada merecen una reflexión sobre cierto tipo de público y ciertos hábitos.

El Señor atado a la Columna sale de la capilla de la Fábrica de Tabacos. / Juan Carlos Vázquez
Texto: Carlos Navarro / Vídeos: A. Ulla, Sevilla

28 de marzo 2013 - 14:35

SON las dos menos cuarto de la madrugada del Jueves Santo. No hay cofradías en la calle. En Cuna hay un joven que ha perdido bruscamente la verticalidad. Está casi yacente. Le sale vómito por la boca. Una joven se arrodilla y le asiste, como en una escena de la piedad castellana. La Plaza del Salvador está cubierta de basura: bolsas de plástico, vasos, envoltorios de todo tipo. Hasta la rampa llegan los desechos. En vez de pasar la Lanzada hace unas horas parece que ha habido un cotillón de fin de años. Pero es Semana Santa. En la calle Alcaicería hay esparcidos cristales astillados de una botella de cerveza de litro. Y lo de la Plaza de la Alfalfa y la calle Benito Pérez Galdós es una perfecta continuación de la ruta anterior. Estremece pensar en qué ambiente hubiera regresado un año más la cofradía de los Panaderos si no llega a ser por el repentino y polémico regreso. Será que no hay mal (gresca) que por bien no venga. Será.

Salida de Las Cigarreras

La Campana no presenta a esas horas una estética mejor que la Plaza del Salvador. Y eso que se trata de lugar por el que paga el público supuestamente más cofradiero. Quien ensucia de manera tan bajuna es que entiende la Semana Santa como un espectáculo. El bocadillo del fútbol, las palomitas del cine, el trago largo tras el partido... Sustituyan los jugadores y los actores por pasos. Espectáculo al fin y al cabo. Y en esa espectacularización de la Semana Santa -tendencia nada nueva- encajan a la perfección los pitos del público de la calle Laraña al cortejo de los Panaderos para censurar su lento regreso a la capilla de la calle Orfila dejando taponada a la Lanzada en Cuna. Se pitó a una cofradía como si fuera un árbitro. La última vez que se oyeron pitos en Semana Santa fue el Lunes Santo de 1999, cuando muchos abonados de la Campana protestaron la llegada de los dirigentes del Consejo al palquillo, enfadados por las nuevas medidas de los asientos, mucho más pequeños. Pero entonces tuvieron el tacto de esperar que se fuera por Sierpes el misterio de Santa Marta. Reprobable la protesta airada de entonces y reprobable igualmente la del Miércoles. Ni al presidente del Consejo se le debió pitar, ni a las cofradías se les pita como si de conductores cabreados en un embotellamiento se tratara. Se trata de comportamientos que están fuera de lugar. Y son un efecto más de una Semana Santa espectacularizada, condicionada por la fe en los dogmas de los partes meteorológicos, por las cuadrillas que funcionan como grupos de presión y por una autoridad eclesiástica que no sabe cómo meter en cintura a las cofradías en ciertos asuntos y que, para colmo, tuvo la ocurrencia de sacar catorce pasos a la calle en plena cuaresma. ¿Estaba o no estaba claro que el horno cofradiero no estaba para bollos? Ayer fue un gran Jueves Santo, pero no nos engañemos: el tema de conversación en las sillas de la carrera oficial y en la de los chinos fue el esperpento de la noche anterior.

La Exaltación por San Ángela

No había que buscar sólo la crónica en la originalidad de los exornos florales de los Negritos, una vez más, ni en la gloria que da ver el misterio de la Exaltación, ni en la fina cornetería cigarrera. El Jueves Santo brillaba a esas horas en los oficios de los conventos como el de San Leandro, con el Santísimo reservado en el retablo de Montañés con pinturas de Pacheco. Puro Jueves Santo, con música de cánticos, con luces de cera, con retablo mayor de carestía, con mantillas y peinas... Nada que ver con la espectacularización, ni con quienes vienen al centro a consumir cofradías, o a tomar las cofradías como coartada perfecta para el ejercicio de otros hábitos.

El Jueves Santo de 2013 fue una oportunidad para reencontrar la Semana Santa de los equilibrios, del mejor clasicismo, la Semana Santa de siempre. Se vieron mantillas, unas mejores que otras. Por fortuna, los claveles rojos parecen definitivamente desterrados. Aunque hay escotes y zapatos de plataforma que guardan poca relación con el traje de luto y gala por excelencia de la sevillana, vestimenta para la asistencia a los oficios. Y también se vio a mucho público desde por la mañana, con grandes colas para entrar en el Salvador (hasta Cerrajería alcanzaba en muchos momentos) y en la Anunciación.

La Quinta Angustia por calle Rioja

El Jueves Santo se metió pronto en la negrura de la noche, iluminado sólo por la cera azul de los nazarenos de la Quinta Angustia, con la música de los motetes y la alegría de una veintena de monaguillos perfectamente organizados por parejas. Pasión salió. Por fin salió. Imponente la estética del Señor, con la túnica bordada, la calavera a sus pies y con el retablo mayor como el mejor dosel nunca imaginado.

Merecía la Semana Santa este Jueves Santo tras dos años nefastos, tras un Domingo de Ramos diezmado, un Martes estrepitoso y un Miércoles desapacible y marcado por la polémica. Aunque en los corrillos de espera de los pasos se hablara de lo que hasta los telediarios se hicieron eco, nada pudo impedir el reencuentro con la Virgen de Montesión con el pañuelo de la Amargura y un exorno floral generoso como los de los años 80, la Virgen de los Ángeles a los sones de Procesión de Semana Santa en Sevilla por la sede del Labradores de Sierpes, el cimbreo recuperado del Señor del Descendimiento, espléndido cortejo del preste; el Valle con su sabor de siempre, cofradía que forma parte del mejor patrimonio de la ciudad, melodías de voces infantiles, o la Virgen de la Merced, por fin, con acompañamiento musical. La llovizna que cayó sobre las diez menos cuarto de la noche no puso en jaque el final de la jornada en ningún momento. Se vieron paraguas en varios lugares por los que pasaban las cofradías, pero no hubo ninguna reacción repentina. No se rompió el equilibrio recuperado.

Montesión en la Cuesta del Rosario

Y sin olvidar a la Centuria, que visitó el Hospital Universitario Virgen Macarena, llevando el colorido, la ilusión y la Esperanza a muchos enfermos. También hubo Jueves Santo en los hospitales, gracias a esos armaos a los que en muchos casos cuesta contener la emoción ante la sonrisa de enfermos adultos y pacientes niños. La mejor Semana Santa sigue existiendo. Sólo hay que buscarla con paciencia. Y ayer se pudo encontrar. Jueves Santo, como siempre. Ni la amenaza de un chubasco nocturno procedente de Portugal estropeó una jornada. Menos mal que nadie se creyó ese riesgo de lluvia. Por eso el día fue como siempre. Y como nunca.

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