En busca del equilibrio perdido en la Semana Santa de Sevilla
Mesa redonda
José Rodríguez de la Borbolla, Joaquín Moeckel y Ricardo Suárez participan en la segunda sesión de los Diálogos Cofradieros organizados por ‘Diario de Sevilla’ y la Fundación Unicaja
La Semana Santa actual en poco se parece a la que conocieron nuestros padres o abuelos. Esta celebración se ha visto marcada por las circunstancias de cada época. De la humildad de la posguerra a la bulla de los 80. De las calles medio vacías de mediados del siglo pasado a la estampida de la Madrugada del año 2000. Y de ahí a la actualidad, con una fiesta de cifras desmesuradas y marcada por la seguridad. La segunda segunda sesión de Diálogos Cofradieros –encuentros organizados por Diario de Sevilla y la Fundación Unicaja– ha reunido este martes a tres participantes que destacan por no andarse con rodeos a la hora de expresar su opinión sobre el estado de esta celebración.
El ex presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla; el abogado y ex hermano mayor del Baratillo, Joaquín Moeckel;y el pintor y escultor Ricardo Suárez han abordado la situación en la que se encuentra la Semana Santa actual en una mesa redonda que ha moderado el subdirector de Diario de Sevilla, Carlos Navarro.
El debate ha arrancado con una pregunta que el moderador dirigió a los tres participantes:¿Se sienten identificados con la Semana Santa actual? El primero en tomar la palabra fue Rodríguez de la Borbolla, quien tras confesar ser un “enamorado” de esta fiesta, reconoció que la celebración “corre el riesgo de perder el equilibrio”. “La Semana Santa siempre ha sabido mantener la medida, en una ciudad que desde antiguo posee un sentido del tiempo y de la importancia de las cosas”, aseveró este reconocido cofrade, hermano del Calvario.
Para Joaquín Moeckel, el problema de la Semana Santa actual no radica tanto en la cantidad de personas que integran los cortejos penitenciales como en “la calidad”. “La gente viene a vestirse de nazareno sin saber muy bien qué es lo que esto significa”, refirió el letrado, quien se mostró partidario de “poner algún freno”. “Yo propuse que quienes se dieran de alta de hermano no salieran de nazareno hasta tener tres años de antigüedad, porque así se demostraba un compromiso con la hermandad y una devoción. De lo contrario, podemos cometer el error de equiparar el hábito penitencial con un traje de flamenca, vaciarlo de contenido y sentido”, aseveró Moeckel.
Ricardo Suárez confesó al inicio de su intervención no sentirse “identificado” con la Semana Santa del siglo XXI. “Desde hace años vivo un autoexilio interior”, afirmó el pintor, para quien esta celebración ha absorbido “lo peor desde el punto de vista social y político”. “Hay candidatos a hermano mayor que desarrollan un programa para contentar a determinados colectivos de las cofradías”, refirió Suárez, quien apremió a las hermandades a recuperar la autoridad: “No se puede contentar a todo el mundo. Grupos como los costaleros no pueden tener más poder de decisión ni la misma importancia que el conjunto de hermanos. Las juntas de gobierno no pueden estar secuestradas por las minorías”.
La necesidad de recuperar el equilibrio en esta fiesta estuvo presente en todo el debate. Mesura que ha de aplicarse en todos los ámbitos. Uno de ellos lo conforman los “protagonismos” de los diversos agentes que actúan en ella. Desde el poder civil al religioso, pasando por los distintos tipos de público que llenan las calles. Desde el que está sentado en la carrera oficial a los que el ex presidente de la Junta denominó como “silletero”, que ocupa la vía pública con su pequeña silla.
En la relación entre las hermandades y el Ayuntamiento, Moeckel se mostró rotundo en una afirmación:“La autonomía de las cofradías no debe llevar a pensar que son las dueñas de las calles, donde debe hacerse un ejercicio de tolerancia entre todos”. “Debemos recordar que con los incidentes acaecidos en la Madrugada del año 2000 nos demostraron que somos muy vulnerables”, puntualizó el abogado del Arenal, quien reconoció que “muchas de las situaciones que se sufren en la actualidad las hemos provocado las cofradías, con cortejos tan largos que obligan a buena parte del público a estar sentado para presenciarlos”.
El hecho de que una celebración cuyos participantes se han multiplicado por mil continúe desarrollándose con el mismo esquema de hace décadas es un problema que tanto las administraciones como las hermandades, a través del Consejo, han de solucionar más pronto que tarde. Ricardo Suárez hizo especial hincapié en ello. “El centro de la ciudad no soporta esa masificación. Hace falta creatividad, aportaciones con las que afrontar este problema. Pero aquí no valen medidas cortoplacistas, pensadas para cuatro años de gobierno y para el autobombo”, defendió.
La ley seca implantada por el gobierno de Espadas tras las estampidas de la Madrugada de 2017 también fue tema de debate. Para Moeckel, que considera “aconsejable” prescindir del alcohol esa jornada, no cree que el origen de los desórdenes se deba a que los bares permanezcan abiertos durante esa noche. Suárez, por el contrario, se mostró partidario de esta medida:“Si hay un desorden, debe ponerse límite. A la gente hay que educarla y decirle cómo comportarse. No pasa nada por cerrar los bares esa noche”. Para este artista, un ejemplo de la autoridad que ha de recuperarse en las cofradías es lo sucedido esta cuaresma en el Santo Ángel:“Estoy a favor del baculazo, pues sacar ese magnífico Cristo sin acatar ninguna norma podría haber creado precedentes muy peligrosos”.
Pese a ser bastante críticos con la situación actual de la Semana Santa, los tres se mostraron optimistas sobre su futuro. “No tiene por qué ir a peor. La Semana Santa actual se ha convertido en algo ostentoso, desmesurado, en una invasión cotidiana de la ciudad”, detalló Rodríguez de la Borbolla. Suárez, por su parte, estima que “las crisis son buenas, siempre se saca algo positivo de ellas”. Para el pintor de la Puerta Real, el futuro de esta fiesta debe pasar “por las aportaciones y la creatividad”. Moeckel considera que la celebración ha de volver a su esencia, a la mesura perdida. “No me gusta una Semana Santa manoseada, con pasos todo el año y siempre presente en los medios de comunicación. Sobra todo. Hasta el dinero”.
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