La elegancia del crepúsculo
Los Servitas
La cofradía queda dividida en dos por culpa de un aguacero en el camino de regreso
No estaba redonda la tarde, como lo demostrarían después los elementos, pero el sol de las tres bastó a la Hermandad de los Servitas para poner su cruz de guía en la calle con puntualidad. Las ganas vencieron a la ciencia, que aventuraba riesgo de lluvia al final de la tarde. La cofradía cumple con el guión, sin prisa pero sin pausa, abandona la plaza de San Marcos y avanza por Bustos Tavera y Doña María Coronel camino del convento de las Hermanas de la Cruz. Las monjas ponen voz y corazón al elegante paso de la Piedad. La Virgen de la Soledad camina con su bello manto de terciopelo. El cielo empieza a encapotarse y las apreturas comienzan a medida que la cofradía se acerca a la carrera oficial. Se teme que el agua desluzca el cortejo y el público toma posiciones en Trajano.
El paso de la Piedad sufre los efectos del viento y el sudario de la cruz se mueve sensiblemente. Un hermano se encarama al paso para ponerlo en su sitio al entrar en el Duque. Las sillas registran un aforo casi completo. Acompañan al paso de la Trinidad un grupo de costaleros, que destacan por vestir costales coloridos. Caen algunas gotas, pero nadie quiere alterar aún la tranquilidad de la tarde. El paso por la carrera oficial transcurre todavía sin sobresaltos, pero la lluvia comienza en el camino de vuelta a casa. En la Alfalfa el aguacero arrecia y la cofradía queda dividida en dos. La Piedad camina aceleradamente hasta la capilla de los Dolores, pero la Soledad tiene más trecho por andar y tiene a mano la Anunciación. El palio se refugia en el templo de Laraña y coincide allí con la otra Soledad. A las diez la Virgen aprovecha un claro para poner fin a un triste epílogo.
Temas relacionados
No hay comentarios