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Los ecos primitivos de la saeta en Semana Santa

Reliquias de la provincia

Alcalá de Guadaíra y Marchena conservan este género en su forma original, sin el revestimiento del flamenco

Su nacimiento se debe a los cantos pasionistas con los que los franciscanos evangelizaban

El Cristo de San Pedro, de Marchena, bajo su peculiar dosel. / Diego Carmona

La saeta no siempre fue flamenca. Es más, su concepción original en poco se asemeja a como ha llegado a nuestros días. Muchas teorías existen sobre sus comienzos. Desde las que la relacionan con las llamadas a la oración de los almuecines de las mezquitas a las que la asocian con la tradición oral de los franciscanos que evangelizaban a través de sus cantos. Una catequesis callejera sobre la Pasión de Cristo –dirigida a una población con altos índices de analfabetismo– que habría conservado sus formas primitivas hasta el siglo XIX, cuando en pleno auge de la burguesía este tipo de expresión decayó al estar mal considerada en las grandes ciudades, por lo que sólo se mantuvo en el ámbito rural.

Después vendría su auge en las voces de los grandes cantaores. Para entonces este género se había revestido de ayes y quejíos. La saeta era dominio ya del flamenco. Nadie la concebía sin este estilo que hoy día goza de prestigio mundial. Sin embargo, en la provincia de Sevilla existen dos municipios que conservan esta tradición oral en su forma antigua, por lo que merecen un capítulo especial en esta serie cuaresmal. Se trata de Alcalá de Guadaíra y Marchena.

A la localidad de los Alcores ya se aludió en la primera edición de Reliquias de la provincia cuando se habló de la Judea, tradición que conserva la Hermandad de Jesús Nazareno y que dura más de un día: desde la mañana del Jueves Santo al mediodía del viernes. Pues bien, este rito es responsable, en buena medida, de la supervivencia de la denominada saeta-pregón, en la que se mencionan los distintos momentos que representa el ceremonial: la burla, el prendimiento, el encuentro del Señor con su Madre en el cerro del Calvario y la muerte de Jesucristo.

La melodía de este cante recuerda a los salmos judíos. En su composición predomina la quintanilla (como el fandango) y la cuarteta (como la soleá) octosílabas. Ahí está el ejemplo de una saeta que hace referencia al prendimiento: Un puente sobre otro puente/ en un amargo camino/ donde se agrupa la gente/ a ver prender el Divino/ y acompañarlo en su muerte.

No cabe duda de que los franciscanos –con gran presencia en Andalucía durante la Contrarreforma– fueron los principales impulsores de esta transmisión oral, que luego pasó al pueblo. Su herencia se percibe en otra localidad con una Semana Santa muy peculiar: Marchena.

La Virgen de la Soledad con el característico palio marchenero. / Diego Carmona

Este municipio de la campiña contó con dos conventos franciscanos. El que se fundó en 1420 a las afueras de la villa y el que se creó en 1530 en el centro urbano. Su huella se mantiene viva en el cante tradicional cuando llegan los días de la Pasión: la saeta marchenera, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII. Pero si a la mencionada orden se debe su nacimiento, la labor por mantenerla se le ha de reconocer a las hermandades de la localidad. Una conservación en la que también ha tenido gran responsabilidad la Escuela de Saetas fundada a mediados de los 80 por Roberto Narváez, quien ocupaba entonces el cargo de hermano mayor de la Humildad y Paciencia.

Es tal la riqueza de este género en Marchena, que de él existen diez variedades, en función (la mayoría de ellas) de la cofradía a la que están dedicadas. Las más antiguas son la Quintay la Sexta delCristo de San Pedro (crucificado con dosel). El nombre obedece al número de versos que la componen. Su escueta melodía recuerda a los cantos árabes. En ella se habla del padecimiento de Cristo en la cruz: Desnegrido y afeado/ causa dolor el verle/ su cuerpo todo llagado/ llena de espinas su frente/ su rostro acardenalado.

Le sigue la Cuarta de Jesús Nazareno, del siglo XVIII. También de escasa melodía, antiguamente se cantaba de forma correlativa para narrar la Pasión completa de Cristo. El nombre de Cuarta lo recibe, de igual modo, la saeta dedicada al Dulce Nombre de Jesús (uno de los pocos Niños Jesús pasionistas que se mantienen en la Semana Santa andaluza). A diferencia de las anteriores, su letra se inspira en los pasajes de la infancia de Cristo. Idéntica denominación tiene la saeta al Señor de la Humildad y Paciencia (valiosa imagen del siglo XVI). Aunque está constituida por cuatro versos, al ser cantada es de cinco, pues se repite el tercero. Guarda ya cierta distancia melódica con las anteriores. Se trata de un cante decimonónico, más elaborado en su interpretación.

La guardia romana de la Hermandad de la Humildad y Paciencia, de Marchena. / Diego Carmona

Pero si hay una cofradía en Marchena que atesore un gran patrimonio musical, ésa es la Soledad. Aquí se puede hablar de tres géneros distintos: las Carceleras, que cantaban los presos de la antigua prisión de este municipio en el siglo XIX y en las que ya se advierte cierto aire flamenco; las Moleeras, que el pueblo interpreta al final del recorrido, cuando ya está “molido”, de ahí su nombre; y las Cernicaleras, en alusión al tipo de ave que revolotea en las alturas del templo (el Castillo de la Mota).

Como curiosidad, cuando la noche del Sábado Santo da paso al Domingo de Pascua, el palio de la Dolorosa –realizado por completo en orfebrería– se queda detenido delante de la iglesia mientras los marcheneros cantan saetas, un rito que se prolonga hasta altas horas de la madrugada y en el que este municipio hace ostentación de conservar una de las reliquias sonoras más importantes de la Semana Santa. Y es que la saeta es mucho más que flamenco.

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