Doce horas de peregrinar con la Virgen de las Angustias y el Pueblo Gitano
La Virgen de las Angustias entró en su templo en torno a las 4:20 de la madrugada tras más de doce horas en la calle
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Como las buenas saetas, como las reuniones que acaban en palmas y en aguardientes, como lo que perdura en los adentros: breve pero intenso. Si pasean en estas horas por las calles de Sevilla aún alcanzarán a percibir la pureza infinita de los nardos, que dejaban a su paso una atmósfera de inocencias y felicidades. Jornada pletórica la que nos regaló la Virgen de las Angustias, que por derecho propio ocupa un lugar innegociable en el corazón de los sevillanos.
Con cierto adelanto sobre el horario establecido se abrieron las puertas del Santuario de Los Gitanos, de cuyas profundidades emergió un reguero de identidades difícilmente igualable por su personalidad y su significado. Desde Tarragona, Calpe, Málaga, Jerez... Desde cualquier parte del mundo, en suma, con el cielo y la tierra por bandera y con la dolorosa de San Román como faro y puerto. Mañana será otro día.
Un sol cálido e inmisericorde se abalanzó sin reparos sobre la malla y el rostro sazonado de la Virgen, a la que le encajan bien todas las luces del universo. De la aurora, de la tarde, del mediodía, de la noche... Pasaban las cuatro de la tarde y las Angustias, a compás abierto y casi a paso de mudá, inició su peregrinar por las calles de la ciudad junto a los gitanos del mundo. Tan solo un grupo de cámara y un coro de cantos litúrgicos desgarraba la simetría sonora de las bambalinas de este paso de palio que es un monumento en sí mismo. Si le sumamos la mantilla y el azul pavo...
El centro comenzó a animarse alrededor de las seis de la tarde, cuando ya el cortejo ocupaba el entorno de la calle Francos y la Cuesta del Rosario. Algún turista despistado intentaba explicarse aquel fenómeno. ¿Cómo se interpreta, cómo se digiere el ver por primera vez en tu vida el palio de las Angustias? ¿Quién podrá siquiera alguna vez transmitirle al foráneo la excepcionalidad de aquel encuentro? Sonaban las campanas de la Giralda y las voces de Macanita, de Joana Jiménez o de José Valencia aclaraban sus timbres a la espera de la Virgen. Siete menos cuarto. El Pueblo Gitano en la Catedral de Sevilla cantando y proclamando su fe para toda la cristiandad. Y su espejo, la Virgen.
Un regreso apoteósico
Como por arte de magia, como si se hubiera diluido en las alturas catedralicias, todo aquel cortejo se fusionó definitivamente en uno solo sobre las diez y media de la noche. Cruz alzada, ciriales y varas. Y el pueblo, la muchedumbre, la ebullición de una esquina doblada por seis cuerpos de plata, que como juncos de luz anunciaban la llegada de la Virgen de las Angustias, convertida ya en noche y en anticipo de madrugada. Sonado fue el aplauso para la Agrupación de Los Gitanos, que interpretó varias composiciones (entre ellas el Gelem Gelem) tras la dolorosa a su paso por el andén. En la calle Tetuán, un auténtico hervidero pasto de bullas y apreturas, el palio terminó de asentarse y todo se consagró al disfrute.
No cabía un alfiler ni en la Plaza de la Campana ni Martín Villa, escenario donde la cuadrilla de Juanma Martín -que comandaba las andas en aquel momento- protagonizó una chicotá memorable desde la desembocadura de O'Donnell hasta casi pasado el cruce con Santa María de Gracia. La Saeta, Nazareno y Gitano... Se respondió con un atronador aplauso que alcanzó las orillas de la Encarnación. La candelería abierta y fundida dejaba ver, aún con más claridad, el perfil de pena ahogada de la Virgen de las Angustias, a quien ya no le queda más por llorar, quien nos invita a preguntarle qué le pasa, quien agita nuestra incertidumbre y nos invita a desvelar la pátina inmensa de sus párpados.
Pasada la Plaza de San Pedro, ya marcando el reloj el abismo de las dos de la madrugada, la cofradierísima Doña María Coronel se vistió de primavera para arropar las guirnaldas floreadas de las caídas, que joviales e intensas marcaba el devenir de un tiempo sin nombre. Sepulcral silencio durante el solo de A ti, Manué en la vuelta a la calle Gerona buscando Los Terceros, uno de los momentos más hermosos de aquella madrugada ya rota y desvencijada.
Las pieles encaladas de la calle Sol -ya actuando la cuadrilla del palio- se estrechaban más y más por entre los varales y las jarras, y una petalada recibió a la Virgen de las Angustias en el mar de San Román, por cuyas orillas se agolpaban los de ahora y los de siempre. Se abrieron las puertas de la parroquia y volvió a sonar La Saeta en los aleros de un barrio que añoraba por momento épocas pasadas. Se rezó y se contuvieron los alientos. Hubo de arriarse el paso por la lesión de un costalero, al que desde aquí enviamos la recuperación más pronta posible. Rondaban las manecillas las tres y media de la mañana y, con el arrorró en los adentros y una bulla de primer orden, se dirigió la Virgen de Los Gitanos por la tan suya Matahacas y Valle. Las Nieves -que respondió con coraje y profesionalidad- cerró la cruceta con los Campanilleros y el Himno Internacional Gitano. Las cuatro y veinte. Con el cerrojazo del Santuario se nos encarnaron ciertos versos de Lorca, que ayer se hizo palabra en la Virgen de las Angustias: La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos...
Quién sabe si la ciudad dormía o despertaba. No hay tiempo cuando pasan Los Gitanos.
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