Cuando todo cabe en un día
Domingo de ramos
No deben querer ni a su ciudad ni a la Semana Santa quienes convierten en un vergonzante basurero a media tarde calles como Laraña o Imagen
LA misma ciudad que vilipendia a las autoridades por el adefesio de la Plaza de la Encarnación, que se rasga las vestiduras por la transformación urbanística del casco antiguo, que se lleva las manos a la cabeza por el escandaloso desvío de fondos por una obra faraónica, que llora la desaparición de la Sevilla en sepia y que asegura amar su casco urbano como a un hijo, debe ser la misma ciudad, no puede ser de otra manera, que ayer tenía convertido en un estercolero las calles Imagen y Laraña y la misma Plaza de la Encarnación. No, no era de noche. No se había celebrado ninguna botellona, ninguna fiesta de la primavera, ni nada por el estilo. Eran las seis y media de la tarde de un Domingo de Ramos. Había pasado la Cena con su barco eucarístico y llegaba animosa la cofradía de San Roque. Los alcorques de los árboles que escoltan la vieja Universidad eran basureros, auténticos basureros. Y la calle estaba sucia como si se tratara de la vía trasera de una gran avenida la mañana del primero de enero. Si a una ciudad se la conoce en los bares, en los mercados de abasto y en los cementerios, aquí no nos sale la cuenta de tanta belleza pregonada y tanta mugre esparcida en una jornada litúrgicamente espléndida. Sublime contradicción, reveladora hipocresía. El adefesio lo montamos entre todos cuando ya no hace falta ni esperar a los gallos de la noche. No sabemos, no podemos o no queremos. Si el personal quisiera de verdad esta decadente Semana Santa, si la amara tanto como la pregona, si le doliera su ciudad, su escenario urbano, no se verían las estampas de degradación que más veces de la deseada se pudieron apreciar desde muy temprano.
Quizás todo se deba a que hubo mucha gente en la calle. Muchísima. Y la masificación justificaría todo tipo de comportamientos. Como el calor, que relaja las formas y convierte al público en jugadores de baloncesto con las axilas sudorosas al aire en la Plaza Nueva al paso de la Paz. La Virgen se fue a paso de mudá por Tetuán a los sones de Virgen de los Negritos. Ahí, justo ahí, es cuando se da cuenta uno de que en el Domingo de Ramos todo cabe en un día: la delicia, la basura, el olor a clavel, el cateto de playa con las gafas alzadas en la frente, el pelopincho, la exquisita chicotá del misterio de la Amargura por una calle Feria donde se hace el silencio cuando llega el Señor Despreciado, el balcón perfectamente engalanado, el chulo de balcón con el plato de caña de lomo asomando en señal de poderío cual caballista en la Feria, la gorda devorando las pipas a la espera de una cofradía (¡qué forma de rumiar!), el viejo cofrade que busca a Dios a solas sin molestar absolutamente a nadie, etcétera. Todo cabe. Cima y sima, cielo y sótanos. Todo en la misma fiesta.
En los bares no sólo desaparecen las tapas estos días, sino que en algunos la lumbre no se enciende hasta los días de pascua. "Lo único que tenemos caliente son los montaditos". Aceptamos el montadito como tapa caliente, como aceptamos la ballena como animal de compañía.
Lo de la tribuna de sillas en el Metropol Parasol resultó un camelo. No estaban colocadas en la escalinata central, tal como se anunció a bombo y platillo a mayor honor y gloria del alcalde, sino a ras de suelo, a pleno sol. Al paso de la Virgen de Gracia y Esperanza tan sólo había una veintena de personas, algunas comiendo helado. Por no decir devorando. Allí no había humano que aguantara las altas temperaturas al ser aquello lo más parecido al tendido de sol de una plaza de toros. Ni turistas de distinguidos hoteles, ni personas de movilidad reducida. Cuatro gatos en una sillas más propias de una pista de tenis.
Por fortuna, cuando se hace la noche las axilas tienden a cubrirse. El manto nocturno casi todo lo envuelve. Y es verdad que el sudor se nota menos. Aunque algunos no se tapan los calzoncillos ni cuando están cangrejeando delante de un paso. Tanta estética de flor y bordado para que luego llegue el tío del calzoncillo a la vista y acabe con el quiosco. Debe ser verdad eso de que nada de la sociedad actual es ajeno para el mundo de las cofradías.
Las sillitas plegables no están ni mucho menos en desuso. Con tanta gente ayer en la calle desde por la mañana ocurrió lo previsible: proliferaron en muchísimas calles, aunque es verdad que las más próximas a la carrera oficial están más vigiladas para no permitir su uso. Se produjeron los habituales enfrentamientos entre quienes quieren pasar y quienes defienden su posición cual pívot de baloncesto. En la calle Feria se vivió un momento muy desagradable entre un padre de familia obcecado en no levantarse y un cofrade trianero de patillas hacheras. No llegaron a las manos de puro milagro.
A los bares se les sigue sospechosamente estropeando los servicios, sobre todo los de señoras. Debe ser digno de un estudio. Porque la cosa alcanza ya las cotas de fenómeno paranormal. Es llegar el Domingo de Ramos y los retretes y cisternas dejan de funcionar. Llega el tío de la tiza: averiado. Y aquí paz y después, la gloria misma. Los veladores desaparecen, pero eso tiene su lógica, porque la ordenanza prohíbe o limita su instalación en las vías de evacuación. Aun así, siempre hay hosteleros que encuentran una solución, como la que se aprecia en un negocio próximo a la calle Lagar que usó los contenedores cercanos como mesas altas. Si nunca han visto un contenedor de basuras con un mantel de papel en lo alto, aún tienen varios días para no perderse esta maniobra de ingeniería hostelera. El sabor de una media ración encima de semejante soporte no lo mejoran ni los más altos cocineros.
Este Domingo de Ramos se ha reducido el número de abrevaderos organizados en locales hasta de la carrera oficial. Será cuestión de la crisis. Hay coincidencia en que la mayor cantidad de público de ayer se debió a varios factores. Entre ellos, que el domingo había certeza de buen tiempo. Y a partir del martes, la cosa no está ni mucho menos clara. La crisis, cómo no, invita a quedarse en casa. El buen tiempo, invita a salir. Y el anuncio de mal tiempo, invita a no viajar a la playa. Resultado: ver cofradías como sea, o consumir cofradías, que no es lo mismo. Unos se deleitan en privado, viven la calle, disfrutan de la ciudad, pero todo interiormente. Otros comen pipas, meriendan encima de un contenedor y ensucian su ciudad. Cabe todo. Cima y sima. Que venga Lipasam.
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