El día de la Virgen de los Reyes en los libros y la literatura
Literatura
Varios poetas han escrito textos acerca del 15 de agosto y la devoción sevillana a su patrona
Entre ellos, Romero Murube o Juan Sierra, que dedicaron su ingenio al día de la Virgen
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No es solo la procesión en sí: su liturgia, su significado y su trascendencia devocional. Son infinitos los factores que confluyen en la atmósfera total del 15 de agosto y su amanecer, instante en que la Virgen de los Reyes se fusiona al completo con el pueblo sevillano, que la hace suya y le devuelve las gracias y los alivios. En ese todo sugerente, en el fugaz discurrir por su itinerario y en la evolución de la luz temprana se suceden, de manera concatenada, infinitos pasajes y paisajes que inspiran a todo aquel que se acerca.
La procesión de la Virgen de los Reyes, en definitiva, siempre ha abrigado ese encanto de lo sincero y auténtico, de la franqueza sin artificios y de la arqueología devocional de un pueblo. Es la fisonomía de su paso al raso del día recién nacido, el color parduzco y trigueño que adquiere el rostro de la Virgen, el nervio garboso de los nardos en las esquinas. El Niño que juega con la sonrisa de los sevillanos, el cromatismo de las casullas, los bordados de otros siglos, el aroma caliente de los puestos y hasta la soledad de la ciudad al mediodía cuando todo ya se convierte en todo un espejismo.
Y este compendio de circunstancias ofrecen motivos de inspiración a cualquier autor con un mínimo de sensibilidad y conocimiento al respecto de este culto. Son varios los poetas locales que, a lo largo sobre todo del siglo XX, han recogido en sus respectivas obras creativas la mañana del 15 de agosto y el impacto puro de la sola presencia de la patrona en las calles. Un caso paradigmático es Juan Sierra, que a través de sus soberbias décimas condensó el espíritu llano de la procesión de la Virgen. Además, lo cultivó en diferentes etapas de su vida.
Ya en el año 1934, en su poemario María Santísima -el primero que publica- recoge una décima dedicada a la Virgen de los Reyes, cuyo verso "maciza espiga enjoyada" ha pasado a los anales como una de las descripciones más certeras y elocuentes de la imagen. Dice así esta obra: Maciza espiga enjoyada/ del sol y de pedrería;/ soberana de alegría,/ promesa en blanco bordada./ Vieja fe, rica almohada/ del corazón de Sevilla./ Ladera que alumbra y trilla/ esa pura serenata/ de fervor que se dilata/ en tu Majestad sencilla.
Casi cuarenta años después, en uno de sus últimos poemarios, Álamo y cedro (1982), Juan Sierra regresa a la procesión de la Virgen y le dedica un ramillete de tres décimas más, de las que reproducimos íntegramente la última de ellas: Sepultado estoy, Señora/ de tanto agosto cercano./ En la tumba del verano/ hay un silencio que llora/. Beba mi alma esta hora/ en la talla de tu arcilla./ Con tu realeza amarilla/ levántala poco a poco/ y haz que cese el gran sofoco/ de este vivir que me humilla".
El día de la Virgen según Romero Murube
Otro de los más celebrados autores que recogieron la procesión de la Virgen fue Joaquín Romero Murube. El escritor palaciego apunta en su libro Pueblo lejano, felizmente recuperado por Athenaica hace ya un lustro, el periplo que él mismo y toda su familia realizaban en las vísperas del 15 de agosto, puesto que viajaban desde su pueblo natal (Los Palacios) exclusivamente para la procesión de la Virgen. Pueblo lejano es uno de esos raros ejemplos que, junto a Ocnos de Cernuda, componen la prosa del grupo del 27.
La noche anterior a la procesión pernoctaban en San Lorenzo, en casa de una de sus familiares, y así narraba Murube el amanecer del día de la Asunción por el entorno de la Catedral: "Todo nos sobrecogía. La aglomeración humana adquiría limites increíbles, ¿Cuántas gente había en Sevilla? Todo el mundo llevaba en la cara y en finos la esperanza de una felicidad celeste. Todo el mundo invadido por una prisa gozosa. ¡Ver la Virgen! Daban las ocho en la plaza de oro. Se producía un silencio total. Oíamos hasta el paso de la brisa mañanera. Toda la catedral, al sol, era retablo. ¡Allí estaba la Virgen! Sí, sentada como en visita en su sillón de oro. Allí estaba sonriente, mecida con suavidad humana, con el niño de Dios, su hijo, sobre las faldas...
Prosigue: "Tía Modesta lloraba: lloraba todo el mundo con una alegría de piropo, confianza y oración muda. El niño de Dios parecía un gitanillo de los campos. Se reía con cara de travieso y quería escaparse de los brazos de la Señora para jugar con todos los niños de Sevilla [...] El mundo, las personas, nosotros los pequeños, todos éramos más buenos desde aquel día. Dentro del alma, con los besos de mi madre, con las lágrimas de tía Modesta, con la felicidad de la muchedumbre unánime, con el repique de la Giralda, se formaba una intimidad indefinible de esencia honda de Sevilla, una confianza celestial que nos acompañaría ya toda la vida, que nos salvará en la muerte... ¡Veníamos a Sevilla el quince de agosto a ver salir la Virgen de los Reyes!". Una auténtica delicia.
No menos desdeñable es el artículo que Antonio Burgos (publicado en 1991) dedicó a la zapatera que le confeccionó los nuevos zapatitos al Niño, o el poema que el escritor pacense Manuel García Romero le escribió a la Virgen. En definitiva, una procesión que aglutina esa virtud tan buscada por los escritores y que solo se alcanza en la depuración y en el tiempo: la sencillez. Como sencillo es el 15 de agosto por la mañana.
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