Los devotos de la Virgen de los Reyes que hicieron historia
15 de agosto
Desde Fernando III a Santa Ángela de la Cruz, muchas personalidades se han postrado ante la devoción más antigua de Sevilla
La devoción a la Virgen de los Reyes es la más antigua de Sevilla que ha llegado a nuestros días. Desde 1248, cuando se produjo la Reconquista cristiana de la ciudad a manos de las huestes del Rey Santo, han transcurrido casi ocho siglos en los que personalidades de distintos ámbitos y procedencias se han postrado ante la Patrona hispalense como símbolo del fervor que le han profesado en vida.
Esta devoción se inicia con Fernando III de Castilla. Es el rey que encarga su talla y que, según la leyenda, acabaron realizándola tres ángeles en la Torre de los Herberos, en el que es hoy término municipal de Dos Hermanas. Aunque no debe olvidarse la teoría -con mucha más veracidad- de que fuera un regalo de su primo Luis IX, rey de Francia.
Fue la que más se ajustaba a la imagen que protagonizó sus sueños en el campamento de Tablada. Las anteriores las había rechazado y, siguiendo con esta tesis, son las que se encuentran actualmente en la parroquia de San Ildefonso -ostentado el patronazgo sobre el gremio de los sastres, además de titular de la corporación de gloria que hunde sus raíces en la Reconquista- y en el Salvador (la Virgen de las Aguas, que en la década pasada salió en procesión junto a la imagen de San Fernando el 30 de mayo, onomástica del conquistador).
La Virgen y San Fernando
En uno de los últimos libros escritos por el sacerdote Carlos Ros antes de su muerte, titulado Virgen de los Reyes y Fernando III el Santo, este prolífico autor literario detalla cómo se produjo la entrada del monarca castellano en aquella ciudad musulmana: "Más que una marcha triunfal guerrera, aquella entrada en la ciudad de la Sevilla moruna, de estrechas y tortuosas calles, parecía una devota procesión presidida por la sagrada imagen de la Virgen de los Reyes, llevada en un magnífico carro triunfal".
Ferviente devoto mariano -quien en muchos de los territorios conquistados mandó levantar parroquias dedicadas a la Asunción de la Virgen, día en que sale en procesión la Patrona sevillana-, expresó su deseo de que, acabada esta vida terrenal, sus restos reposaran a los pies de la imagen que lo había guiado en la toma de la antigua Isbilya.
Y así lo cumplió su hijo Alfonso X el Sabio, quien mandó construir la antigua Capilla Real (sustituida por la actual) y trasladar desde el Alcázar al templo metropolitano a la Virgen de los Reyes, que desde entonces ocupa tan emblemático lugar. Dicho monarca -autor de las famosas Cántigas de Santa María- también destacó por su devoción a este sagrado icono. Sus restos descansan en un lateral de la Capilla Real, frente a los de su madre, Beatriz de Suabia. En el centro, a los pies de la Virgen de los Reyes, lo hace el Rey Santo, en la fabulosa urna de plata labrada por Juan Laureano de Pina en pleno Barroco.
Desde sus orígenes, la relación de la Virgen de los Reyes con la monarquía española ha sido una constante. Isabel la Católica donó joyas y mantos a esta imagen y fue responsable, en gran medida, de que su devoción llegara al Nuevo Mundo tras el Descubrimiento de América, cuando Sevilla se convirtió en puerto y puerta de Indias. La imagen mariana quedó plasmada en aquellas tierras a través de lienzos como el que reproduce el cartel que anuncia el 15 de agosto de este año, cuyo original se encuentra en la sede del Tribunal Constitucional en Lima (Perú).
La reina más castiza
De todas los regalos reales, los más valiosos que han llegado a nuestros días son los que procedían de la monarca más castiza que ha tenido España, Isabel II, otra gran devota de la Patrona de Sevilla en la convulsa centuria decimonónica. De su ajuar proceden dos de los mantos de salida más importantes: el verde (considerado el mejor de todos) y el blanco (el de castillos y leones). Ambos fueron bordados en diferentes estilos por las hermanas Margarita y Rosa Gilart Jiménez, mallorquinas que se habían convertido en referentes de este noble oficio en la villa y corte de Madrid.
Un estudio de Juan Calamardo Murat, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, describe el momento en que estas bordadoras hicieron entrega del manto verde que la Patrona ha lucido en los días de novena: "El 21 de junio de 1853, Rosa y Margarita Gilart fueron recibidas en una audiencia en el Palacio Real de Aranjuez por Isabel II y Francisco de Asís de Borbón, con objeto de presentar el traje y el manto que habían bordado para Nuestra Señora de los Reyes, patrona de la ciudad de Sevilla. Se trataba de un manto de terciopelo verde salpicado de grandes flores de oro, y con una guarnición tan bien concebida y ejecutada,
que no puede darse de ella una idea, ni puede describirse para que se comprenda bien el efecto que produce su vista, mientras que el vestido era de raso blanco, y de la misma tela son las demás prendas, sobre cuyo fondo se destaca el oro, produciendo el efecto más sorprendente. Debido a la belleza de los bordados realizados en estas piezas, los periódicos de toda España se deshicieron en halagos hacia las mallorquinas, pudiendo asegurarse que no cabe más perfección, ni mayor primor en un trabajo de esta naturaleza". La ofrenda se hizo efectiva el 11 de agosto de 1853, cuando el Duque de Montpensier, en nombre de la reina, entregó el vestido y el manto a los capellanes de la Capilla Real.
La devoción de la nobleza
Precisamente los Duques de Montpensier -la denominada corte chica de Sevilla- van a protagonizar (dentro de su afán por acrecentar las tradiciones andaluzas) otra muestra de devoción a la Virgen de los Reyes, materializada, de igual modo, en una prenda de gran valor: el manto rojo que la infanta María Luisa Fernanda de Borbón -a quien se debe el histórico parque sevillano que lleva su nombre- regaló a la Patrona como muestra de agradecimiento tras el complicado parto de su hija Amalia. Pero a nadie debe escapar que tras este gesto se encuentran los intentos del duque Antonio de Orleans por rivalizar en protagonismo a su cuñada, la reina, que se había ganado el cariño de los sevillanos al regalar los mantos verde y blanco. Su eterno instigador -y padre de la mítica María de las Mercedes- no podía quedarse atrás, de ahí que donara esta valiosa pieza que contiene bordados barrocos.
Lo cierto es que se inicia, así, una relación de la nobleza sevillana con la imagen fernandina, que quedó patente también en los otros dos mantos que completan el juego que alterna cada año la Virgen de los Reyes en su salida procesional. De esta forma, en 1904, con motivo de la coronación canónica de la patrona, la condesa de Casa Galindo costea el fastuoso manto celeste que salió del taller de Olmo con diseño de Herminia Álvarez Udell y que se encuentra inspirado en el que aún posee la Virgen del Rosario de la parroquia de la Magdalena, titular letífica de la Hermandad de Montserrat. Una prenda que será la que luzca este atípico 15 de agosto. Por su parte, la duquesa de Osuna haría lo propio en 1929, cuando, al coincidir con el Congreso Mariano de 1929 (año de la Exposición Iberoamericana), se estrena el manto salmón que bordaron las Hermanas de la Cruz.
Las hermanas de la Cruz
Precisamente esta orden ha quedado vinculada a la historia más reciente de la Virgen de los Reyes. Su fundadora, Santa Ángela de la Cruz -aquella humilde zapatera, hoy elevada a los altares-, le profesó desde pequeña gran devoción a la Patrona y no resulta descartable que asumiera la labor que en 1906 le fue encomendada a su compañía, que ya por entonces se había ganado el cariño y respeto de todos los sevillanos (con independencia de su ideología): ser camareras de la Virgen. Este privilegiado servicio surgió a propuesta del capellán real José Rodríguez Soto, tercer padre espiritual de la orden y quien realizaba tal labor con la referida infanta María Luisa de Borbón. El canónigo pretendía, de este modo, que al icono mariano y al Divino Infante "sólo lo tocaran manos virginales".
No podemos pasar por alto en las últimas décadas del siglo XX y las primeras de la actual centuria la devoción hacia la patrona que han seguido manteniendo importantes personajes vinculados a Sevilla. La última representante de la monarquía en hacerlo fue la condesa de Barcelona y abuela del actual Rey Felipe VI, María de las Mercedes de Borbón, quien pasó su infancia en la capital andaluza en un palacete que recibía el nombre de Virgen de los Reyes. Medalla de la ciudad (concedida en plenos fastos del 92), se le pudo ver en más de una ocasión en la Capilla Real, rezándole a la imagen a la que tanto imploró en su exilio durante la República y la dictadura franquista.
Y en esta relación de nombres no podían faltar la de los cardenales que fueron testigos y partícipes de las grandes celebraciones que han tenido a la Virgen de los Reyes como principal protagonista. Así, para la coronación de 1904 hay que destacar al beato Marcelo Spínola, quien inició los trámites para dicho reconocimiento a finales del siglo XIX, y al cardenal María Sancha y Hervás, arzobispo de Toledo y Primado de España, que le colocó la maravillosa presea que luce cada 15 de agosto. Por tanto, fue la primera imagen mariana de Sevilla en ser coronada y la única, hasta ahora, a quien ha coronado un purpurado de otra diócesis. También destacó por su devoción a la Virgen de los Reyes el cardenal Segura y Sáenz, quien la nombró como Patrona de Sevilla y la archidiócesis en junio de 1946 tras el beneplácito del Papa Pío XII. El arzobispo que le echó un pulso al mismo Franco y de moral ultraconservadora propuso crear en cada parroquia una asociación dedicada a la Virgen de los Reyes para mantener y extender aún más su devoción.
Esta relación con la curia eclesiástica se ha mantenido hasta nuestros días en las personas del cardenal Carlos Amigo Vallejo y el actual arzobispo, monseñor Juan José Asenjo, quien ha regresado de su localidad natal, Sigüenza, para estar presente en la novena de la Virgen de los Reyes, en un año marcado por el Covid que privará a los sevillanos -el principal pilar de esta devoción antiquísima- de presenciar la imagen que mandó tallar San Fernando y que ha salvado a la ciudad de numerosas pandemias en estos ocho siglos.
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