Una devoción muy viva 200 años después
El Rocío de Triana celebró sus 200 años en una jornada histórica. En su multitudinario regreso visitó el Ayuntamiento para recoger la Medalla de la Ciudad.
La Avenida se hizo Raya y el Ayuntamiento ermita para recibir a la bicentenaria Hermandad del Rocío de Triana. Porque doscientos años no se cumplen todos los días, la ciudad vistió sus mejores galas para honrar el cumpleaños de la corporación rociera. La Catedral ha cobijado su Simpecado durante una semana para celebrar un triduo extraordinario y una solemnísima misa estacional presidida por el cardenal Amigo Vallejo, y el alcalde, Juan Ignacio Zoido, recibió a la carreta de plata a las puertas del Consistorio para imponerle la Medalla de la Ciudad por los doscientos años de peregrinación y su labor social. No hubo arenas, ni noches al relente, ni paso por el Vado del Quema. Fue un camino de asfalto, urbano. Pero los que no faltaron fueron los miles de sevillanos que acompañaron a su Simpecado hasta que se recogió en su capilla ya entrada la madrugada.
Mucha gente se había citado en la Plaza Virgen de los Reyes para acompañar al Simpecado en su triunfal regreso a Triana. Una masa que abarrotó las calles del centro y llevó en volandas la carreta. A muchos, el traslado les cogió por sorpresa. Un sábado por la tarde en el centro es normal toparse con despedidas de solteros, con grupos que van o vienen y con guiris despistados, mapa en mano; pero no siempre se encuentra uno con una estampa rociera como la que se vivió ayer. "Esto para mí es como la Semana Santa para ti", le explicaba una joven a su acompañante.
La salida de la Catedral se hizo esperar. Tal vez para espantar ese mínimo riesgo de lluvia que había hasta las seis de la tarde. Los momentos más intensos, amén de los que se vivieron en el barrio, tuvieron lugar en el Ayuntamiento. Allí, un grupo de jóvenes del Proyecto Rebeca -nunca habrá suficientes calificativos para elogiar esta acción social de la hermandad- aguardaban a su Simpecado en un lugar privilegiado. Los tamborileros entonaron el famoso Te saludamos Blanca Paloma. "Aquí estamos otra vez..." respondieron las personas que aguardaban. Sonaron los cohetes. Llegó el Simpecado a los sones de la Oliva de Salteras que alternaba marchas con pasodobles.
Frente al Ayuntamiento. Allí se plantaron los bueyes, que por cierto han tenido una estancia de lujo en los corrales de la Maestranza. Ahora es el coro el que canta: "Aquí estamos otra vez...", como en el año 1995 cuando el Simpecado fue a la Catedral por el Pregón de las Glorias y también visitó el Ayuntamiento. Es el momento de los discursos. Primero el del hermano mayor, Ángel Rivas: "Quiero agradecer al Ayuntamiento la acogida dispensada y el Pleno que nos concediera la Medalla. Gracias por haber entendido que la devoción a la Virgen del Rocío en Sevilla está por encima de las hermandades. Cuando crucemos el puente nos espera un barrio volcado con su hermandad y Simpecado, que hace que podamos tener siempre presenta a la Virgen del Rocío los 365 días". "Hoy Sevilla quiere reconocer los 200 años de peregrinación de Triana, desde que dos vecinos de la calle Castilla, junto a 12 personas más, se pusieran rumbo a las arenas hace dos siglos", replicó el alcalde. Zoido elogió la labor caritativa de la hermandad y dedicó la Medalla también a todos aquellos "que alguna vez se han calzado los botos, o se han montado en su caballo y han peregrinado a la aldea con la medalla de Triana en el corazón".
Luego llegó el momento de mayor emoción: la imposición de la Medalla de la Ciudad. Fue el prioste, quien tiene ese privilegio, el que se la puso al Simpecado. Los vivas se entonaron con fuerza. Los himnos de Andalucía y España pusieron el broche de oro a la ceremonia. La carreta siguió su sendero acompañada por miles de peregrinos. La lluvia tampoco quiso perderse la cita. Pero no importó. Triana bien vale este bicentenario y esta medalla que le ha regalado la ciudad. Y Sevilla no faltó a su cita.
La misa estacional que tuvo lugar por la mañana puso el broche de oro a los cultos celebrados en la Catedral. "Camino del Rocío fui sin saber a dónde iba. Tú, Señora, me abriste los brazos, y mi noche se convirtió en mediodía". Con la letra de esta canción, que repitió varias veces, comenzó su homilía el cardenal Amigo Vallejo. El arzobispo emérito de Sevilla recordó a los hermanos del Rocío de Triana que el camino tiene un nombre y se llama Jesucristo, y que la fe debe ser la que corone esos senderos que recorren cada año: "No hay camino sin camino y Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. No hay fe sin camino. Este camino del Rocío hay que vivirlo con fe. Porque sino sería un camino sin santuario. Sería caminar por caminar. Por eso es necesaria la fe".
Amigo Vallejo se preguntó por qué se hace el camino, si hay que soportar el sol, la lluvia y muchas otras fatigas. La respuesta no fue otra que la familia, la herencia y el legado de devoción que han recibido los romeros durante estos doscientos años de hermandad y de filiación a la Blanca Paloma: "El camino del Rocío hice porque era herencia de mi gente y es el mejor legado. No pidas razones. Las cosas grandes no se explican, se viven. Y hay un gran sufrimiento en el camino del Rocío. Hay una fatiga mucho más fuerte y es la de caminar sin tener conmigo a mi propia gente". ¿Y cuáles son las columnas esenciales que sustentan la fe rociera y sus hermandades? El purpurado lo explicó: "En primer lugar la devoción a la madre de Dios. En segundo lugar la familia, sin la que no se concibe la devoción rociera. Y en tercer lugar, el propio pueblo, su cultura".
El cardenal identificó a Jesucristo como el primer peregrino que del cielo vino a la tierra, ejemplo a seguir por todos: "Fue romero y su madre, santuario. Desde entonces hasta hoy realizamos la misma peregrinación". Amigo Vallejo reconoció que las hermandades no son simples asociaciones de fieles, sino que tienen su alma y su historia. En el caso de Triana dijo que "no sólo es el barrio donde uno ha nacido. Es su espíritu, una forma de hacer, un canto en la palabra o una familia. Nuestra hermandad no sería esta hermandad sino fuera de Triana".
El purpurado puso la vista en el futuro y animó a la corporación a trabajar bien en el presente para labrar un gran porvenir. Y es que, como dijo al principio de su intervención, "se cumplen doscientos años de la hermandad, pero no es un tiempo que ha pasado, sino una devoción que permanece y son los hijos que rezan todas las noches con las mismas oraciones que les enseñaron sus madres. El tiempo ha pasado. Pero el amor y la oración permanecen. Es una devoción grande, profunda y sentida". Al término de la misa, el cardenal dirigió unas sentidas palabras de agradecimiento al arzobispo, monseñor Asenjo, y a la hermandad, por invitarle a presidir la solemne misa estacional del bicentenario: "Hemos caminado juntos 28 años. El tiempo pasa, pero el cariño permanece".
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