Una devoción en primera persona
La Virgen de la Esperanza, de una manera u otra, es una parte importante de sus vidas. Medio siglo después de la coronación, comparten vivencias y sentimientos.
Todos tienen una vinculación especial con la Macarena. Por un motivo o por otro, llevan a la Virgen de la Esperanza en el corazón. Desde su hermano mayor, al cardenal Amigo Vallejo, pasando por la que fue su madrina en el año 1964, o varios de sus hermanos. La mayoría vivió la coronación de primera mano. En estas páginas relatan sus vivencias y sentimientos más íntimos en torno a la Macarena.
El cardenal Amigo Vallejo, gracias a internet, está al tanto de todo lo que sucede en Sevilla y virtualmente ha sido testigo de las impresionantes muestras de fe y piedad popular que ha supuesto el besamanos de la Virgen de la Esperanza en la parroquia del Sagrario o la multitudinaria procesión de ida hasta la Catedral. Él, hace 25 años con motivo de las bodas de plata de la coronación, tuvo el honor de presidir como arzobispo de Sevilla el primer día del triduo que se celebró en la Catedral: "Recuerdo aquello como una gran fiesta de la devoción de Sevilla a Nuestra Señora de la Esperanza Macarena. No fue un aniversario más. Permanece y tiene raíces muy profundas. Es el amor desbordado a la madre de Dios. Dios ya había coronado a la Virgen con lo más grande que puede coronar a una mujer: con el amor de sus hijos". No han sorprendido al cardenal las grandes colas que se han formado en el Sagrario para el besamanos de la Esperanza o la alegría que desbordó la ciudad en su procesión a la Catedral. Todo es fruto de una enorme devoción, asegura: "No es ninguna sorpresa. Todo lo que sea el desbordarse la devoción y el entusiasmo está dentro de la normalidad de Sevilla. Todo homenaje que se haga en honor a la Virgen María se queda corto. En el triduo del 25 aniversario yo dije una frase que luego he repetido mucho: Si la madre puede llevar corona es porque su hijo antes llevó corona de espinas. El hijo se sacrificó para que se honre a su madre".
La vinculación de Amigo Vallejo con la Macarena se remonta a antes de ser nombrado arzobispo, cuando acudió a predicar unos cultos. Uno de los momentos especiales que guarda de la Macarena es de septiembre de 2003: "Cuando el papa Juan Pablo II me crea cardenal fui a dar gracias a la Virgen de la Esperanza y al Gran Poder. No por mí, sino porque Sevilla había recuperado ese honor". El arzobispo emérito aprovecha las páginas de Diario de Sevilla para felicitar a la hermandad: "Que siempre resplandezca la devoción a la Virgen en esta advocación tan bonita de la Esperanza".
Fernando Cano Romero se hizo macareno, y de la Buena Muerte, gracias a su abuela. Venían desde Jerez -su localidad natal- muchos fines de semana a casa de un familiar en la calle Orfila. Los sábados por la tarde acudían a misa a la Anunciación: "Cuando entrábamos ella me llevaba al crucero. A la izquierda estaba los Estudiantes. Tras meterme al Cristo de la Buena Muerte por los ojos, se iba al centro y miraba al altar mayor. Allí estaba la Esperanza. Me decía: 'Ella es tu madre, la Esperanza". Así fue como este niño de finales de los años 30 cimentó su profunda devoción a estas dos imágenes, aunque no se llegó a hacer hermano hasta años después. "A ella no se le ocurrió entrar en la sacristía para pedir la solicitud de hermano".
El joven Fernando Cano vivió todos los fastos de la coronación en primera línea. Buena prueba de ellos es la fotografía que conserva delante del paso en la Plaza Nueva. Fue una de las no más de 50 personas que pasaron la víspera en la Catedral. "Sólo quedamos vivos Pepe Garduño y yo". Fue testigo de los nervios, del broche que le regaló Pilar de Banús a la Virgen, de la preocupación cuando comenzó a llover, de la decisión de trasladarlo todo a la Catedral tras desecharse la Plaza de España, y de lo mal que lo pasaron cuando le pusieron a la Virgen en nuevo manto que estrenaba: "Pese al enorme esfuerzo que hizo Esperanza Elena Caro, al manto le faltaban los picos. Pepe Garduño se las ingenió para que no se viera y Pepe Mena acordó con Ramitos poner varas de gladiolos en las esquinas del paso y en las jarras. Así se consiguió disimularlo".
Gracias a su gran amistad con Pepe Mena, el gran prioste de la Esperanza, salía de paisano en la manigueta delantera derecha. Lo hacía en la Madrugada y lo hizo en las dos procesiones de la coronación. Sabedor de esto, el actual hermano mayor, Manuel García, le concedió el privilegio de ocupar el mismo sitio 50 años después. La coronación la vio encaramado a la reja de la capilla de San Laureano junto a su novia. "Fui de los pocos que no pude aplaudir por puro impedimento físico". Uno de los momentos más emotivos fue cuando el paso de palio, el 3 de junio a su regreso, llegó a la Anunciación. "El hermano mayor de los Estudiantes, don José Carlos Ramos Rubau, le dijo a don Ricardo Zubiría que habían puesto la rampa... Zubiría no se lo pensó y le dijo a Pepe Mena que el paso iba para adentro". Allí, la Esperanza se encontró de nuevo con la Buena Muerte, como lo volverá a hacer hoy.
En los últimos días está reviviendo todas aquellas sensaciones de hace 50 años. Y lo hace, con fuerza: "Lo vivo además con mis hijos, con mis nietos. Es algo inolvidable".
Mercedes Alba, a sus 91 años, tiene el orgullo y el privilegio de ser la hermana número 1 de la Macarena. La apuntó su padre, César Alba, que era hermano mayor, en el año 1923 cuando la bautizaron. Sus recuerdos primeros son de plumas blancas en el patio de su casa: "Vivíamos en la Alameda, en una casa que fue de los Gallo. Yo tendría seis o siete años. De buenas a primeras el patio empezó a llenarse de unos señores vestidos con plumas blancas. Lo recuerdo como si lo tuviera delante. Lo estaba viendo desde el principal. Había una gran cañera de donde sacaban manzanilla o un vino. Decían que tenían que ir al Gran Poder a pedir la venia. ¿La venia? Me quedé sin saber qué era la venia".
De pequeña, cuando apenas tenía ocho o nueve años, acompañaba a su madre a vestir a la Macarena. Ella y las Hermanas de la Cruz tenían ese gran privilegio de cuidar la ropa de la Virgen. "Eran momentos muy emocionantes. El día que mi madre iba y llevaba la ropa, muy bien planchada y almidonada, siempre me llevaba". Desde entonces empezó a forjarse esta honda devoción por la Macarena que le viene desde la cuna. "Yo empecé a ver a la Esperanza en aquella capillita de San Gil que la Virgen se comía". La época de la coronación no la pudo vivir directamente. Se encontraba viviendo por aquellos años en El Aaiún. Su madre le escribía y le mandaba noticias de lo que estaba sucediendo. Ni siquiera en aquellos años dejó de pertenecer a la nómina de la cofradía. "Le pedí a mi hermano César que me pagara las cuotas".
Algo que nunca podrá olvidar es lo que vivió una noche de agosto. La familia se había trasladado entonces a la calle San Eloy. Avisaron a su padre que iban a sacar a la Virgen del cajón, después de haber estado oculta. "Fue inolvidable. Nadie se lo esperaba y allí estaba la Esperanza con dos mazos de nardos. Se cantaron salves, saetas... luego, desde la Anunciación todos se vinieron a casa y allí estuvieron bebiendo y cantando, hablando de la Virgen hasta por la mañana. Recuerdo que mi padre dijo a mi madre: 'Pepi, vámonos a la cama que estos señores querrán irse'. Yo tenía unas fotos muy bonitas de aquel día pero las perdí".
La Virgen de la Esperanza es los recuerdos de su familia. De la casa de los Gallo, de aquella aparición de la Virgen en el cajón, o de las visitas más recientes para rezarle. "Me siento muy orgullosa de ser la hermana número uno. Cuando voy a la hermandad me tratan como una reliquia. Todos vienen a verme y se quieren hacer fotos conmigo". La Virgen la sigue viendo igual que aquella a la que se le quedaba pequeña la capilla de San Gil. "La hermandad sí está mucho más extendida. Es más espléndida".
Gracias al programa de hermanos veteranos, ahora acude mucho a la hermandad. Siempre que la llaman y la salud se lo permite procura estar. "Tengo mucho interés en verla en los actos de estos días", aseguraba a pocos días de que la Virgen de la Esperanza se trasladara a la Catedral. Aunque a lo largo se su vida no ha podido estar materialmente todo lo que le hubiera gustado junto a su gran devoción, siempre ha mantenido intacto el vínculo sentimental.
El que no pudo estar presente en la ceremonia de la coronación canónica de la Macarena fue su actual hermano mayor, Manuel García. Entonces regentaba un negocio que tenía que abrir todos los días. Cuando pudo escaparse fue rápidamente a cambiarse para dirigirse a la Plaza de España: "De camino me encontré a un amigo que me dijo que la misa se iba a celebrar en la Catedral por la lluvia. Me fui para allá pero ya no pude entrar. Estaba todo lleno. Fue algo grandioso. Sigo guardando los periódicos de entonces". Manuel García era entonces un nazareno más en aquella hermandad de 1964 que apenas contaba con un millar de hermanos.
Las circunstancias y los trámites que tenían que superar las hermandades en aquel tiempo para lograr la coronación canónica eran muy distintos a los de ahora. El reconocimiento no era diocesano, venía de Roma directamente. Allí, aprobaron en un día, y por unanimidad, la propuesta de la hermandad, aunque para ello tuvieron que superar las reticencias iniciales en Sevilla, como bien recuerda García: "El cardenal Bueno Monreal era muy reacio al principio, pero luego todo fueron facilidades. La hermandad organizó para lograr la coronación unas campañas de caridad que fueron el germen de nuestra asistencia social. Llegamos a tener hasta un colegio".
Cuando se celebró el 25 aniversario de la coronación, en 1989, era concejal popular en el Ayuntamiento. Acababa de dejar de ser diputado mayor de gobierno de la hermandad, que por aquellos años contaba con un cortejo de unos 1.100 nazarenos. Las bodas de plata las vivió desde su condición de edil: "Cuando la Virgen salió de la Catedral para volver a la basílica estaba lloviendo. Les dije que fueran a buscar al diputado mayor de gobierno para meter el paso en el arquillo del Ayuntamiento. Ignacio Guillermo padre era ordenanza del alcalde y rápidamente fue a desmontar el farol y nos metimos allí. El Ayuntamiento se volcó en todo momento con la hermandad porque era una celebración muy importante".
José Márquez ha sido desde su fundación, en 1990, hasta finales de 2012, director de la coral polifónica de la hermandad. Fue una de las personas que vivió in situ la coronación canónica de la Esperanza hace 50 años en la Catedral. Él dirigía la el coro del Seminario que cantó en la ceremonia: "Yo estuve varios años en el Seminario. Me gustaba el Gregoriano y fui un verano a Salamanca a unos cursos. Me encomendaron entonces la Capilla Doméstica, que era diferente a la Capilla Isidoriana que dirigía don Ángel de Urcelay y a la que yo también pertenecía".
Hace 50 años, para los cantos ordinarios de la celebración, se eligió la Misa de la Coronación de Mozart. Las partes variables había que cantarlas en gregoriano. Ellos lo hacían así en el Seminario: "Cuando prepararon la misa de la Macarena don Francisco Rabanera vino a verme y me dijo si estaba dispuesto a hacer las partes variables". Así fue como la Capilla Doméstica del Seminario que él dirigía, en la que estaba, entre otros Ángel Gómez Guillén, canónigo que ha dirigido la delegación de Liturgia hasta el año pasado, cantó en la misa de la coronación. Años más tarde, con la coral polifónica de la hermandad, ha participado en momentos tan importantes como el Congreso Eucarístico, en el que estuvo el papa san Juan Pablo II, o en las misas que se emitían desde el Pabellón de la Santa Sede. "Hemos tenido momentos muy brillantes", concluye.
Antonio Muñoz Castro fue prioste del Rosario, con González Reina, consejero de Gloria del Consejo de Cofradías presidido por el recientemente fallecido José Carlos Campos Camacho, y lleva 57 años como hermano de la Macarena participando siempre activamente en todo lo que le requiera la hermandad. Nació hace 72 años en la muy macarena Encarnación -la Virgen estaba por aquellos años en la Anunciación- y vivió intensamente la coronación canónica y todos sus preparativos: "Yo entonces era diputado. Las procesiones fueron inolvidables. En la ida, cuando llegamos a la Plaza de San Francisco también fuimos recibidos por la corporación municipal. Estuvimos alrededor de media hora. El aplauso más grande que he escuchado fue cuando le cantaron la salve. Por lo menos 10 minutos". La misa de la coronación la vivió junto a Fernando Marmolejo Camargo. La procesión de regreso, retrasada al tres de junio por la lluvia, fui igualmente apoteósica: "Cuando el paso llegó a la Plaza Nueva el pueblo la rodeó y la acompañó hasta la entrada. Lo de la calle Parras fue más o menos como el otro día. Cuando la Virgen llegó a la basílica a las seis y pico de la mañana, ya dentro, en el suelo, Juanita Reina le cantó el Esperanza y Macarena compuestopor Rafael de León". Aquellas procesiones fueron -afirma- las mejores que ha visto. El paso iba mandado por Rafael Franco y lo portaban la popular y recordada cuadrilla de los ratones: "Han sido las veces que mejor se ha paseado la Virgen". En el 25 aniversario, en el año 1989, salió con una vara delante del paso. "José Luis de Pablo Romero quiso tener ese detalle con los que habíamos sido miembros de junta".
Miembro de la tertulia Macarenos del Atrio, acude a la hermandad prácticamente todos los días. Ve cómo la Macarena ha crecido en universalidad, pero sin perder sus raíces hortelanas y humildes. Cuenta con mucho orgullo que cuando no existía Seguridad Social, la hermandad montó un equipo médico, que él coordinaba, y que se encargaba de atender a todas las personas que lo necesitaran: "Yo les daba una carta e iban a las consultas privadas. Las medicinas que necesitaran también se las comprábamos". Tiene palabras de recuerdo y reconocimiento para muchas personas, pero destaca especialmente a Ricardo Zubiría y su junta de gobierno al completo, a Pepe el Sentencia, Paco Torres, Antonio Reina, Bernabé León Vázquez y Juan Marín Vizcaíno y Antonio Ángel Franco, "mis dos maestros en la hermandad".
Una de las grandes protagonistas de la coronación fue su madrina, Inmaculada Rodríguez Guzmán. Tenía la gran responsabilidad, y a la vez el gran orgullo, de representar a las Hermanas de la Cruz. El hermano mayor, Ricardo Zubiría, quería que la comunidad de religiosas amadrinara la ceremonia, junto al alcalde de la ciudad, y gran macareno, José Hernández Díaz. Las hermanas designaron a esta interna de 17 años para que las representara, ya que ellas no podían asistir según sus normas a la ceremonia. Desde ese instante, la vida de Inmaculada Rodríguez ha estado ligada a la Virgen de la Esperanza.
"Me eligieron a mí porque era una de las niñas más sueltas. Estaba estudiando y salía al instituto Murillo. Yo vivía con las hermanas y eso era lo que quería Ricardo Zubiría. Se barajó también que fuera una niña externa, pero se impuso el criterio del hermano mayor y me tocó a mí". Fue apenas un mes antes de la coronación cuando supo que sería la madrina. Su devoción por la Virgen de la Esperanza ya era honda: "He sido devota de la Esperanza de siempre. Desde chiquitita me llevaban a la Macarena y al Gran Poder. En la comunidad siempre estábamos esperando que llegara la mañana del Viernes Santo para tener a la Macarena en la puerta. Antes nos ponían a las internas delante. Era un momento maravilloso, muy especial y emocionante. Se nos hacía muy corto. La Virgen se iba enseguida".
La madre general en el año 1964 era Sor Marciala de la Cruz. Había sido la más joven en la historia de la compañía en llegar al cargo. Lamentablemente, no pudo vivir la coronación. Murió el 18 de mayo, a los 56 años, en Ciudad Real, en las visitas que estaba realizando a las casas de la compañía. "Parecía que ella sabía que algo le iba a pasar porque cuando se fue de viaje me dijo: "Inmaculada, espero que nos dejes en buen lugar". Yo le dije: "Madre, si usted va a estar aquí".
Tras la ceremonia, Inmaculada regresó al convento de las Hermanas de la Cruz para esperar la procesión de regreso. Como madrina, tuvo el honor de llamar al paso y de entregarle el ramo de flores de las hermanas, una ceremonia que repitió en 1989, en el 25 aniversario de la coronación, y el pasado sábado, en la procesión de ida a la Catedral por el 50 aniversario. "Después han venido otras coronaciones, pero como la de la Macarena -asegura- no he visto ninguna".
Aunque su vida está unida a la Virgen de la Esperanza, no es hermana pero nunca falta en la misa de su festividad, el 18 de diciembre, o en la ceremonia del aniversario de la coronación, cada 31 de mayo. Buena parte de culpa de ello la tiene su marido, Joaquín Caro Romero, el poeta macareno. La coronación de la Macarena les unió hace 50 años. Una historia que él mismo rememora: "Fue una cosa bastante novelesca. Y de suerte. El periódico en el que trabajaba me mandó a hacerle una entrevista a la niña madrina de la coronación en la víspera. Así la conocí. Al día siguiente me las ingenié para entrar en la Catedral porque no estaba invitado. Primero para verla a ella y después a la Esperanza. Me había deslumbrado". A partir de ese momento inició un cortejo que no dio sus frutos hasta varios años después: "Yo le mandaba cartas pero no me contestaba. No me hacía caso. En 1967 me dieron el premio José María Izquierdo en el Ateneo y me hicieron una entrevista para la Hoja del Lunes. Ella estaba en Lebrija en casa de su tío don Manuel Maestre Guzmán, que era el párroco, por las vacaciones de Navidad. El coadjutor les llevó la Hoja del Lunes y vio la entrevista. Le dijo a su tío que ese era el periodista que la había entrevistado. Él la animó a que me escribiera para felicitarme. Cuando en vísperas de Navidad recibí la carta dije: 'Has caído ya'. Era la primera carta que me escribía y por obediencia al cura. Si yo no me hubiera metido por medio se habría casado con Dios". "Al día siguiente estaba en Lebrija", añade ella.
La Macarena quiso que Inmaculada y Joaquín se conocieran gracias a la coronación. Desde entonces viven unidos en la Esperanza. Él siempre será su poeta y como tal se ha cortado la coleta como pregonero del 50 aniversario proclamándole su amor eterno, y ella la niña madrina de la coronación que en los últimos días ha vuelto a revivir todos aquellos fastos. "José Luis de Pablo Romero siempre me decía: 'Joaquín, la importante para la hermandad es ella, no tú", concluye.
A la derecha, un joven Fernando Cano hace 50 años ante el paso
de la Virgen en la Plaza Nueva.
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