Mantillas: una cuestión de decoro
estética y protocolo
Muchas sevillanas desconocen el significado de esta indumentaria, concebida para adorar al Santísimo el Jueves Santo y en señal de duelo la tarde del Viernes
Adios gracias se acabaron los claveles reventones encima de la cabeza. Esa imagen, tan de los 80, ha pasado a mejor vida. Sin embargo, la pérdida de la flor cenital no es síntoma de triunfo. Aún se siguen viendo muchas incorrecciones en las sevillanas -y forasteras- que lucen la mantilla negra llegado uno de los tres jueves que antaño relucían más que el sol (todo indica que este año el astro rey será más que generoso).
En primer lugar, cualquier mujer que opte por colocarse esta prenda tan española (dejemos lo de cañí para otro momento) ha de saber su significado. En este punto, Clara Guzmán, periodista sevillana referente en moda, especializada en protocolo y autora del blog Telademoda, recuerda que su fin no es otro que acudir con el máximo respeto y revestida de la mayor solemnidad posible a los oficios del Jueves Santo. Después de esta celebración religiosa, Jesús Sacramentado, el día en el que se conmemora la institución de la Eucaristía, se guarda en un arca para ser adorado en los monumentos, altares efímeros levantados en su honor. Es tradición, desde bien antiguo, que se acuda a visitarlos, tanto los que se colocan en las parroquias como en los conventos. Las mujeres iban (y siguen yendo, aunque menos) a postrarse ante el Santísimo con mantilla negra. Conviene recordar que la Reina de España es la única que tiene permitido usar esta prenda cuando la recibe el Papa. Un privilegio -todo haya que decirlo- que le quedaba de maravilla a la reina (emérita) Sofía.
El auge de las cofradías provocó que la tradición de visitar los monumentos haya acabado siendo minoritaria y que las mujeres se vistan de mantilla a primera hora de la mañana del Jueves Santo, cuando acuden a los templos a ver los pasos que saldrán esa tarde y la Madrugada. Una condescendencia a la que nos hemos acostumbrado (aunque suponga la pérdida de su sentido primitivo) y en la que se incurre en numerosas incorrecciones en cuanto al comportamiento estricto que se debe tener cuando se porta esta indumentaria.
"Una mujer de mantilla ha de mantener siempre un máximo decoro", recuerda Clara Guzmán. Y no es para menos. Absténgase las sevillanas con peinas de fumar en la calle o de lucir gafas de sol. Tengan en cuenta otro detalle. Sabemos que Sevilla es la ciudad de los 15.000 veladores, el paraíso de las terrazas, pero eviten tal tentación. Sin ganas de rozar el talibanismo en esta cuestión, cuando el hambre apriete y encuentren cerca un bar, si no tienen más remedio, entren en él y permanezcan el menor tiempo posible para consumir las viandas necesarias. Ni se les ocurra salir a la calle con un botellín o copa en la mano. Recuerden que lucen una indumentaria con un fin religioso y que todo lo que no sea concerniente a dicho ámbito pone en entredicho su uso. Además, para qué vamos a engañarnos, llevar peina es incómodo y dificulta la visión del prójimo cuando se contemplan las cofradías. Así que, en la medida de lo posible, huya de determinadas bullas, de las que su mantilla puede salir bastante perjudicada. Y por supuesto, ni se les ocurra llevar una silla de los chinos. Eso sería como vestir a un santo con dos pistolas.
Tampoco deben lucirla las menores de edad. Los últimos años es habitual ver a niñas con mantilla, un uso que carece de sentido y que reduce esta prenda a un mero disfraz.
Vayamos ahora al atavío en sí, donde se siguen observando innumerables errores. En esto hay que mantener siempre presente unos principios. Lo que debe destacar en el conjunto, por encima de todo, es la mantilla, la prenda que le da sentido a la indumentaria. Las hay de distinta clase y, sobre todo, precio. Si usted quiere permitirse un lujo, acuda a un anticuario -calle Acetres y Plaza del Cabildo- y cómprese una. Eso sí, sepa que deberá perderle el cariño, al menos, a los 2.000 euros. Las hay de dos tipos: las de chantilly, de procedencia francesa, y las de blonda o castañuela, de origen español. Las más elegantes (permítanme la opinión), por el tipo de punta que emplean, son las primeras. Suelen estar elaboradas con diversas técnicas: de aplicación de Bruselas (las más transparentes), de aguja y duquesa (ésta última más habitual en las mantillas claras). Son piezas realizadas a mano, con bastantes años, auténticas joyas de "mírame y no me toques". Luego están otras más asequibles, las elaboradas a máquina que, con un bonito dibujo, suelen quedar presentables. En este caso juega a favor el color. Al tratarse del negro, la diferencia de calidad no llega a percibirse de forma tan abismal como en las blancas o crudas. Eso sí, huyan de aquéllas con excesivo brillo y rígidas. Su alto componente químico las delatará.
En cuanto al traje, pocas variantes permite. Ha de ser un vestido de pieza única (nada aconsejable el uso de la chaqueta o corpiños), por debajo de la rodilla y con manga entera o a la francesa (a la altura del codo). Prohibido la manga a la sisa. Recuerden el error de bulto de Ana Botella cuando la lució en el funeral por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. El vestido debe ser lo más discreto posible para que destaque la mantilla. Eviten los encajes, pues la solaparía. El escote ha de seguir esta línea. Clara Guzmán aconseja un cuello a la caja o de barco. Nada de enseñar el canalillo ni los hombros. Ya habrá tiempo de alegrar la vista en primavera.
Respecto a las peinas, hay de diversos tipos: las de tejas, con acabado rectangular o circular, y las bajas. Su elección queda condicionada por la altura de la mujer. Pueden ser de carey (más caras) o sintéticas (hay excelentes imitaciones de las primeras). El zapato no admite variantes: de salón. Es decir, diseño clásico y tacón no demasiado alto. Siempre negro.
Los complementos constituyen otro aspecto a cuidar mucho. Empecemos de arriba a abajo. El broche de la mantilla ha de ser discreto. No muy grande y que, en la medida de lo posible, no pregone desde lejos que es bisutería de escasa calidad. En cuanto a los collares y pendientes, según Clara Guzmán, queda prohibido el uso del coral. "Este material significa alegría, todo lo contrario a lo que celebramos", indica la especialista. Sí se pueden emplear las perlas, cuyo uso se generalizó en los duelos franceses al aportar con su color claridad al rostro, envuelto en telas negras. Los pendientes más elegantes son los largos, complementan a la perfección la mantilla y la peina. Se pueden llevar rosarios y guantes. En el bolso, escoja el de menor tamaño. De cartera o de asa. Las medias, nunca tupidas y sin dibujos.
Éste no es más que un pequeño decálogo con consejos para vestir de mantilla. Dejen a un lado los experimentos con esta prenda. Ténganlo presente en todo momento: lo clásico es siempre un valor seguro.
Una prenda que popularizó Isabel II durante su reinado
Los expertos en la evolución de la moda aseguran que la mantilla tuvo en su origen una función de abrigo y no ornamental. De hecho, procede de los antiguos mantos con los que se cubrían hombres y mujeres para prevenirse del frío. Hay quien mantiene que las peinas ya eran utilizadas en España por civilizaciones anteriores a la llegada de los romanos. Para ello se remiten a las representaciones de la Dama de Elche y sus característicos peinecillos. Luego, ya a finales del XVII y del XVIII, es habitual verla en la aristocracia. Lo cierto es que su empleo no se popularizó hasta el siglo XIX cuando se convierte en un prenda habitual en la vestimenta de Isabel II, la reina española más castiza. Tan corriente fue su uso que las mujeres acudían veladas con una toquilla (mantilla triangular, de menor tamaño y sin peina) a la iglesia, en señal de respeto. Hoy su empleo sólo está reservado para Semana Santa y las bodas. Las blancas se dejan guardadas para paseos de enganches o acudir a los toros. Destacan aquí las que lucen las maestrantes en su palco. Auténticas joyas.
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