Cristo de la Humildad y Paciencia. Meditación en tiempos de sobremesa
El Jubileo de la Pestaña
Medio siglo después de recuperar su salida, esta sagrada imagen cuenta con un nutrido grupo de incondicionales el Domingo de Ramos
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Aquel Domingo de Ramos de 1974 a la lluvia que caía en abundancia se le llamaba borrasca. La palabra Dana quedaba a años luz de emplearse. Y los cielos eran, por lo general, tan azules como el tópico que los dibuja. Ni de lejos se pensaba en un estreno de la Semana Santa con gotas de barro. De aquel año ha pasado ya medio siglo, tanto tiempo como el que lleva el Cristo de la Humildad y Paciencia integrando el cortejo de la cofradía de la Cena, hermandad que, pese a su nombre, se pone en la calle en plena hora digestiva, cuando la masa de clientes de El Rinconcillo abandona sus cuarteles.
La sobremesa de este Domingo de Ramos viene teñida del sepia que trae el polvo del desierto. Poco antes de las tres de la tarde caen unas minúsculas gotas en el patio por donde entran los nazarenos albos. El barro se estampa en las túnicas. “Al final, vamos a salir con lunares”, lamenta una hermana de la Cena, con cuya advertencia hilvana las dos fiestas de la primavera, estación muy inestable en lo meteorológico.
En esos momentos se celebra una eucaristía en la sacristía de la iglesia de los Terceros. Pese a la amplitud y altura del templo, la sensación de los instantes previos a la salida de la cofradía es de bochorno. Los nazarenos y auxiliares emplean cualquier utensilio para remover el aire denso. Hay quienes están atentos a las últimas noticias del día. El palio de la Paz acaba de volver a San Sebastián. Caras de desconcierto.
40 años después
En 1974 los responsables de la cofradía tampoco usaban sistemas de comunicación interna para coordinarse, como el que utiliza ahora José Antonio Ariza, quien ha perdido ya la cuenta de los desplazamientos que lleva por los Terceros y la casa de hermandad. Ariza tenía 18 años cuando se recuperó el Cristo de la Humildad y Paciencia en el cortejo penitencial. “Llevaba 40 años sin salir”, refiere este veterano cofrade, que recuerda que aquella primavera salió a la calle con “un paso muy simple”. Después llegaría el enriquecimiento de Manuel Guzmán Bejarano.
Ariza sale literalmente huyendo hacia el lugar donde lo reclaman. A su lado se encuentra Miguel Ángel Álvarez de Toledo, quien incide en lo que ha crecido el cortejo en estas cinco décadas. De 300 a 700 nazarenos, más del doble. “Humildad y Paciencia se ha hecho un hueco insustituible el Domingo de Ramos”, defiende este hermano de la Cena.
El diputado mayor de gobierno toma la palabra desde el atril del presbiterio. Con voz solemne, informa de que la hermandad mantiene la intención de realizar la estación de penitencia a la hora prevista, las 16:15. Manda a formar los tramos. La iglesia empieza a poblarse de túnicas blancas. El calor va en aumento. También el variopinto abaniqueo.
Manos de mujer para la caña
Fuera, hay menos público que otros años, aunque la calle Sol registra una entrada bastante considerable. No faltan las ya típicas sillas plegables, algunas a prueba de glúteos generosamente cargados. Tecnología china para las circunstancias más adversas. El cielo sigue marrón en esta sobremesa sin solución de continuidad para los feligreses de El Tremendo.
Se encienden los pasos. Se encarga de tan meritorio menester la empresa Servicios Cofrades. De prender la llama en la candelería del palio se hacen responsables Luna y Esperanza. Dos jóvenes con chaqueta negra y camisa blanca. Uniformadas y con años de experiencia con la caña y el pabilo. El peor enemigo, el viento que, por ahora, no sopla fuerte en la calle.
Aquel Vía Crucis
En estos 50 años se ha forjado un nutrido grupo de incondicionales del Cristo de la Humildad y Paciencia en la hermandad de los Terceros. Uno de ellos es Tomás Vega, quien fuera hermano mayor a principios de este siglo y luego tesorero del Consejo de Cofradías. Refiere que ocupando dicho cargo el titular del segundo paso de la Hermandad de la Cena presidió el Vía Crucis de las Cofradías. Desvela que en la votación en la que se eligió la sagrada imagen que presidiría este culto, hubo un empate a cinco votos con el titular de otra corporación. Quedaba una papeleta decisiva. “Cuando la abrieron y salió mi Cristo, tuve que tomarme una cafinitrina”, admite Vega, quien apela a un latinazgo –que tanto gusta en ciertos ambientes capillitas– para calificar aquella elección:“El summum”.
Tomás Vega se hace una foto de familia. Son 12 miembros, que sumando primos y sobrinos elevan la cifra a 17. Es el número uno de la Cena. Su hermano, el dos. Desde que el Cristo de la Humildad y Paciencia volvió a salir en la cofradía, siempre lo ha acompañado, excepto en los años en los que llevó la vara dorada. Ahora lo hace de maniguetero derecho de este paso, uno de los más coquetos y bellos de la Semana Santa. “Si me someto a un análisis genético, seguro que en el ADN sale Hermandad de la Cena”, presume con cierta guasa Vega, que es reclamado constantemente por los suyos.
De la Misericordia a los Terceros
El segundo paso de la cofradía se recuperó al año siguiente de que la hermandad se trasladara a los Terceros. Atrás quedaba la estancia en la iglesia de la Misericordia, de uso compartido hoy día con cristianos ortodoxos. Aquella época la rememora Valle García-Tapial, cuyo padre José Antonio fue prioste, consiliario y teniente hermano mayor. “Se llevó 32 años con cargos en juntas de gobierno”, detalla esta nazarena, que conversa con una diputada de tramo. Del bolsillo de la túnica saca dos estampas, de 1972 y 1973. “La junta de gobierno ya había aprobado entonces que, cuando las circunstancias económicas lo permitieran, se sacara al Cristo de la Humildad y Paciencia. En los últimos años de permanencia en la Misericordia, no salía, pero se le montaba un altar en Semana Santa”, refiere esta cofrade.
Tanto en el traslado a los Terceros como el año en que Humildad y Paciencia volvió a la cofradía su padre era prioste, cargo que compartía con Pablo Gálvez. “Teníamos una gran ilusión, especialmente por cumplir el deseo de los hermanos más antiguos que, 40 años después, querían verlo de nuevo en la calle”, explica este antiguo hermano mayor de la Cena, quien fue responsable de la corporación entre 1994 y 2002. Suma también 32 años en juntas de gobierno.
A la calle
Sube al presbiterio el hermano mayor, Álvaro Enríquez. Anuncia que la cofradía se pondrá en la calle a la hora prevista. Faltan menos de 15 minutos. La noticia pilla por sorpresa a varios nazarenos, que se veían ya de vuelta a casa. La tarde no pinta nada bien. El diputado mayor toma de nuevo la palabra. Está sudando lo suyo. Pide celeridad y atención máxima a las órdenes de los diputados de tramo.
Las puertas de los Terceros se abren de inmediato. En un abrir y cerrar de ojos el misterio de la Cena se planta en el cancel que separa el templo de la calle. A los pocos minutos, y con el eco de las Cigarreras, el Cristo de la Humildad y Paciencia se eleva en el bajocoro de yesería barroca. Todo discurre tan rápido que no hay tiempo ni de apreciar los detalles de este paso, que en su primer año salió con unos respiraderos textiles confeccionados por las hermanas de la cofradía. Luego, en los 80, llegaría el sobrecanasto tan particular de Guzmán Bejarano.
La cofradía avanza veloz por delante de Los Claveles. El tercer paso, el de la Virgen del Subterráneo, es uno de los logros estéticos más sublimes. Reunir tres colores distintos –rojo, morado y azul– sin que resulte un Pantone, sino un conjunto armonioso. Por cierto, una de las dolorosas que nunca renuncia a lucir joyas, incluso en aquellos años de complejos y austeridad impostada.
Bajo el impermeable
Final agridulce para este 50 aniversario. La cofradía da marcha atrás tras salir de la Catedral y se refugia en el templo metropolitano. Al Cristo de la Humidad y Paciencia le colocan un impermeable con el que preservarlo de la lluvia que, poco antes de las 19:00, empieza a caer con intensidad. Una imagen que, a la espera de la crucifixión, llama a la oración. Su espalda, ahora tapada por el plástico opaco, la definieron una vez como un océano de dolor. Muestrario de hematomas y heridas al que el sol ha dejado huérfano de brillo en esta tarde sahariana.
Tomás Vega asegura que se trata de la imagen que mejor representa la condición humana de Cristo. Un “desvalido” que –bajo una capucha– da lecciones de humildad (cualidad no demasiado abundante en ciertos ámbitos cofradieros, todo haya que decirlo). El Cristo que invita a la meditación en plena digestión. Al misticismo en tiempo de sobremesa.
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