Cien años no son nada: un reencuentro a través del tiempo en Los Estudiantes
Un siglo después vuelve a un entrañable lugar el Cristo de la Buena Muerte y la cofradía de Los Estudiantes
La intrahistoria de un círculo que concluye con un centenario para el recuerdo
En las retinas aún se nos aparece, ingrávido e inerte, como suspendido en la cruz invisible del aire, el Cristo de la Buena Muerte, que ha dejado en el cielo de la ciudad un cortante vacío de silencios. Fue encargado por la Casa Profesa de los jesuitas, y tras numerosos avatares, un inquieto y animoso grupo de universitarios -profesores, alumnado y trabajadores- se reunieron en torno a esta primorosa imagen de Juan de Mesa, fundando una cofradía en la primitiva calle Compañía. Aquella cofradía, la de Los Estudiantes, se convertiría en capital para nuestra Semana Santa y acaba de celebrar sus primeros cien años de vida.
Entre aquellos cofrades y fieles que constituyeron la hermandad aquel 17 de noviembre de 1924 (aunque ya se registraron intentos en la década de los diez) se encontraba don Tomás de Aquino García y García, que junto a otros como Hernández Díaz, Bago Quintanilla o González-Nandín, dieron forma definitiva a la institución. García y García era abogado, y uno de los fundadores. Cursó y ejerció la profesión jurídica, el Derecho, y compartió bufete con un compañero que se llamaba Joaquín Gil y Salas, natural de Sanlúcar de Barrameda que estudió y se formó en la capital andaluza en los felices veinte; de hecho, ya desempeñaba su profesión en 1926. Fue, como decimos, integrante de este despacho y compañero de Tomás, por lo que, de algún modo, participó y estuvo presente en la génesis de aquella cofradía estudiantil.
Transcurrido el tiempo, un nieto de Joaquín Gil y Salas, el también abogado Joaquín Moeckel, decidió adquirir el inmueble en el que estuvo aquel primitivo despacho de abogados, y en estos días se ha podido contemplar una colgadura del centenario de la cofradía de Los Estudiantes. Quién iba a decir a García y García y a Gil y Salas que, un siglo después, en el mismo lugar en el que trabajaron y desarrollaron la noble profesión de la abogacía y el derecho, iba a conmemorarse, de algún modo, esta gozosa efeméride. Porque, parafraseando el tango, cien años no son nada.
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