El ciclo de la palma en Sevilla. Del Domingo de Ramos a la Candelaria

Tradiciones

Este símbolo de la Semana Santa pasa por varias fases desde que se bendice hasta que se convierte en cenizas

Su rizado se ha hecho habitual en talleres como el que dirige Andrés Martín

Las peticiones por las sillas de la carrera oficial se disparan un 254% en diez años

This browser does not support the video element.

Así se riza la palma en la Divina Pastora

Es uno de los símbolos de la Semana Santa. Y una de las huellas de la fiesta en la ciudad cuando ha acabado. La palma del Domingo de Ramos tiene su ciclo de vida. Desde que se bendice hasta que se convierte en ceniza, pasa por distintas fases marcadas por días muy señalados en el calendario litúrgico, que deben tenerse en cuenta. Su rizado se ha hecho habitual en los talleres que organizan instituciones públicas, privadas o hermandades. Uno de los más veteranos es el que imparte Andrés Martín, hermano mayor de la Divina Pastora de Santa Marina, que estos días los ofrece en la capilla de la calle Amparo.

En este templo, anexo al antiguo Hospital de los Viejos, no hay bancos por una semana. Se han sustituido por las sillas en las que los alumnos (la mayoría mujeres) aprenden el arte de rizar la palma, una labor en la que Juan Ortega -concejal andalucista durante tres mandatos municipales- creó escuela en la Hermandad de San Esteban. Uno de sus aprendices más aventajados fue Andrés Martín, carpintero de profesión que vio en esta tradición un auténtico filón. Al segundo año quiso aprender más y se marchó a Elche, donde ya cuenta con un buen puñado de amigos con los que ha ido conociendo nuevas técnicas para decorar este elemento natural.

De aquellas primeras clases que recibió hace casi dos décadas a las que imparte ahora. Cada año, en el periodo que transcurre entre la Epifanía y el Domingo de Ramos, se rizan en sus talleres unas 400 palmas. A estos cursos asisten aproximadamente 350 alumnos. "No se puede tardar más de tres días en esta labor, pues la palma pierde el azufre y, por tanto, la elasticidad, con lo que se corre el riesgo de que las hojas se sequen y rompan", advierte Martín, quien enseña esta tradición junto a su mujer, Rosa González.

Dos rizados distintos

Aunque Sevilla y Elche compartan técnicas en el rizado de la palma, la finalidad de ésta es distinta en cada ciudad. En el municipio alicantino es redonda, tridimensional, puesto que está pensada principalmente para ser llevada en la procesión previa a la misa del Domingo de Ramos. Después se deposita en las tumbas y nichos de los difuntos. En la capital andaluza, sin embargo, una vez bendecida, se deja colgada en el balcón durante meses, de ahí que sólo se rice una cara.

Alumnas del taller de rizado de palma. / Juan Carlos Vázquez

En ciudades del levante español, de donde proviene el rizado de la palma, se decoran con figuras realizadas con las hojas e incluso se le cuelgan golosinas y frutas autóctonas. Todo ello como símbolo de gozo por recibir al Rey de Reyes. Se trata, en suma, de emular la entrada que tuvo Jesús en Jerusalén hace más de 2.000 años.

"Para trabajarla se requieren tijeras, alfileres de ropa, alfileres de costura con cabezas de colores y una aguja capotera de ocho centímetros, que es con la que se realizan las flores que se colocan en la palma", precisa Andrés Martín. En esta labor conviene tener en cuenta una advertencia. Nunca deben emplearse elementos que no sean propios de la hoja de la palmera, tales como pegamento, hilo amarillo o incluso grapas. "Cuando la palma se seca, acaban dando la cara", advierte el promotor de estos talleres.

Para empezar, pleitas lisas

Los alumnos, en su primera clase, aprenden a realizar las pleitas lisas, la técnica más sencilla y que sirve de base del rizado. Luego se van "barroquizando" con adornos de uno o más encajes. En ese momento se enseñan las trencillas o gusanillos, las escaleretas, los zig zag y el cuadraíllo, así como las pleitas de corona de espinas y de pico simple, doble y vuelto.

De las manos de Andrés y su mujer Rosa han salido palmas de hasta cuatro metros de largo para grandes balcones. También se encargan de elaborar la que porta cada Domingo de Ramos el arzobispo de Sevilla en la procesión por las gradas bajas de la Catedral, la que luce el Ayuntamiento en la fachada de la Plaza de San Francisco (donde ya se montan los palcos de la carrera oficial) y la de instituciones como la sede central del Círculo Mercantil e Industrial en la calle Sierpes o la de la Fundación Cajasol (antigua Audiencia), además de las que encarga el Distrito Casco Antiguo.

Alfileres de tender y de costura para rizar la palma. / Juan Carlos Vázquez

Hacia Jerusalén

Como se dijo antes, la palma tiene su propio ciclo, marcado por las distintas celebraciones religiosas que se suceden en el calendario litúrgico. Son fechas muy vinculadas a tradiciones sevillanas. Una vez que se ha rizado, conviene envolverla en una bolsa grande de plástico para que conserve su frescura hasta el Domingo de Ramos. Antes de que se inicie la procesión que conmemora el recibimiento que los judíos dieron a Jesús al entrar en Jerusalén, se bendice. Tras la misa llegará el momento de colocarla en el balcón o ventana. Conviene aquí saber siempre la posición geográfica del domicilio, pues la palma ha de apuntar hacia la ciudad santa de Jerusalén, esto es, a oriente.

Permanecerá en la fachada de los hogares -como símbolo de que ahí vive un cristiano y también de protección- hasta el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada, fiesta de gran arraigo en Sevilla. Ya seca y grisácea, se quitará del balcón y se cortará a trozos. Estos restos se usarán para prender la hoguera con la que muchos templos celebran el 2 de febrero la Candelaria (40 días después de la Navidad). Se simboliza con ello a Jesús como luz del mundo. Las cenizas se emplearán para la señal de la cruz que se estampa en las sienes de los creyentes el miércoles en el que comienza la cuaresma, a 40 días de que la palma vuelva a lucir en los balcones. Habrá llegado entonces una nueva Semana Santa.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último

Borgo | Crítica

Una mujer en Córcega