El Calvario irrepetible una tarde de abril en el Santo Entierro Grande

La participación del crucificado de Ocampo en este acontecimiento aportó una nota especial a la jornada

Las actuales generaciones de cofrades jamás habían contemplado a la imagen a esas horas del día

La procesión de la Asunción de Cantillana, la hipérbole del 15 de agosto

El crucificado accede a la Plaza de la Campana
El crucificado accede a la Plaza de la Campana / Juan Carlos Vázquez

En estos días de agosto, durante una afable sobremesa con el bramido sereno del mar a lo lejos o en el silencio agreste de la sierra, nuestra mente inicia el proceso de rebobinado cofradiero, porque es cuando se detiene y descansa, se toma un respiro. Tan solo han pasado unos meses -ni medio año aún- pero ya nos resulta hasta extraño el adentrarnos en las redes sociales y no toparnos con ningún recuerdo gráfico del Santo Entierro Grande, porque básicamente es imposible. Diríamos, desde un plano subjetivo, que ha sido el primer Santo Entierro Grande en consonancia con el siglo XXI, que allá por 2004 aún andaba desperezándose.

De aquella jornada de hace casi veinte años conservamos algunos testimonios visuales de Carrera Oficial y pare usted de contar; si acaso algunas grabaciones del misterio de las Tres Necesidades por el Postigo, Las Siete Palabras por Castelar o San Isidoro por Orfila. De todas, sí, pero en instantes puntuales. Pasarán otras dos décadas y con introducir en cualquier buscador Santo Entierro Grande 2023 encontraremos, instantáneamente, infinidad de vídeos de todas y cada una de las hermandades participantes en numerosos puntos de sus recorridos, lo que nos permite afianzar una idea global de lo que supuso aquella tarde.

El Cristo del Calvario a su paso por los Palcos en el Santo Entierro Grande
El Cristo del Calvario a su paso por los Palcos en el Santo Entierro Grande / Antonio Pizarro

Esta misma mañana de sábado descubrimos, de manera insospechada, un fragmento del discurrir del Cristo del Calvario por la calle Rioja, en busca de la Campana a plena luz del día. Una estampa que, aunque abriga su anticipo cada mañana de Viernes Santo, no habían conocido nuestras generaciones de cofrades. Al menos, desde 1898, primera y última participación del crucificado de Ocampo en este acontecimiento, cuando aún residía la cofradía en San Gregorio. Y, de nuevo, contemplando su transitar, acallando todo a su paso -una atmósfera compleja de conseguir-, nos asaltó la idea de asistir, verdaderamente, a un evento extraordinario, en el que no se repiten cánones ni protocolos, algo que consideramos casi irrepetible por todo lo que se concentra: la jornada, la hora, el cortejo, el contexto... Acaso son unas horas, más que suficientes para acceder de pleno derecho a los anales de la fiesta.

Porque lo eterno se alcanza a través de ciertos detalles en un océano de circunstancias. La estampa que conformaron, en sucesión cronológica -a pesar de la ausencia de San Bernardo, otro candidato que a buen seguro participará tarde o temprano- el Cristo del Calvario y el misterio de la Quinta Angustia, como un lienzo en movimiento, como milenios concentrados en apenas medio centenar de adoquines, (y el Cachorro dividiendo) será difícilmente recuperable a nuestros ojos. El Cristo del Calvario no es solo palidez de amanecidas, mármol de finas estrellas: es, lo vimos, carne humana latente, pura viveza expresiva, pura muerte barroca en los labios y en el costado. Pura Semana Santa detenida en el tiempo para siempre.

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