Calatrava y el Carmen: la sincera belleza que no pasa
El barrio de la Alameda ofrece una de sus noches más entrañables y puras con la procesión del Carmen
Este es el diseño de la corona de coronación de la Sangre de Gerena
Hablaría de cofradías este verano con... (y III)
Sucede con frecuencia en estos tiempos que la hojarasca digital, el fango de las temáticas estériles y la vertiginosidad de nuestras vidas enturbian el curso natural del calendario y engullen de manera inmisericorde lo que debiera suponer un motivo de reencuentros, de ritos, de entender que cada cosa tiene su espacio y su momento. Escribo estas líneas, bien adentrada una noche cualquiera de julio, con los ojos laminados de una verdadera sensación de paz y plenitud, pero a la vez con el impulso desazonador de no otorgarle riqueza y reconocimiento a aquello que lo merece.
Hace unas horas que "recogí" a la Virgen del Carmen, la de . En aquella capilla de la Alameda vieja se escribe el punto y aparte de las glorias de Sevilla, ese magno libro que recorre siglos de historia y de religiosidad local en cuestión de unos meses y que en innumerables ocasiones nos abre puertas a todo aquello que anhelamos constantemente: la verdad, la sinceridad, la tranquilidad de saberse partícipe de una de esas tardes imprescindibles que pasa ante nosotros requriéndonos atención. Paseas por esa ciudad que solo te la devuelve el verano, tan sola y tan suya, atravesado muy dentro por esa luz diagonal que devuelve el río, deteniéndote en los nombres tan hermosos de las callejas del barrio. Hombre de Piedra, Arte de la Seda, Lumbreras, Santa Ana, Reposo, Yuste, Becas...
Calatrava
El sol mitigaba su sofocante candela y al frescor de un portal tomamos, entre amigos, unas cervezas, y echado definitivamente el atardecer buscamos otra vez el cortejo. Y sin saber por qué (alguna vez someteremos a estudio qué nos mueve el ver cofradías) te recreas en el pintoresquismo de sus insignias, en el significado de los bordados, interpretas a tu gusto los porqués y motivos de cada hermano, saludas a aquel que ya agota sus vacaciones y despides al que las empieza... De repente te ves arrastrado en esa corriente amiga y viva que es la procesión en sí, esa entidad que muta infinitamente a cada segundo de su ser y su estar. Se detiene el paso y la mirada se aúpa por entre los candelabros para sonreírle al Niño, tan diminuto y tan robusto, se diluye por el estofado y los pliegues, abriga la rectitud serena de la Virgen que guía con sus escapularios el sentido final de nuestra existencia terrena.
Entonces se estrecha Jesús del Gran Poder, y observas que casi todas las ventanas están cerradas, las persianas de palo se echan quedamente sobre los fantasmagóricos balcones y acaso algún turista sobresaltado enciende una luz al estruendo de los tambores. Pero caminando junto al paso escuchas que una anciana reza en voz alta como le rezará todos los días, alguien canta una sevillana desde un pretil, se rasga el cuerpo de una guitarra y los pétalos caen, generosos y lentos, sobre la peana y el canasto, devolviendo el pulso y el color a la mirada y como llovidos de una La Virgen entra, y los costaleros lanzan vivas y aplausos y hay lágrimas y hay tantas cosas que se escapan a la literatura y que están ahí, al alcance de cualquiera. La unidad de medida es la que comprenden un par de chicotás, y con ese tesoro en el cofre del corazón regresas a casa, pleno de todo aquello que añoras y que estaba ahí, en la ciudad que aún es. En los labios sonrosados y cálidos de la Virgen del Carmen, la de Calatrava, que ha zamarreado nuestros cimientos para descubrirnos la felicidad.
También te puede interesar