Todo es blanco y negro: Un recuerdo a Jesús Martín Cartaya
Se marcha uno de los cronistas gráficos más destacados del siglo XX en la ciudad
Mucho más que un fotógrafo
Así era Martín Cartaya, maestro del instante en Sevilla
Era la medianoche de un julio recién nacido y allí estaba yo, en aquella calle cuyo nombre no recuerdo, cansado pero dichoso, sofocado pero pleno. Doblando una esquina, marcando el acompasado redoblar de los tambores, se asomaba el paso de la Virgen de la Soledad, que para la ocasión se nos mostraba sola, revestida de una profusa candelería ya desgastada y frágil. Lo acompañé largo rato; el que honestamente necesité. La elegancia de las líneas, la armonía de sus dimensiones, la sobriedad de sus trazos, el hondo sabor del tiempo sobre el pan de oro, la gracia de los candelabros, la profundidad de las cartelas...
Ver en procesión el antiguo paso de Jesús Nazareno, de la hermandad de La O, fue uno de los justificados motivos que decantaron una escapada a Carmona en aquella hermosísima procesión magna, que nos compartió los incalculables tesoros patrimoniales y devocionales que posee. No consigo ubicar el momento, pero sí se que fue hace ya muchos años cuando descubrí la fotografía que Jesús Martín Cartaya realizó en la Plaza de la Legión a la cofradía de la calle Castilla y al Nazareno sobre sus extraordinarias andas decimónonicas, las primeras de toda Triana que cumplieron la hazaña hercúlea de cruzar el río. Por entonces, mediados de los setenta, los nazarenos rasos alcanzaban la Carrera Oficial a través del puente del Cristo de la Expiración, desfilando ante la antigua Estación de Córdoba, y regresaba a su barrio por San Telmo, debido a la obras de restauración que iban a acometerse en el puente de Isabel II.
El caso es que esa instantánea me fascinó, me conmovió, me animó a querer conocer más sobre la Semana Santa, su historia, su evolución. Porque en sus carretes se observa la evolución reciente de la fiesta, una virtud esencial que permitirá en el porvenir analizar gráficamente lo que hoy somos. Probablemente, dicha fotografía me cautivó no solo por su contenido, su perspectiva o encuadre, por su estética o su belleza. Era, en suma, por el concepto, por el significado y por su trascendencia. En el objetivo de Martín Cartaya está plasmada esa ciudad que añoran jóvenes y adultos, esa ciudad desenfadada y crítica, a veces efervescente y otras aletargada, pero siempre una ciudad viva, en fiesta, en explosión contenida de alegría. En esa luz que solo el blanco y negro de Jesús logró captar, en ese sol de los Jueves Santo tras Jesús de Pasión, en aquella última salida de la Estrella de San Jacinto, en el corazón de San Antonio Abad con la cofradía del Silencio preparada, en aquel Cachorro sombreado de tejas y persianas de palo... Estaba donde nadie había estado. Y, además, en las nuevas generaciones, su legado sigue vibrante y certero. Ha muerto Martín Cartaya, cuya firma está en todos los archivos, en todas las pantallas móviles, en todas las memorias de los cofrades de Sevilla. Descanse en paz.
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