El encaje de bolillos: De Brujas a la calle Goles

El Aprendiz

Esta artesanía sobrevive en un corralón sevillano gracias al emprendimiento de Alfonso Aguilar, informático que recuperó una técnica con siglos de historia

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La artesanía del encaje de bolillos en el taller de Alfonso Aguilar. / Juan Carlos Vázquez

La primera vez que escuché hablar del encaje de bolillos fue en una película de Pedro Almodóvar, La Flor de mi secreto. Corrían los años 90 y el manchego más universal (con permiso de Don Quijote) llevó a la gran pantalla una de las artesanías que conservan pueblos de aquella tierra, como Almagro. Recuerdo que una de las escenas partía de un plano corto en el que aparecía una telaraña de hilo que iban tejiendo media docena de vecinas sentadas en el portal de una casa.

Casi 30 años después, me encuentro la misma estampa, aunque en suelo sevillano y en un corralón de la calle Goles. Es el taller de Alfonso Aguilar, auténtico emprendedor en la recuperación de labores que estaban -como el famoso lince de Doñana- al borde de la extinción. Este vecino de la collación de la Magdalena y compás de San Pablo (como gusta decir a los oriundos del lugar) viene de un mundo que en nada guarda relación con el bolillo, aunque reconoce haberle servido de mucho para la profesión a la que se dedica de pleno desde hace casi dos décadas. Alfonso tiene el título de informático, pero decidió crear con las manos. Y echarle muchas horas.

Su primer contacto con esta artesanía le llegó precisamente en la época en la que Almodóvar estrenó en los cines la película protagonizada por Marisa Paredes. Fue en los 90 cuando empezó a dar clases de encaje de bolillos, pero con hilo blanco. En este punto, Aguilar hace una síntesis histórica de esta técnica, que se introduce en España con el emperador Carlos I (y V de Alemania). Tras haber permanecido la mayor parte de su infancia y adolescencia en la antigua Flandes, el nieto de los Reyes Católicos se trae consigo a las encajeras de Brujas, expertas desde hacía siglos en este laborioso menester.

De la antigua Flandes

En aquel imperio en el que nunca se ponía el sol, de inmediato tomaron fama. Una popularidad de la que también se contagió Sevilla, ciudad a la que el hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca (hoy sería impensable nombrarla con tal apodo) trasladó durante un tiempo la corte coincidiendo con sus desposorios con la bellísima Isabel de Portugal en el Alcázar. A partir de entonces, raro era el vestido de la nobleza en el que no apareciera un bolillo. El encaje se cuela hasta en los cuadros de Velázquez.

Uno de los encajes de bolillo que Alfonso Aguilar elabora en su taller.
Uno de los encajes de bolillo que Alfonso Aguilar elabora en su taller. / Juan Carlos Vázquez

Cuando las imágenes marianas empezaron a emular los vestidos de las reinas en sus vestimentas, este tipo de accesorio también se trasladó a los iconos sagrados. De aquellos años aún se conservan ejemplares que suponen una auténtica reliquia artesanal. Muchos de ellos salieron de conventos, donde las religiosas se convirtieron en legatarias de las primitivas encajeras de Flandes. Luego llegó el siglo XIX y el XX, cuando la industrialización fue arrinconando una técnica que requiere de mucho tiempo, condición no acorde con las prisas del consumismo.

La artesanía del bolillo sobrevivió en localidades manchegas, como Almagro, y de Galicia, como Camariñas, pero prácticamente desapareció en el resto del territorio nacional. "Incluso aquí en Sevilla se llegó a apostar por el encaje acrílico a la hora de rematar los mantos. Algunos se hacían de punta para evitar colocar uno, ante la escasez que existía", explica Aguilar, quien vio en esta carencia un filón para reciclarse profesionalmente. Un nuevo nicho de mercado (que dirían los expertos) en el que muchas hermandades han encontrado un excelente surtidor.

Un fin de semana de pruebas

Todo empezó a mediados de la primera década de este siglo. En la tienda que este cofrade de Montserrat poseía cerca de la calle Trastamara se personaron un día Juan Areal y Joaquín López, responsables del taller de bordados Santa Bárbara. Conociendo su buen manejo en el bolillo, le pidieron que hiciera la malla calada que, a modo de ventana, se inserta en las bambalinas de la Virgen de la Caridad, del Baratillo, que por aquel entonces restauraban. Aguilar nunca había empleado el hilo de oro para esta técnica. "Aquello fue un reto", recuerda. Se pasó un fin de semana entero haciendo pruebas. Hasta que dio con la tecla. Las muestras que llevó a los bordadores fueron de su agrado.

Confección de una malla donde se emplea hilo de plata.
Confección de una malla donde se emplea hilo de plata. / Juan Carlos Vázquez

Aquel desafío se convirtió en el inicio de una carrera profesional en la que ha realizado encargos para numerosas hermandades y talleres de bordados. En estos días de cuaresma, ha acabado una sublime toca de volantes para la Esperanza de Triana y ejecuta la malla sobre la que se bordará el futuro palio de la Paz. La lista de proyectos que queda por delante es larga. Para los diseños han sido fundamentales sus conocimientos informáticos. Es un artesano que le gusta arriesgar, de ahí que en el bolillo haya introducido hilos como la hojilla, de complicado manejo.

Siempre pares

Las manos de Alfonso Aguilar, siempre con dos bolillos en cada una.
Las manos de Alfonso Aguilar, siempre con dos bolillos en cada una. / Juan Carlos Vázquez

Mientras detalla en qué consiste esta artesanía, sostiene en sus manos cuatro bolillos (dos en cada una), el instrumento de madera que da nombre al encaje. "Siempre han de ser pares", puntualiza. Alfileres con cabezas de colores fijan el hilo de oro (o plata) a la cartulina donde está dibujado el diseño, la cual se coloca sobre el mundillo, llamado así por ir girando. "Con los bolillos sólo hay dos movimientos, las cruzas y vueltas. Luego existe una gran variedad de puntos, como las hojas de guipur, los conchas de hojilla o el torchón". La duración de cada proyecto depende de su complejidad, aunque Aguilar aporta una referencia que constata la lentitud que requiere un trabajo donde no interviene máquina alguna: "para un metro de encaje se tarda una semana".

De las manos de Alfonso y su ayudante José han salido trabajos que se podrán ver próximamente en los mantos de la Virgen de Consolación, de la Sed; o en el de la Quinta Angustia. Dos estrenos mayúsculos. Los encajes que los rematan poseen diseños personalizados. Fijen la vista en ellos cuando los contemplen. Tiene muchas horas en las manos. El triunfo del tiempo.

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