Apuntes sobre los San Juan Evangelista de la Semana Santa de Sevilla
Muchas hermandades cuentan con este apóstol entre sus titulares y reciben culto diario
Hay dos "sanjuanes" que especialmente destacan por la calidad de su ejecución y belleza
Una de las virtudes de la Semana Santa -por eso ha permanecido, entre otras cuantas- es la de la infinitud. Cada cortejo, con independencia de sus bienes patrimoniales o materiales, arroja su propia relación de detalles, que al ojo del cofrade más experimentado y voraz quedan inevitablemente desplazados. ¿En qué nos fijamos al contemplar un paso de palio, por poner un ejemplo? ¿Cuánto cabe en esos segundos vitales, de experiencias sensoriales y sugestivas, sin parangón ni imitaciones? ¿Cómo una serie de zancadas se llevan lo que tanto esperamos anualmente?
En un espacio brevísimo de tiempo nos obligamos -ya la devoción de cada uno es intransferible y eminentemente personal- a prestar ojo a los respiraderos, candelabros, varales recién restaurados, la saya de sobrenombre popular, las caídas decimonónicas o juanmanuelinas, el hilo del manto y la infinidad de detalles... O, en el caso de los misterios, el resto de figuras secundarias que acompañan la escena.
El paso de misterio de la Carretería, por ejemplo, necesitaría varias chicotás para contemplarlo detenidamente en toda su globalidad. El canasto de hojarasca y sus particularísimos candelabros, los respiraderos, el exorno floral... Y ya no hablemos de la imagen sobrecogedora del crucificado. Entre esa maraña de piezas museísticas, destacan sus figuras secundarias, y en particular el San Juan, un apóstol muy representado en todas nuestras hermandades pero que alcanza sus cotas máximas de categoría artística en este paso de misterio y en otro que a continuación señalaremos.
El San Juan de la Carretería
Pocos San Juan existen más antiguos que el que señalamos. Vestido con extraordinarios ropajes, y situado al pie de la cruz, la imagen solo tiene tallados con detalle cabeza, manos y pies, siguiendo las condiciones del contrato. Según la propia información de la hermandad, casi todos los expertos señalan a Pedro Roldán como su autor, al igual que los dos ladrones. Influye en esta decisión la comparación con las tallas del joven apóstol y evangelista, con los que se encuentran en los retablos del altar mayor del hospital de la Caridad y de la parroquia del Sagrario, realizado para la capilla de los Vizcaínos del desaparecido convento de San Francisco, que labró personalmente Pedro Roldán, por aquellas mismas fechas.
Una talla que invitamos a que no pase inadvertida la próxima tarde de Viernes Santo, como el resto de su conjunto, que es fruto de 450 años de historia y multitud de cambios artísticos, pero que no han limitado el sello de esta cofradía.
El San Juan de la Lanzada
Podríamos destacar otras imágenes del santo apóstol en la Semana Santa de Sevilla, incluso contemporáneas (el San Juan de las Penas de San Vicente, de Navarro Arteaga) u otras más antiguas, como el de los Javieres o el del misterio del Duelo, de Astorga. Por supuesto esencial mencionar al de la Amargura, Juanillo el de la Palma, que diría Núñez de Herrera. Pero hay uno que sobresale especialmente por sus particularidades y su honda unción: el de la Lanzada, la imagen más antigua que conserva la cofradía.
Pudo ser tallado a principios del siglo XVIII por un discípulo o seguidor del taller de Roldán. Aunque ha sido restaurado en varias ocasiones (Astorga en 1810 tras el asalto de los franceses, momento en que se encarga a la Virgen del Buen Fin) lo cierto es que sigue siendo imprescindible en el cómputo global de las imágenes secundarias de la Semana Santa. Es, además, el único junto al de la Carretería que lleva lágrimas en su rostro. Una delicia sobre un paso imponente.
Joyas de la imaginería sevillana que conforman, en la calle, una verdadera pinacoteca itinerante.
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