Tres años sin ver tu paso en las calles

La Campana

El Martes Santo se quedó frustrado con unos partes de lluvias que no dejaban opciones para las dudas ni los riesgos Muchas personas acudieron por la mañana a los templos.

José Joaquín León

27 de marzo 2013 - 01:00

HAN pasado tres años ya sin ver tu paso en las calles, Cristo de la Buena Muerte, sin contemplarte una tarde de Martes Santo, cuando paseas tu muerte amorosa por la plaza de la Contratación, por los muros del Alcázar, por la Catedral, o bajo el arco del Postigo, cuando sales a la Plaza Nueva, ahora por el lado de abajo, y te vas con tu silencio de muerte por Méndez Núñez hacia la Magdalena. Han pasado tres años ya sin recorrer la carrera oficial, ni hacer la estación en la Catedral. Tres años de ausencia, sin que vuele ningún vencejo en el atardecer para otear tu Buena Muerte cuando pasas por la plaza del Triunfo, de regreso ya a la Universidad, donde te espera la noche estremecida de otro Martes Santo. Tres años para imaginarte en la nostalgia, como si este Martes Santo (y el otro, y el anterior) no hubiéramos estado buscándote por las calles de Sevilla, sin encontrarte.

Eso es lo que pensábamos muchos en esta mañana nublada de Martes Santo, en el Rectorado de la Universidad, cuando la cofradía del Cerro del Águila ya había suspendido su salida. No podían decidir nada más que eso: renunciar por tercera vez. Los partes meteorológicos no dejaban lugar ni al riesgo ni a la duda. Podía haber llovizna, pero también chaparrones. Y no a una hora cualquiera, sino por la noche, cuando todas las cofradías del Martes Santo hubieran estado en esas calles donde se presentían tantas ausencias.

En el Rectorado, que se hace capilla por un día, con dos pasos, vimos algo que nos llamó la atención. Puede que por vez primera en muchos años, había más personas alrededor del paso de la Virgen de la Angustia que del Cristo de la Buena Muerte. Tiene una explicación lógica. El Cristo es el canon de la muerte en la cruz, según el evangelio de Juan de Mesa. Se ve la Buena Muerte, y es tanto lo que se siente que impone. No se puede sostener la mirada mucho tiempo. Y parece un paso tan sobrio que sólo se ve a Cristo muerto, la Buena Muerte.

A su lado, está la Virgen de la Angustia, una dolorosa de Juan de Astorga en estado puro. Tiene un paso de palio, completado en los últimos años, que se puede considerar desde el punto de vista artístico uno de los mejores, si no el mejor, de los que actualmente existen en la Semana Santa de Sevilla. No será el más definitorio, si nos guiamos por el patrón de Juan Manuel, pero esos bordados y esa orfebrería son un monumento suntuoso de la teología popular. Tiene tantos detalles que, por mucho que se contemple, parece imposible descifrar la magnitud de su misterio. Es un paso que se ha revalorizado y completado como obra magna. Por eso había una multitud a su alrededor. Entre ellos, turistas incrédulos, aunque quién sabe si ya conversos a la fe de Sevilla.

La mañana del Martes Santo fue de mucho ajetreo en los templos y de lágrimas tempraneras en El Cerro del Águila. ¿Qué se le va a hacer, si no les quedaba otra posibilidad? Se veía venir lo que vendría. En las visitas matinales a los templos se suelen formar unas tertulias inesperadas de cofrades que se van encontrando y que ayer coincidían en lo fundamental: toca la tercera caída de otro Martes Santo.

Sólo cabía fijarse en las novedades. En estos casos, la gente mira mucho las flores que luego no contemplarán en las calles. En San Nicolás se comentaba la sobriedad y buen gusto de la Virgen de la Candelaria, en contraposición al mayor exotismo del Nazareno de la Salud. En Santa Cruz había una cierta cola para entrar. Templo lleno para visitar al Cristo de las Misericordias y la Virgen de los Dolores, dispuestos a los lados del altar mayor. Algunos insinuaban, medio en broma medio en serio, que el nuevo itinerario de ida a la Campana, con el cambio de la calle Castelar por Francos, ha traído mal fario. O demasiadas nubes.

En San Esteban estaban los ánimos decaídos, según se aproximaban las tres de la tarde. Primera salida para la nueva junta de gobierno, tras los años de comisionado, y la misma mala suerte que en los precedentes. El Cristo de la Salud y Buen Viaje no pudo salir el 17 de febrero en el Vía Crucis del Año de la Fe y ayer tampoco. Ni los dos años anteriores. Son cuatro oportunidades consecutivas que hemos perdido para verlo cruzar esa puerta ojival, que se queda más antigua.

Había expectación contenida en San Benito. La Virgen de la Encarnación se había asomado a la puerta, en su paso de palio, en la tarde del Lunes Santo, y se quedó cara a cara con la Virgen del Rosario, del Polígono de San Pablo, cuando pasaba, mientras sonabaEncarnación Coronada (con su ave maría en versión de Abel Moreno) y Encarnación de la Calzada. Sin embargo, en este día, que es el suyo, parecía más triste, como si se le intuyera entre las lágrimas el dolor por la inevitable ausencia. Por tercer año, el Señor de la Presentación no fue presentado a su pueblo, que no lo ha olvidado. Pero sólo se le pudo ver dentro de San Benito, como al Cristo de la Sangre.

En Omnium Sanctorum pasa lo mismo. El Cristo de las Almas no saldrá. No hay nazarenos negros esta tarde en la calle Feria, con sus cirios, como sombras sigilosas hacia la Alameda. Están cerradas las puertas y nadie se asoma esta vez. Han tomado la decisión correcta, lógicamente. Cae un chaparrón, que sirve para confirmar las evidencias.

En San Lorenzo termina el Martes Santo. Quedan también en el recuerdo otras tardes lluviosas, otros momentos difíciles. La bofetada que nunca llega está ahí como una amenaza que se ha aplazado, sólo Jesús sabe hasta cuando. Tres años sin el Dulce Nombre de María bajo palio. Tres años sin las cofradías del Martes Santo son demasiados.

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