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Viernes Santo en Pruna. Un Descendimiento a la luz de las antorchas

Reliquias de la provincia

La Vera-Cruz de Pruna conserva uno de los actos pasionistas más antiguos, que representa el momento en que bajan a Cristo de la cruz y lo depositan en el sepulcro

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Viernes Santo en Pruna. Un descendimiento que vence al tiempo

Una de las riquezas no materiales que cualquier visitante puede observar cuando acude a ciertos municipios sevillanos en Semana Santa es la conservación de esa función catequética que tuvo en su origen la Semana Santa. Así ocurre con diversos autos pasionistas que se han detallado en esta serie, como la Judea de Alcalá de Guadaíra o el Mandato de Marchena, por citar algunos ejemplos. En esta entrega nos centramos en uno muy característico al que aludimos en la primera temporada y en el que ahora profundizamos: el Sermón del Descendimiento de Cristo. Para ello, nos vamos a una localidad de la Sierra Sur, situada en la frontera con la provincia de Málaga, Pruna.

Antes de hablar sobre la peculiar celebración de la Pasión en este municipio, conviene ahondar en el origen de este rito que ha llegado a nuestros días en diversos pueblos. Para ello hay que remontarse a la Edad Media, cuando la Iglesia acude a la representación plástica de la vida de Jesús para instruir a unos fieles, en su mayoría, iletrados. Al igual que ocurre con la piedra esculpida del románico y el gótico, se emplean imágenes de bulto redondo para escenificar distintos momentos de la muerte del Redentor, entre ellos cuando es desclavado de la cruz y entregan su cuerpo a su Madre.

Desde el siglo XIV la estructura de este auto pasionista se ha mantenido casi inalterable, variando en todo caso el número de figurantes y el escenario donde se lleva a cabo. En sus comienzos se iniciaba con los oficios del Viernes Santo, tras la Adoración a la Cruz. Luego tenía lugar la secuencia del Descendimiento, que iba acompañada del sermón pronunciado por un clérigo y el ejercicio de las Cinco Llagas o el Vía Crucis. Posteriormente se presentaba el cuerpo a la Virgen y se introducía en el sepulcro.

Momento en el que el Cristo de la Vera-Cruz, de Pruna, es desclavado. / D. S.

Algunos expertos apuntan a que dicha tradición fue difundida por los franciscanos, que ejercen la custodia de los Santos Lugares en Jerusalén, donde se desarrolló por primera vez esta ceremonia. El documento más antiguo que la describe se encuentra en un monasterio benedictino de Barking, en Inglaterra, en el que se menciona una de las características esenciales para celebrarlo: la imagen de un Cristo articulado, que puede desempeñar las funciones de crucificado y yacente y que, por lo general, tenía poco peso para facilitar este auto pasionista.

Este tipo de icono es muy habitual desde el medievo y se extenderá tras el Concilio de Trento, que impulsa las representaciones sacras para combatir la reforma protestante, contraria al culto a las imágenes. En ese momento de teatralidad barroca, serán las cofradías de la Soledad las que impulsen su celebración. Un auge que llegará hasta América. En la capital hispalense, del Sermón del Descendimiento se encargaban la Hermandad de la Soledad y la del Santo Entierro, que llegaron a protagonizar un pleito por este rito.

El Cristo de la Vera-Cruz antes de ser descendido. / D. S.

A lo largo de su historia ha conocido varias prohibiciones que provocaron su desaparición en numerosos municipios. Primero fue el sínodo del cardenal Niño de Guevara, que puso límite a estas ceremonias. Después, en el XVIII, llegó la Ilustración francesa, que consideraba estos actos contrarios a la luz de la razón. Las modas y costumbres del siglo XX también fueron arrinconándolo. No obstante, el Sermón del Descendimiento se ha mantenido en ciudades españolas como Salamanca, que lo celebra en el campo de San Francisco; o en Segovia, donde lo preside el Cristo de los Gascones, una imagen románica totalmente articulada.

En la provincia lo mantienen hermandades como la Soledad de Alcalá del Río, que lo representa antes de iniciarse la segunda parte de la cofradía, en la parroquia del municipio, a altas horas de la noche del Viernes Santo; Mairena del Alcor; Benacazón; La Algaba (el Viernes de Dolores); Peñaflor; Marchena; Cantillana, que lo recuperó en 2014 y lo celebra el Domingo de Laetare (cuarto de Cuaresma); y Pruna, que es la localidad que ahora nos ocupa.

Primer plano del Cristo de la Vera-Cruz, atribuido al círculo de Pedro Roldán. / D. S.

La encargada de su mantenimiento en este municipio es la Hermandad de la Vera-Cruz que, como ocurría en el capítulo dedicado a la Semana Santa de Gilena, además de la cofradía del Viernes Santo por la tarde, se encarga de la del Jueves Santo y el Viernes Santo por la mañana (presididas por la imagen de un Nazareno que hace las veces de Jesús Cautivo y con la cruz a cuestas). En ellas también participa la Virgen de los Dolores, una imagen de Antonio Illanes (1942), que vuelve a salir para acompañar al Cristo de la Vera-Cruz en la ceremonia del Descendimiento. Se trata de un crucificado articulado, atribuido a la escuela de Pedro Roldán.

El Cristo de la Vera-Cruz, ya en posición yacente, es depositado en el sepulcro. / D. S.

Hasta 1940 la parroquia de San Antonio Abad acogía este acto. El altar mayor estaba cubierto y una vez que el párroco, en su sermón, pronunciaba la frase "el velo del templo se rasgó", el cortinaje se abría y aparecía el crucificado. Tras el auto pasionista tenía lugar la estación de penitencia. A partir de la década de los 50 el rito se trasladó a la calle Calvario, donde se celebra actualmente. Allí, por la noche, se sitúan tres pasos. El del Cristo, la Virgen y un tercero con la urna. También se emplea una gran lona donde aparece impresa una vista de la ciudad de Jerusalén con el monte Gólgota y tres cruces enclavadas. A la escenografía se suman efectos sonoros y especiales, que recrean el momento de la muerte de Jesucristo.

Dos hombres, en representación de los Santos Varones, desclavan al crucificado y lo bajan de la cruz. Previamente le han retirado sus atributos divinos (corona de espinas y potencias de plata). Tras ello, el cuerpo del Redentor es depositado en el sepulcro, que lo portan hasta la parroquia las mujeres, por calles iluminadas sólo con la luz de las antorchas. Un momento que bien merece la pena conocer.

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