TRÁFICO
La nueva rotonda de Nervión no convence

Triana que se irá al otro lado del río

Al salir de la Catedral, el Cachorro y la O se repartían territorios y puentes El Nazareno trianero volverá hoy por los jardines de la Caridad y el Arenal, sin pasar por San Telmo

Jesús Nazareno, siempre agobiado con su cruz, cruza el puente de Triana hacia Sevilla, en el atardecer del Viernes Santo.
José Joaquín León

18 de abril 2014 - 01:00

EL Viernes Santo es inexplicable sin pasar por Triana. Recupera el barrio su perfil más acentuado de Semana Santa antigua, con ecos de puentes que se atraviesan, del peso de la cruz para el Nazareno que se agobia y para el Cristo que entrega la vida (pero que no termina de morir y nunca muere del todo), con los rostros trianeramente dulces de la Virgen del Patrocinio concentrada en sus pensamientos más íntimos, o la Virgen de la O que mira a lo lejos de un horizonte que no alcanzamos. Esa Triana lleva el Viernes Santo a Sevilla, que se lo devuelve ya de noche, con el cansancio (y también la gloria) de otra Semana Santa que expira.

Ese largo cortejo trianero se fragua en la calle Castilla y sigue después desde el Altozano por el puente, hasta desembocar en la Sevilla que aguarda por Reyes Católicos y la Magdalena en su tránsito hacia la Campana.

Cuando el Cachorro y la O salen de la Catedral, existía la costumbre de repartirse territorios y puentes. El Cachorro se iba por el Postigo para entrar en el Arenal y pasar ante el Baratillo, antes de volver a su puente de Triana, donde Cristo expira como nunca ante la luna redonda de la noche del Viernes Santo, que riela el río con la luz de la muerte, mientras nuestros ojos se cruzan con la mirada de la vida.

Y la O se llevaba al Nazareno y a su Virgen hacia la Puerta Jerez, para pasar por los Jardines de Cristina y enfilar el otro puente, el de San Telmo, que tiene fama de ser más de Los Remedios que de Triana. Pero era tan trianero como el que más en la noche del Viernes Santo, cuando los nazarenos se iban por Betis para buscar Pureza, que es una de las calles más marianas del mundo, donde está Santa Ana y tiene templo la Esperanza. Esa noche de Viernes Santo por las esquinas de Triana era íntima, no muy frecuentada, siempre entrañable, como si ligara a la cofradía con su historia más antigua, cuando no cruzaba el puente de barcas.

Pero hoy cambian los designios, hay otros caminos diferentes en la noche del Viernes Santo. La O no volverá a su lado del río por San Telmo, que era su puente, sino que atravesará también el Puente de Triana en el regreso. Después de salir de la Catedral, la cruz de guía de la O no seguirá al paso de palio del Patrocinio, sino que seguirá hacia la plaza del Triunfo, como tantas veces, pero después bajará por Santo Tomás para buscar la calle Santander y el paisaje idílico de Temprado, donde los pasos se retratan como en un paraíso frente a la fachada señorial de la Santa Caridad.

La Virgen de la O visitará a la Virgen de Guadalupe, que nunca fue trianera (a diferencia de su cofradía de las Aguas que sí lo fue, pero Ella lo es de espíritu). Y se introducirán por las calles de la Carretería, poco después de que la Virgen del Mayor Dolor haya repetido el milagro de las proporciones para entrar en su capilla, en esta noche que se consagrará allí como eminentemente (y evidentemente) carretera. Y la O volverá a pasar por el Arenal, después del Cachorro, en una estampa que los años hicieron insólita y que hoy, probablemente, concentrará multitudes.

Puede que en algún momento de la noche (por el puente, por el Altozano, o ya en la calle Castilla) la cruz de guía de la O recupere su lugar más habitual, que es detrás del palio de la Virgen del Patrocinio. Puede que, al final del Viernes Santo, Triana vuelva a tener a sus dos cofradías tan unidas como lo empezaron.

Durante unas horas, se había quedado Triana huérfana por las ausencias, con un reguero de cera que se seca con esas brisas del Viernes Santo, que son como un recuerdo del aire helado de la muerte, que son como unas ráfagas entre las que se intuye la ceniza. Brisas que al final nos dejan un soplo fresco de vida.

Joaquín

León

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