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La Subida de la Asunción de Cantillana: un auto sacramental coronado por Ocaña

La provincia

Creada en 1933, supone una de las mayores aportaciones a la religiosidad popular andaluza en el siglo XX

La luz, la música y las artes plásticas se unen en esta 'perfomance', en la que resulta esencial la idiosincrasia cantillanera

Puente aéreo entre Barcelona y Cantillana

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La Subida de la Asunción de Cantillana. / D. S.

Los ojos bien abiertos. Sin pestañear. La mirada intentando acapararlo todo. Desde una visión general hasta el más mínimo detalle. Cien horas se necesitarían para captar por completo cuanto sucede el penúltimo domingo de septiembre en Cantillana, cuando tiene lugar la Subida de la Asunción Gloriosa, una de las mayores aportaciones a las manifestaciones religiosas de Andalucía en el siglo XX.

Cuantos acuden a verla coinciden en lo mismo: un auténtico espectáculo sonoro, visual y lumínico con el que se narra el dogma mariano que da nombre a la parroquia cantillanera. Un auto sacramental con el que los asuncionistas se pusieron a la vanguardia artística. Hay mucho de cine y de performance en este acto que pone a rebosar de público el principal templo del municipio de la Vega sevillana.

Son las once de la noche y Cantillana vive una metamorfosis. Las calles que habían sido jolgorio y bullicio con la carreta del simpecado se tornan ahora en solitarias. La parroquia se constituye en epicentro del pueblo. Desde hace bastantes minutos no cabe un alma entre sus muros. Todas las sillas están ocupadas. No hay resquicio libre. El fresco del exterior muta en sensación de bochorno conforme pasa el tiempo. La indumentaria del día jalona los asientos: cubanas y trajes de flamencas. Auténtico muestrario en la moda de los volantes y lunares.

Un decorado muy peculiar

El presbiterio hace las veces de escenario con un decorado muy peculiar. Gradas envueltas en tules celestes, blancos y rosas. En el centro y a pie de mármol, el sepulcro de la Virgen cuyo adorno suprime cualquier atisbo de muerte. Aquí se viene a cantar y a celebrar la vida.

Las niñas vestidas de ángeles colmatan el altar mayor de la parroquia de Cantillana. / D. S.

El aleteo de los abanicos es una constante. La primera en aparecer es la reina de las fiestas asuncionistas con su cohorte de damas, pajes y lanceros. Luego lo hacen las niñas que, entre 2 y 12 años, ocupan las gradas vestidas de ángeles. Alas y túnicas en color pastel. Portan un canasto de mimbre repleto de pétalos. Hay quienes llevan la lección bien aprendida y muestran desde el primer instante sus manos juntas, en señal de oración. Alguna que otra no se resiste al llanto y provoca el comentario de los presentes. Después llega el turno de los apóstoles, que se postran de rodillas ante el sepulcro. Comienzan a recitarse poemas alusivos a la Asunción y a Cantillana. La música juega aquí un papel esencial. Composiciones del siglo XIX a la que estas niñas ponen voz mientras el público las entona. Se crea un eco sonoro que hace apacible la espera.

Hasta el momento, la escena se desarrolla con un altar mayor en penumbra, donde resulta difícil adivinar el rostro de los menores. Todo cambia en unos instantes. La banda interpreta el Himno Asuncionista, compuesto en 1900 y de acordes muy valencianos. El nerviosismo ya se palpita. "Surge Gloriosa María...." Unas palomas revolotean en el sepulcro. Se hace la luz. Refulge el dorado del retablo. El público se mete en escena. Actor imprescindible sin el que no se entendería este auto sacramental. Manos abiertas y alabanzas autóctonas por doquier. Se ha roto el silencio. El rostro de la Asunción -"de tersa nieve y arrebol"- ya se ve. Los pétalos de rosas rojas lo estampan todo. Se llega al éxtasis.

La Subida tiene su importante tramoya. Desde su creación, en 1933, se usa la misma rampa de madera. Todos los años se limpia con jabón para mantenerla en perfecto estado. Bajo esta arquitectura efímera hay 12 personas que llevan a la Asunción Gloriosa al mismo cielo. Ángeles anónimos, junto a las ocho mujeres que se encargan de preparar durante varios días a las niñas participantes.

La aportación de Ocaña

El auto mariano llega a la parte final. La Virgen está a pocos metros de alcanzar su trono (nombre propio de la jerga asuncionista). Acaba el himno. Se canta Hoy el mundo contempla a María. Los pétalos caen ahora desde lo alto del retablo junto con el oropel, traído de Elche, como la palma rizada que, en señal de triunfo, porta uno de los ángeles anunciadores. La escena adquiere aquí perfiles cinematográficos, propios de un arte en pleno auge en aquella década de los 30, cuando se creó la Subida.

También tiene mucho de performance, donde se mezclan las artes plásticas, la luz, la música y la imprescindible idiosincrasia del pueblo de Cantillana (no apta para ciertos políticos mesetarios). Una vanguardia artística al servicio de la religiosidad popular y que dio a conocer el artista José Pérez Ocaña (del que se cumplen 40 años de su muerte) en sus creaciones en aquella Barcelona de los 70. Este lunes, junto a su tumba, reposan las flores que rodearon el sepulcro de la Asunción antes de volver a su trono.

Un bello gesto para un defensor de la libertad que nunca renunció a sus orígenes, sino que los llevó a gala. Como este acto de la Subida, que concluye con una escena que él mismo ideó a propuesta de Pep Torruella, delegado municipal de Cultura en la Ciudad Condal: la coronación de la Virgen en un cielo que se resquebraja con el estallido de los cohetes y un coro de ángeles que se desgañita la garganta con los vítores. Devoción, vanguardia y pueblo. La performance mariana que al mismo Ocaña encandiló.

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