La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Tras las elecciones generales celebradas en España el domingo 12 de abril de 1931, en las que salieron ganadoras en 41 capitales de provincia las fuerzas opositoras a la Corona, Alfonso XIII dejaba el Gobierno, dando paso a la II República, un periodo histórico que se extendió hasta 1936 y que supuso una clara recesión para las hermandades y cofradías de Sevilla. Se puede decir que hubo un antes y un después a estos cinco años y pocos meses. En esta etapa convulsa hubo de todo. Quemas de iglesias, desaparición de imágenes con gran devoción y valor artístico... las hermandades y cofradías sevillanas se ven abocadas a una época de clara recesión y sombra. El investigador y escritor Juan Pedro Recio relata minuciosamente cómo fueron todos estos años convulsos en su libro Las Cofradías de Sevilla en la II República.
Hay una importante crisis económica mundial, inestabilidad social, conflictividad laboral e incertidumbre ante el futuro. La difícil situación lastra, de manera muy considerable, la vida interna de las 45 cofradías que existían en ese momento. Hay una merma importante en el número de hermanos. Sólo la Macarena y el Gran Poder pasaban de los 1.000. Otras, apenas llegaban o superaban los 100. Es un tiempo de grandes apreturas económicas. Hay que afrontar los pagos de los grandes estrenos de los últimos años. La nueva constitución republicana había suprimido las ayudas económicas a la Iglesia, y por ende, la subvención a las cofradías que otorgaba cada año el Ayuntamiento, lo que afectaría de manera negativa a las estaciones de penitencia al no disponer de recursos. De las 45 cofradías, el Santo Entierro no salía de manera habitual y la de los Negritos arrastraba graves problemas internos tras retirarle el cardenal Ilundáin sus reglas en 1930.
Durante los primeros años de la República (1932-1934) los estrenos de las cofradías se limitan a las Dolorosas de la Quinta Angustia (1932) y la de la Hiniesta (1933), ambas se realizan para reponer las que se perdieron. Hay que esperar a 1935 para iniciar un resurgimiento en este terreno debido a la normalización de las estaciones de penitencia. Hay grandes estrenos en cuanto a bordados y orfebrería.
La última Semana Santa sin sobresaltos fue la de 1931. El Domingo de Ramos fue el 29 de marzo y la República no llega hasta el 14 de abril. En mayo comienzan los primeros ataques a los sentimientos religiosos. Fruto de estas actuaciones comienza un primer periodo de ocultación de imágenes. Este tiempo se extendería hasta agosto de 1932. En diciembre de 1931 las cofradías se reúnen con la autoridad de cara a preparar la Semana Santa. El Gobierno Civil las intenta tranquilizar para que haya normalidad, pero el clima antirreligioso era muy elevado. El Ayuntamiento, en contraprestación por no aportar dinero, cede a las hermandades el suelo de la carrera oficial para que con su gestión obtengan ingresos. Cuatro cofradías manifiestan su intención de procesionar: la Exaltación, la O, la Estrella y la Esperanza de Triana. En febrero de 1932, las cofradías se unen en una federación. Aquella Semana Santa sólo salió finalmente la Estrella. La hermandad, en las algo más de seis horas que estuvo en la calle, sufrió varios atentados.
De este modo se llega a 1933. Un año tristemente excepcional para las hermandades y cofradías de Sevilla. Es la única Semana Santa del siglo XX sin procesiones. Y esto ocurre cuando se cumplen 19 siglos de la pasión de Cristo. Para conmemorar esta efemérides se celebró un triduo en la Catedral. Las cofradías también dieron mayor realce a sus cultos internos. Expusieron a sus imágenes en vistosos altares, o en sus pasos procesionales, aunque no pudieron disipar la tristeza y decepción de ver a la ciudad despojada de la Semana Santa. Entre los pasos que se podían contemplar en los templos estaban los de las Aguas, Santa Cruz, las Siete Palabras, la Exaltación, la Quinta Angustia y los Gitanos. Otras, como la Cena, la Amargura o la Esperanza de Triana montaron sólo el paso de palio.
“Entre la Semana Santa de 1932 y 1933 las tensiones sociales aumentaron. Lejos de apaciguarse la convulsión de los primeros compases de la República, adquirió, si cabe, mayor virulencia, aumentada por el golpe de estado protagonizado el 10 de agosto por el general Sanjurjo. El aumento de las huelgas generales y sectoriales, los incidentes callejeros, disturbios y desórdenes, auguraban negativos presagios: otra Semana Santa sin cofradías”, explica Recio en su libro.
Sin procesiones en la calle, la Catedral fue el centro de las celebraciones. Las hermandades protagonizaron distintos turnos de vela ante el Monumento con el Santísimo. En la tarde del Domingo de Ramos comenzó la celebración de un triduo en el altar mayor con el Santo Lignum Crucis y una de las espinas de la corona de Cristo. “Las celebraciones internas de las cofradías revistieron, incluso, mayor solemnidad que las del año anterior. Con menor intensidad que en 1932, los partidarios de las salidas de las cofradías arremetieron contra la decisión inversa”. Como ahora, entonces la prensa ya se hacía eco de las pérdidas que supondría la supresión de las procesiones: más de 35 millones de pesetas y 130.000 visitantes.
Durante los días de la Semana Santa, las hermandades se afanaron en sus templos para que se mitigara, en la medida de los posibles, la ausencia de procesiones en las calles de la ciudad. El Domingo de Ramos, en Omnium Sanctorum, pudo contemplarse el paso de palio de la Virgen del Subterráneo. El Cristo de la Humildad y Paciencia estaba en besapiés y se rezó un vía crucis. En San Jacinto, la Estrella también montó sus pasos. La Amargura montó el paso de palio y el Señor se situó en unas pequeñas andas exornadas con lirios morados. El Amor también celebró solemnes cultos.
El Lunes Santo, en San Jacinto pudo admirarse el paso del Cristo de las Aguas y la Virgen del Mayor Dolor. En la capilla del Museo se celebró un vía crucis. “Un grupo de hermanos vistiendo la túnica , sin el capirote de cartón, acompañaron al Cristo de la Expiración y a la Virgen de las Aguas en la tarde del Lunes Santo, en turnos y por parejas. Numeroso público visitó este bello rincón de Sevilla durante la jornada”, explica Recio en su libro.
El Martes Santo, se celebraron cultos en las distintas hermandades. Los Estudiantes, al estar sus imágenes requisadas por el Estado, celebraron una función ante dos cuadros con sus titulares en el altar mayor del Salvador. San Benito organizó un vía crucis y un sermón en su templo. “La hermandad comunicó a la prensa que la Virgen de la Encarnación estaría expuesta sobre sus andas procesionales durante los días de Semana Santa, aunque al final no fue así”, revela Recio.
La Virgen del Dulce Nombre estuvo expuesta en besamanos en San Antonio de Padua. En Santa Cruz, el paso del Cristo de las Misericordias y la Virgen de los Dolores permanecía montado en la nave principal. En San Lorenzo, el Señor del Gran Poder estuvo expuesto en su habitual besamanos.
San Bernardo celebró el Miércoles Santo una misa en el altar mayor ante sus imágenes, que serían destruidas en los sucesos de 1936. Lo propio hicieron el Buen Fin y el Cristo de Burgos. “En el Baratillo pudo contemplarse a la Virgen de la Caridad en su paso de palio”. En la capilla de San Andrés, sede canónica de la Hermandad de los Panaderos, se montó un particular simulacro del paso de palio de la Virgen de Regla acompañada de San Juan Evangelista. “Los hermanos nazarenos hicieron turnos de vela ante las imágenes”. En San Vicente se expuso el paso de las Siete Palabras, aunque el Crucificado estaba tendido sobre el suelo.
“La Sagrada Lanzada celebró un curioso besapiés en San Gregorio durante el Jueves Santo con su antiguo Cristo”. En la Catedral se celebró a las 08:00 una misa pontifical y el traslado de su Divina Majestad a la custodia de Arfe, que se encontraba en el monumento eucarístico. “Por la tarde, un sermón conmemoraba el XIX centenario de la Institución de la Eucaristía con la asistencia de ocho concejales, portando las varas del palio de respeto”. Al igual que en 1932, las cofradías acudieron a los turnos de adoración del Santísimo reservado en el monumento.
Varias corporaciones del Jueves Santo montaron sus pasos: Quinta Angustia, Esperanza de la Trinidad y los dos de la Exaltación. “En esta última se producía una novedad importante: podía contemplarse a su antigua Dolorosa –la actual– recuperada después de 20 años de venerar otra imagen de la Virgen de las Lágrimas”, cuenta Juan Pedro Recio. Montesión y Pasión celebraron la Hora Santa, rememorando la agonía de Jesús en el Huerto. El Valle visitó corporativamente el monumento del Santo Ángel.
El Viernes Santo se celebró el Sermón de las Tres Horas. Hermandades de la Madrugada, como el Silencio y el Gran Poder, celebraron cultos vespertinos el Jueves Santo. El Viernes, la capilla del Señor estuvo abierta. En la Magdalena, el Cristo del Calvario pudo verse en su paso. “A medianoche dieron comienzo en San Gil los cultos de la Macarena. Las puertas del templo tuvieron que cerrarse varias veces por la afluencia de público. Las saetas fueron constantes”, resalta Recio. También la Esperanza de Triana celebró sus cultos, con la Virgen en su paso y con el altar de insignias montado. Los pasos de los Gitanos también pudieron verse en San Román. “En la noche del Jueves Santo, el gobernador civil –García Labella– protagonizó un último intento para que saliese la cofradía, entregando un donativo de 100 pesetas”.
En la tarde del Viernes Santo, la Carretería y la Soledad de San Buenaventura celebraron ejercicios de pasión, al igual que la O, que expuso al Nazareno en besapiés. San Isidoro y el Cachorro organizaron los mismos cultos que en 1932. La capilla de Montserrat estuvo abierta toda la semana con el Cristo en besapiés. En Santa Marina, la Mortaja celebró el Sermón de las Tres Horas y un vía crucis.
El Cristo Yacente del Santo Entierro estuvo en besapiés en San Antonio Abad. La Soledad de San Lorenzo permaneció en su capilla y celebró el ejercicio de la Soledad.
Diversas circunstancias, como el triunfo de una coalición de partidos conservadores católicos, la Ceda, en las elecciones generales de noviembre de 1933, posibilitó que en los meses previos a la Semana Santa de 1934 se rebajara la tensión. “Algunas hermandades encontraron un ambiente más propicio para retomar las salidas”. Se adoptaron importantes medidas de seguridad, como que no se pudieran ver los cortejos desde las azoteas para evitar que se lanzaran líquidos u artefactos, como le ocurrió a la Estrella en 1932. Salieron un total de 13 cofradías. El giro político y la experiencia positiva de 1934, además del restablecimiento por parte del Ayuntamiento de las subvenciones, posibilitaron que todas las cofradías volvieran a salir en 1935.
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