Semana Santa de Osuna. Un encuentro al alba
Reliquias de la provincia
La Semana Santa de Osuna vive un momento especial la mañana del Viernes Santo, cuando Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores llegan a la colegiata.
Se trata de dos de las imágenes de mayor valía artística que atesora la provincia
Al alba. Siempre al alba. La mañana del Viernes Santo en Osuna conserva la tradición perdida en la capital hispalense y en numerosos municipios de la provincia, donde los formalismos y la dictadura de los horarios e itinerarios desterraron antiguas maneras de entender la Pasión de Cristo. Añejas escenografías con las que el pueblo asimilaba el evangelio. Otros tiempos de los que aún quedan resquicios en esta localidad situada en un cruce de caminos: entre el oriente y el occidente andaluz. Una posición geográfica clave para entender el patrimonio que atesora y que sale a la calle en Semana Santa. Otra de las citas ineludibles.
La mañana del Viernes Santo en Osuna es el momento de los reencuentros. De los antiguos vecinos que se marcharon para buscarse un porvenir en tierras lejanas. En lo alto del municipio, donde se alza la famosa colegiata (uno de los templos de mayor valor artístico de España) tiene lugar una de las escenas más emblemáticas de su Semana Santa. Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores cruzan sus miradas en mitad del gentío que los acompaña. Se trata de dos titulares de hermandades distintas que se suman en esta jornada. Dos imágenes portentosas que a continuación detallamos.
La fundación de la corporación que rinde culto al Nazareno tiene fecha concreta: 8 de julio de 1576. Jesús Nazareno es una obra anónima, de la escuela sevillana, del último cuarto del siglo XVII. Se aprecian en él rasgos de un Barroco muy avanzado, próximo al círculo de Pedró Roldán. Hay expertos que lo atribuyen a su hija, María Luisa Roldán, La Roldana.
Aunque esta cofradía y la de la Virgen de los Dolores son las únicas que conservan la tradición de subir a la colegiata -el monte Calvario ursaonés-, no es menos cierto que los años han hecho perder algunos personajes propios de esta celebración. Así, antiguamente era habitual que entre las filas de nazarenos se incluyera el campanillero de lujo, reflejo de la influencia de la Semana Santa antequerana. Lo encarnaba un niño vestido con una suntuosa túnica bordada sobre terciopelo morado y cuya cabeza se encontraba cubierta con una rica pañoleta. Recibía tal nombre por portar una pequeña campana que hacía sonar cada vez que el paso se arriaba o iniciaba la marcha.
Otra figura perdida en el cortejo penitencial -que aún pervive en muchos pueblos- es la del pedidor, que portaba las demandas donde se depositaban las limosnas. Tampoco queda rastro ya de los 12 pobres, nombre que recibían las personas que llevaban unas tablillas con los nombres de los apóstoles y que cada Viernes Santo asistían a los necesitados en el Asilo de la Mendicidad.
Jesús Nazareno es el único paso con el que cuenta actualmente la cofradía. Pero no siempre fue así. Antiguamente también salían las imágenes de San Juan, la Verónica y hasta una Virgen propia, la Soledad, que quedó relegada al olvido con la llegada en el siglo XVIII de la Virgen de los Dolores, la “Señora de Osuna”.
La primera referencia escrita al encuentro entre ambas imágenes es de 1842, cuando el sacerdote Juan José Sánchez recoge en un escrito -publicado por el historiador Álvaro Pastor para la colección Misterios de Sevilla- los cultos propios de la corporación servita, que incluía el acompañamiento a Nuestro Padre Jesús Nazareno en “procesión de penitencia”. Antes de que esto se produzca, el Señor se vuelve a los hermanos que van de penitentes, los cuales forman en una calle anexa al templo de donde sale la cofradía (la parroquia de la Victoria).
Decíamos antes que Osuna se encuentra en un cruce de caminos, situación que se ve reflejada también en la suma de corrientes estéticas y artísticas distintas. Prueba de ello son las dos túnicas de tipo caudal (con cola) que conserva este Nazareno y que eran propias de Málaga, Córdoba y Cádiz. También en Sevilla se prodigaron mucho, aunque las modas autoimpuestas en la pasada centuria las condenaron al olvido (y su pérdida). La más antigua que posee es de terciopelo corinto, data de finales del siglo XVIII y contiene un diseño simétrico. La segunda es de 1881, de terciopelo morado y bordada por Patrocinio López, que emplea un bordado asimétrico en la delantera, con un dibujo que asemeja la decoración vegetal a base de piezas de gran volumen en la parte frontal y la cola.
La otra hermandad protagonista de la jornada es la de la Virgen de los Dolores, cuya devoción fue introducida por los servitas. Su fundación se remonta al 21 de septiembre de 1719. Más de medio siglo después se dota de unos estatutos que toman como modelo los de la corporación servita de la capital sevillana. Para pertenecer a ella, sus miembros no podían ser “ni moriscos, ni mulatos, ni de oficio vil, ni haber sido castigados por el Santo Tribunal de la Inquisición”.
Sin duda alguna, nos encontramos ante una de las joyas de la provincia. De nuevo aquí sale a relucir el cruce de caminos. La Dolorosa fue atribuida por el profesor Hernández Díaz, en 1936, al granadino José de Mora. Está tallada por completo. En su concepción se aleja claramente de la escuela hispalense y se aproxima a la granadina. También es destacable la manera en la que es representada, propia de la época en la que fue realizada. Lleva corona de plata, de 1747, labrada por el joyero cordobés Sánchez Aranda. Porta también ráfaga a juego, donada por los devotos el mismo año. Y la media luna bajo sus pies. Para la estación de penitencia luce un manto diseñado por el presbítero Francisco Javier Govantes García, bordado en 1917 por las franciscanas clarisas del desaparecido convento de Santa Clara. Dicha pieza ha sido objeto de una restauración reciente coincidiendo con el tercer centenario de la presencia servita en la villa ducal, que se celebra este año.
En la subida a la colegiata debe observarse que los pasos en Osuna no se portan como en Sevilla, sino de forma similar a como se hace en Cádiz, esto es, a través de trabajaderas longitudinales (horquillas), por dentro, sobre los hombros y con almohadillas. El ascenso se hace de una chicotá en la que se suceden numerosas marchas. El punto de arranque es el emblemático casino, en la calle Luis de Molina, y el final: la colegiata.
También aquí se han perdido las formas propias, pues era habitual que las imágenes fueran portadas por fuera, a modo de trono (tradición malagueña) y apoyadas en horquillas. El Nazareno lo hace ahora sobre un paso neobarroco, de estética sevillana, de mitad del siglo pasado. La Virgen de los Dolores sale en el antiguo paso de la Hermandad de la Paz de Sevilla (sin el palio).
Al llegar arriba, Jesús Nazareno espera a su Madre para dar lugar a lo que Manuel Rodríguez Buzón, en su Guía artística de Osuna, denominó “la más bella conversación de nuestra imaginería”. Antiguamente, como ocurre en el Mandato de Marchena, un sacerdote ofrecía el Sermón de Pasión. Estas escenas eran habituales en la cofradía del Silencio de Sevilla, al llegar a la actual Plaza del Duque. Representa el encuentro de Cristo con la Virgen en la calle de la Amargura. Tiene lugar sobre las 8:30 del Viernes Santo. Y, además de que ambas imágenes se pongan frente a frente, también es el momento de otro encuentro, el de los ursaoneses que vuelven a esta bella ciudad para reencontrarse con los suyos. Con la vieja patria. Con la infancia. La que siempre vuelve al alba.
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