Semana Santa de Écija. Más allá del monte y el palio
Reliquias de la provincia
El Cristo de Confalón y la Virgen de la Soledad conservan en sus pasos la estética genuina de esta localidad
El crucificado es portado a hombros y la Dolorosa sale sobre una peana atribuida a Duque Cornejo
Existe un antes y un después del regionalismo en la Semana Santa. Tal fue el revulsivo que este movimiento provocó en la estética y en la forma de concebir la celebración religiosa que la capital hispalense se convirtió en referente para las cofradías no sólo de Andalucía, sino de buena parte de España. Pocos municipios permanecieron ajenos al influjo. Hasta el punto de que pueden considerarse como auténticas reliquias los pasos que permanecen fieles a su línea original. Tal como fueron creados siglos atrás, en pleno Barroco.
Los escasos ejemplares que quedan constituyen un oasis de autenticidad que en los últimos años se han revalorizado gracias al trabajo y la difusión de especialistas que han hecho hincapié en que hubo una rica y variada Semana Santa mucho antes de que la ciudad hispalense fijara -a principios del siglo XX- el canon en los pasos de Cristo y, sobre todo, en los de la Dolorosa.
En este recorrido debe hacerse una parada obligatoria en Écija, a cuya riqueza patrimonial en el conjunto de templos y edificios civiles se suma una excelente imaginería (sobre todo en los Cristos) que bien merece una escapada cuando llegan los días de la Pasión y Muerte. En el capítulo de hoy nos detendremos en dos cofradías -o mejor dicho, en dos pasos- cuyas características estéticas las hacen muy distintas a lo que podemos ver en las calles de la capital y en buena parte de la provincia. Se trata del Cristo de Confalón y de la Virgen de la Soledad.
El primero de ellos realiza estación de penitencia la tarde del Jueves Santo. Se integra en un cortejo con tres pasos. Éste que nos ocupa es el segundo. El crucificado, que se venera bajo esta peculiar advocación, es una imagen renacentista (siglo XVI) en la que aún se aprecian vestigios góticos. La cruz en la que está enclavado es rectangular (no arbórea), compuesta de taracea de nácar, marfil y carey. Posee un sudario de tela, con bordados realizados por la marquesa de Peñaflor en 1898. Lo luce en los años impares. De sus llagas afloran azucenas de metal, bella metáfora de la Redención humana.
Hoy nos centramos en la manera de portarlo. El crucificado sale a la calle sobre una peana, fiel al estilo que imperaba en la antigua Semana Santa de Écija. La configuración representa un trono regio, llevado a modo de silla gestatoria, pues es portado por los “hermanos de paso”, sobre los hombros y vestidos con un ancestral hábito. Se distribuyen en dos “remuas” (cuadrillas), la de los altos y la de los bajos, que hacen toda el recorrido descalzos, en alusión a los campesinos que, según la leyenda, tuvieron que quitarse los zapatos para sacar al Cristo del pozo donde fue hallado.
Son guiados por dos hermanos martillo. No cuentan con acompañamiento musical que marque sus pasos. Sólo los guían los vítores que se gritan: “¡Viva el Confalón!”. Su indumentaria consiste en túnica y capillo corto blancos; y cinturón, corbata y guantes negros con el escudo de la hermandad.
El trono sobre el que se alza el crucificado es una cascada de luz gracias a los numerosos candelabros de guardabrisas que lo iluminan, decorados con tulipas con lágrimas de cristal de roca.
Este tipo de composición era bastante habitual en la provincia. Las fotografías añejas lo atestiguan. En la propia Écija otros crucificados, como el de la Expiración, eran portados a hombros en ricas peanas. En la localidad de Marchena también se mantiene este tipo de soporte con el nombre de “piña”, y de la que quedan ejemplos en el Dulce Nombre de Jesús o el Cristo de la Vera-Cruz.
En la ciudad del Sol se conserva otro paso con un soporte dieciochesco. Se trata de la peana de la Virgen de la Soledad, una bellísima Dolorosa que los expertos han relacionado tradicionalmente con la gubia de Luisa Roldán, La Roldana, pero que las últimas investigaciones -a raíz de la restauración en el IAPH- la acercan al círculo de su sobrino, Pedro Duque Cornejo. A este autor se le atribuye la referida peana, debido a las grandes similitudes que presenta con otras obras suyas. Así lo apunta la restauradora María del Valle Rodríguez en el informe que elaboró con motivo de la intervención que, sobre esta pieza, llevó a cabo en 2016.
La Virgen se presenta sobre una peana alta -a modo de las que lucen las imágenes de Gloria- y con los atributos descritos en la visión que el Libro del Apocalipsis hace de la Madre de Cristo: la media luna bajo sus pies y una ráfaga (“mujer vestida de Sol”), piezas que -junto a la corona- fueron labradas en plata de ley a finales del siglo XVIII. Este atavío era bastante usual en Sevilla capital. Ahí están los antiguos grabados e ilustraciones que lo constatan.
Ver a esta imagen mariana el Sábado Santo por las calles de la antigua Astigi es retroceder en el tiempo y, sobre todo, saborear una Semana Santa que ha sabido resistirse a la estética homogénea de la capital hispalense. Una auténtica reliquia.
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