Semana Santa en Cantillana. La puja por llevar a la patrona
Reliquias de la provincia
La Hermandad de la Soledad conserva una tradición centenaria: subastar las maniguetas de la Virgen antes de que la cofradía termine
El palio de la Dolorosa contiene un rico conjunto de bordados, procedentes de la Hermandad sevillana de los Panaderos
Procesión extraordinaria de la Soledad de Cantillana, una reliquia con ecos macarenos
Una recuperación histórica: la Pompeya oculta de Cantillana
Una subasta en toda regla. Es lo que se celebra cada Viernes Santo en Cantillana. Una tradición que mantiene la Hermandad de la Soledad, patrona de la Villa, desde hace más de un siglo y que recibe el nombre de la puja de la manigueta. Se trata de una práctica bastante común en las corporaciones de penitencia décadas atrás, pero que actualmente se conserva en pocos municipios, siendo esta localidad ribereña uno de ellos. Pero antes de detallar dicha costumbre, conviene adentrarse en la rica historia de una cofradía que, en los últimos años, ha sabido poner al día su inmenso legado patrimonial, tanto el material como el que concierne al ritual, que ahora nos ocupa.
Cuando se habla de Cantillana, el imaginario colectivo relaciona esta localidad de la Vega sevillana con sus famosas advocaciones letíficas -la Asunción Gloriosa y la Divina Pastora-, que congregan a miles de devotos y visitantes en sus cultos de agosto y septiembre. Pero este pueblo, donde Blas Infante escuchó a los campesinos el canto del Santo Dios que le inspiró el Himno de Andalucía, guarda también una rica Semana Santa que ha recuperado el esplendor de tiempos pasados.
Ejemplo de este resurgir es la Hermandad de la Soledad, una corporación cuyo origen se sitúa en la segunda mitad del siglo XVI. Juan Manuel Daza, profesor y vecino de la localidad, trae a la memoria la leyenda sobre la llegada de la dolorosa a Cantillana, según la cual, la imagen vino en barcaza, desde Sevilla, a través del Guadalquivir. Al arribar a la Alameda de los Barqueros, fue conducida en una carreta hasta El Pedroso, pero al pasar por los terrenos que hoy ocupa su santuario, quedó atascada por el barro en este lugar, por lo que se interpretó que allí debía venerarse para siempre la efigie sagrada.
Leyendas al margen, el documento más antiguo que se conserva refleja el contrato de 1583 con el imaginero Juan de Santamaría, que realizó las imágenes del Cristo Yacente y de la Virgen de la Soledad, una devoción muy extendida en la época y relacionada con el auge de la cofradía homónima de la capital, radicada en el Convento Casa Grande del Carmen. La primera sede de la hermandad cantillanera fue la ermita de San Sebastián, entonces a extramuros del pueblo. Allí permaneció hasta que en el siglo XVIII el presbítero José Velázquez promovió la construcción del actual templo, que se levantó entre 1765 y 1792 sobre un montículo y con un estilo que representa la transición entre el barroco y el neoclásico.
Otra fecha importante en el devenir de la hermandad fue 1919, año en que, a instancias del clero parroquial y el ayuntamiento, se pidió a la Santa Sede que reconociera a la Virgen de la Soledad como patrona de Cantillana. Un siglo después, y gracias al impulso decisivo de monseñor Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla entonces, se logró la ratificación pontificia de dicho título, acontecimiento que se celebró con una recordada procesión extraordinaria.
Tampoco puede dejarse atrás el rico patrimonio material que atesora. El palio data de 1898 y es obra de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. En el estilo propio de esa fecha (Arts & Crafts), perteneció a la Hermandad de los Panaderos de Sevilla, cofradía de la que también procede el manto del Viernes Santo. Esta pieza es un claro precedente del manto de malla (o camaronero) de la Macarena, pues su diseño es muy similar y salió del taller de Ojeda. No obstante, recientes investigaciones han relacionado la autoría de su dibujo con el cordobés Antonio Amián Austria. Se trata, en todo caso, de uno de los primeros ejemplares del estilo regionalista en el bordado. La corona de salida es del platero sevillano Palomino, de 1840.
El cortejo en la tarde del Viernes Santo lo integran tres pasos. El primero es el de la Santa Cruz, flanqueada por las imágenes de San Juan Evangelista y la Magdalena, que antes salían en andas individuales (la cofradía llegó a contar con cinco pasos). El segundo es el del Señor Yacente, que procesiona en una urna funeraria de estilo rocalla-rococó, del siglo XVIII, recientemente restaurada. Esta imagen articulada y que permite ser crucificada es protagonista el Domingo de Laetare (cuarto domingo de Cuaresma) de una representación recuperada: El Sermón del Descendimiento.
El tercer paso es el de la Virgen de la Soledad, que contiene una característica propia: las velas de promesas. Se trata de los cirios colocados en la candelería, que son adornados con lazos de tela prendidos con alfileres, los cuales contienen los nombres que los rogantes han escrito durante la visita matinal "como signo de los favores implorados y recibidos".
Durante la estación de penitencia a la parroquia, los nazarenos veneran la Santa Cruz desnuda que se ha utilizado en los oficios de la tarde. El cortejo también lo integran las figuras alegóricas de las Tres Virtudes Teologales y la Santa Mujer Verónica.
Antes de que la cofradía se encierre tiene lugar una de las tradiciones propias de la Semana Santa de Cantillana: la puja, mediante la cual se subasta entre los devotos las maniguetas del paso de la Virgen. En ella puede participar quien lo desee. Cada una de las cuatro maniguetas le será concedida a quien ofrezca más dinero por ellas. Se trata de un rito con doble finalidad. Por un lado, supone todo un honor "meter el paso de la Patrona" y, por otro, se recauda fondos con los que cubrir los gastos de la procesión. La Virgen del Consuelo, dolorosa de esta localidad, también conserva dicha tradición.
No se conoce con exactitud cuándo se originó esta costumbre, pero lo cierto es que a finales del siglo XIX los libros de cuentas de la Hermandad de la Soledad ya recogen referencias explícitas a los ingresos derivados de la puja, un acto que comienza en el momento en el que el paso es vuelto hacia los fieles en la puerta del santuario. En esta práctica se observa una reminiscencia de cuando los pasos en la mayoría de los pueblos eran de reducidas dimensiones y se portaban mediante largos costeros exteriores, como aún mantiene la Vera-Cruz de Alcalá del Río el Jueves Santo.
La puja pervive en otros municipios cercanos, aunque no en hermandades de penitencia, sino de gloria. Tal es el caso de la procesión de San Benito Abad en Castilblanco de los Arroyos, que tiene lugar cada último domingo de agosto con motivo de su romería, la famosa puja de los bancos. También se mantiene en varias localidades de Huelva.
En su afán por recuperar tradiciones propias, esta hermandad pretende incorporar al cortejo la antigua figura de los judíos, dos integrantes que, con hábito y antifaz (sin capirote) negros, hacían sonar dos tambores destemplados tras el paso del sepulcro, en señal del duelo y respeto que se vive en Cantillana la noche del Viernes Santo. Momentos que bien merecen ser conocidos.
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