Martes Santo en Sevilla. Sabor de clausura para las torrijas

El jubileo de la pestaña

Los dulces que elaboran las clarisas de Santa María de Jesús son un manjar de dioses

La repostería les permite pagar los gastos del convento y la Seguridad Social

El perol donde las clarisas de Santa María de Jesús fríen una remesa de torrijas.
El perol donde las clarisas de Santa María de Jesús fríen una remesa de torrijas. / Antonio Pizarro

De pequeño siempre me fascinaron los cuadros y azulejos relacionados con las Ánimas Benditas. Ya saben, aquellas representaciones de los distintos estados a los que habían sido destinadas las almas según el comportamiento de sus dueños en la vida terrenal. Me llamaban la atención las que penaban en la hoguera del infierno. Permanecía bastantes minutos, extasiado, contemplándolas e imaginándome el insoportable calor que debían de pasar por las bajas latitudes. Una visión que me aterraba y atraía, a partes iguales. Mi preferida, como la de tantos sevillanos, era la reproducción cerámica de la parroquia de San Pedro, la del famoso pajarito que hay que buscar. Todo esto viene a mi mente mientras observo el enorme perol en el que las monjas clarisas de Santa María de Jesús fríen las torrijas, uno de los dulces que más demanda recibe en el obrador desde que se inicia la cuaresma.

Este convento, que ha cumplido medio milenio de historia (que se dice pronto), está situado en Águilas, una de las calles más cofradieras del Martes Santo. Vía de tránsito entre la Alfalta y la Puerta de Carmona. Por este enclave deberían pasar hoy el Perra Gorda de San Esteban y el Pilatos de la Calzá, dos imágenes secundarias sin las que sería difícil entender la jornada, cargada de polémicas (al derecho y al revés) que se ha llevado por delante la pandemia.

La hermana María Paula llegó en 2010 a Santa María de Jesús. A esta mexicana se le enciende el rubor de las mejillas cuando pasa varios minutos junto al horno. Acaba de meter una remesa de tortas. En el patio, Pilar, otra religiosa, se encarga de partir los huevos. Ya lleva 60 desde que se puso a trabajar esta mañana. Son días de mucha faena. No hay tiempo para el descanso.

Lucía, la superiora, no aparta la mirada del periodista y el fotógrafo. Está atenta a todo cuanto haga falta. “Primero nos dedicamos a la encuadernación, luego a la tintorería y, por último, nos pasamos a la repostería. Es lo que más ingresos nos aporta, que tanta falta nos hace para pagar la luz y el agua del convento, así como la Seguridad Social”, refiere esta religiosa, quien añade que los dulces llegan a toda España a través de la web manosdesanto.es.

Dos religiosas trabajan en el obrador frente a las fuentes de torrijas ya preparadas.
Dos religiosas trabajan en el obrador frente a las fuentes de torrijas ya preparadas. / Antonio Pizarro

Del cenobio salen al día unas 50 docenas de torrijas. Las venden en paquetes medianos y grandes. Cada unidad es de pequeño tamaño, con lo que resulta difícil resistirse a una segunda cuando se ha probado la primera. Bajo los techos de clausura hay una auténtica cadena de producción: primero se sacude el pan de molde, después se mezcla con vino, se pasa por la clara y la yema del huevo y luego van al perol, donde el aceite ya está caliente. Es ahí cuando vienen a mi memoria las llamas del infierno y la leyenda de otra monja, doña María Coronel, quien desfiguró su rostro con aceite hirviendo para que el rey Pedro cesase en sus pretensiones amorosas. Y es que el alma de aquel monarca aún debe penar por el submundo de hogueras ante tanta lujuria acumulada.

El Convento de Santa María de Jesús es una Torre de Babel en femenino. Tres continentes y cinco estados habitan entre sus muros: seis españolas, tres africanas, siete mexicanas, tres peruanas y una religiosa procedente de Guatemala. Todas –menos las que ya están enfermas– se turnan a la hora de acometer las labores: el obrador, cuidar de las monjas impedidas y adecentar el templo.

La madre superiora muestra los dulces que elaboran en Santa María de Jesús.
La madre superiora muestra los dulces que elaboran en Santa María de Jesús. / Antonio Pizarro

Una vez que las torrijas salen del perol, donde han pasado cerca de una hora, se las deja enfriar. Luego llega el momento de embadurnarlas en miel. Hay que empaparlas bien, para lo que han de reposar bastante tiempo.

A estas clarisas no les hizo falta ningún gurú de la buena mesa ni acudir a un programa de talentos culinarios para alcanzar el éxito torrijero. Siguen a pies juntillas la receta sevillana para su elaboración. Les dedican tiempo y oraciones para que el paladar de los mortales quede agradecido. Ante la insistencia de la madre superiora, no hay quien se niegue a probar este manjar de dioses, una tentación en la que es muy fácil caer. Indulgencia concedida para esta gula de miel y clausura. Ya tienen faena los endocrinos cuando llegue la Pascua.

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