Última hora
Raphael sufre un linfoma cerebral

Mantillas del Jueves Santo. Final lorquiano para la fiesta

El Jubileo de la Pestaña

Un grupo de jóvenes sevillanas se coloca la mantilla en el taller de María Ramos González-Serna. / Rafa Del Barrio

Seamos sinceros. Pocas Semana Santas de tan obligado olvido como la de este 2024. En los cinco días vividos hemos experimentado de todo: lluvia de barro, bochorno, cielos azules (muy breves), frío invernal y ahora una manta de agua que parece precipitarnos al Antiguo Testamento. El Diluvio Universal y el Arca de Noé son una broma de niños con lo sufrido la mañana de este Jueves Santo. El término desapacible se queda pequeño cuando uno sale de casa y coge un paraguas que de poco le sirve para esquivar el líquido elemento. Eolo sopla con tal virulencia, que se empeña en dejarnos empapados. Como una sopa (que no sea de sobre).

Sí, hoy es ese día que el dicho popular pinta como uno de los tres jueves más soleados del año. Pero ya sabemos que la tradición oral suele edulcorar la realidad. Ciertamente la primavera es una estación bastante caprichosa y en cuestión de días el termómetro pega una buena levantá o arría el paso. Un tiovivo que deja los cuerpos al borde del resfriado.

Pese a todos los impedimentos meteorológicos, el calendario dice que es Jueves Santo y hay quienes se empecinan en ponerse la mantilla para cumplir con el rito. Hasta siete mujeres se visten con la indumentaria tan tradicional en la casa de María Ramos González-Serna, modista artesanal que igual confecciona un batón de cristianar que recompone un encaje antiguo a punto de expirar por el paso del tiempo.

María Ramos coloca la mantilla a su sobrina. / Rafa del Barrio

Su hogar recrea este jueves -escrito en mayúsculas- La Casa de Bernarda Alba. Todo es luto en la indumentaria de las féminas que en él se reúnen. Atuendos que cumplen con los preceptos que requiere tal atavío. Vestidos de una sola pieza, de escote no pronunciado, con el largo por debajo de la rodilla y de manga francesa o hasta la muñeca. Discreción absoluta para que destaque la mantilla, auténtica protagonista junto a la peina. Todo lo demás ha de quedar en un segundo plano, incluidos los pendientes, collares y broches, pensados para aportar luz a tanto negro.

La escena se desarrolla en un salón donde la escasa claridad del día entra a cuentagotas por las ventanas opacas del ojopatio. Sin vistas a la calle, como en el drama lorquiano que encandiló mi adolescencia. Convendrán conmigo en que pocos finales existen con tal intensidad: "¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen". Federico en estado puro.

Al menos, en este Jueves Santo lluvioso participan hombres en la escena. Son los maridos de las mujeres a las que María Ramos coloca la mantilla y la peina. Toman un suculento desayuno a base de bizcocho, cortadillos, café y moscatel, que levanta el espíritu en horas de inclemencia meteorológica.

La modista acaba de ajustar la mantilla. / Rafa del Barrio

Una de las primeras en pasar por las manos de la artesana es Eva Caro. A sus 52 años, se viste por primera vez de mantilla, estreno que la ha tenido un mes sin dormir. Se emociona al verse reflejada en el espejo. "Lloro de felicidad", aclara. Lleva un conjunto hilvanado por los recuerdos. El anillo que le regaló su tía al cumplir los 40 años, la cruz de su padre cuando fue mayor de edad, la pulsera de pedida que era de su madre, la medalla de su abuela y unos pendientes regalados por su esposo. Cubre la cabeza con una mantilla de tres picos.

La colocación de esta delicada pieza sigue un proceso. Una vez clavada la peina sobre la cabellera, llega el turno de la mantilla. Para sujetarla sobre el pelo, Ramos emplea horquillas de moño y normales. Especialmente en días de viento como el de este jueves, puesto que los alfileres carecen de fuerza suficiente para el agarre. En la parte trasera, se va formando una especie de abanico sobre el moño. Pliegues radiales que, por un lado, facilitan un segundo punto de sujeción y, por otro, disimulan las horquillas usadas para fijar la peina. Encima se dispone el broche que aporta luz al tejido oscuro.

Colocación de mantillas. Un ritual del Jueves Santo. / Rafa del Barrio

A Eva no la abandona la emoción del instante. Se le saltan las lágrimas mientas se agarra al brazo del marido. Se hace infinidad de fotos con el teléfono móvil. "Limpia la cámara, que con tanto churrete va a parecer que estamos en un día de niebla en Londres", exclama a una amiga que se encarga de inmortalizar el momento. A esta sevillana le sigue Rosario Palomo en tan importante atavío (palabra muy de moda entre los expertos en vestimentas marianas). Luego llegan otras tres jóvenes -María, Patricia y Berta- que también quieren lucir mantilla y peina en esta jornada eucarística. En total, siete mujeres, número que simboliza la perfección, reto a alcanzar por la modista artesana en todos sus propósitos.

María y Patricia se estrenan con esta indumentaria, pensada en su origen para acudir a los oficios religiosos del Jueves y Viernes Santo. Desde los 18 años tuvieron ganas de cumplir con el rito, pero lo han ido postergando cuatro primaveras, hasta que les ha llegado el momento. El día, reconocen, "no es el que más invita a que nos la pongamos". "Le he quitado el vestido a mi madre", refiere María (sobrina de la modista) cuando detalla el origen del conjunto. Patricia, sin embargo, recurrió a internet para hacerse con el modelo. Lo encontró en Shein, página web donde usted halla todo tipo de ropa y a un precio sin flagelación en el bolsillo. El vestido le salió por 25 euros.

La fijación de la peina es básica en esta indumentaria. / Rafa del Barrio

María Ramos ofrece unos consejos antes de que las siete mujeres abandonen el taller. La mantilla cuadrada debe envolverse en un tubo de cartón que las tiendas de tejidos usan para sus artículos. Las de tres picos o volantes, en cajas, pero evitando doblarlas por la mitad, ya que de lo contrario se pueden romper. Respecto a las peinas, sin son de carey, hay que hidratarlas regularmente con aceite de oliva o de almendras. Se les coloca un paño encima y se meten también en cajas. Si se dispone de un cartón con forma de teja, mejor para su conservación.

Y atención siempre a esos timadores que pululan por las redes sociales que dan gato por liebre, entendiéndose por tal metáfora animal (ya que habíamos hablado del Arca de Noé) las mantillas que se venden como bordadas a mano cuando se trata de producción industrial. No han sido pocos los engaños sufridos por las clientas de Ramos.

En los palcos

Aunque para sorpresa, la que nos llevamos la tarde del Miércoles Santo en los palcos de la Plaza de San Francisco, cuando por momentos pensamos estar bajo los efectos de una ensoñación. Del ecuador semanasantero habíamos pasado a la noche del alumbrado de la Feria. Veinte días de adelanto gracias a la indumentaria con la que se presentó Minerva Salas, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla. Por primera vez (que se tenga memoria) una edil acudía al palquillo con mantón de manila negro en una clara simbiosis (que dirían los cursis de la palabra) de las dos Fiestas de Primavera. No le faltaba un punto cañí en su colocación, que tanto recordaba al artista Falete en sus mejores años.

El presidente de la Diputación, Javier Fernández; la portavoz de Vox, Cristina Peláez; la concejal del PP Minerva Salas (con mantón de manila) y el portavoz del PSOE, Antonio Muñoz. / Redacción Sevilla

Seamos benévolos, quizás estemos ante una prodigiosa innovación en el protocolo municipal (de ser así, ansioso estoy por que llegue el Corpus para corroborarlo). O Salas, en un alarde esperanzador, quiso anticipar la semana de farolillos a sabiendas de que la orfandad de cofradías estaba sentenciada. En todo caso, y como dictan los expertos en cuestiones de decoro, mejor tener a mano una chaqueta negra, fondo indispensable de armario para estos cometidos institucionales. En la discreción se asienta la elegancia.

Volvamos a la calle. El día continúa desapacible. Retrospección invernal. Pese a la animadversión de los cielos, los templos presentan la estampa típica de la jornada. Largas colas en el Gran Poder, la Macarena y la Esperanza de Triana. Tampoco faltaron en los Gitanos, en Santa Catalina (con fregona y cubo tras la puerta) y en El Silencio (alcanzaba la calle San Eloy). A la gente no le importa esperar aunque la lluvia arrecie. El agua, eso sí, despuebla la ciudad de mantillas (mucho menos que años anteriores) y de trajes de chaqueta. Un Jueves Santo despojado de su piel. Final lorquiano para la fiesta.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último