Tal día como hoy: Cuando la Macarena vistió de luto
En el altar mayor, ante un dosel negro, sobrecogía la conmovedora imagen de la Virgen de la Esperanza, que había sido vestida para la ocasión por Juan Manuel Rodríguez Ojeda asistido por la cámara Dña. Carmen Rodríguez, viuda de Mata, luciendo un luto inédito en su historia.
Sevilla/Tal día como hoy, un 31 de mayo de 1920, hace noventa y seis años la Virgen de la Esperanza Macarena apareció vestida de luto riguroso por la muerte del torero Joselito “El Gallo”. Dicen los entendidos que entre 1912 y 1920 se desarrolló “la edad de oro del toreo”, un periodo donde el número de corridas cayó en picado porque solamente interesaban las faenas de quienes dieron lustre dorado a estos años: José Gómez Ortega “Gallito” y Juan Belmonte. La dualidad tan característica de esta ciudad no tardó en fortalecerse y la división entre los partidarios del Gallo y los de Belmonte fue cada vez más notoria en todos los ámbitos de la vida cotidiana y, por supuesto, así se trasladó también a la Semana Santa.
Ello quedaría plasmado en situaciones tan incompresibles hoy como aquel episodio de la Semana Santa de 1916 (1) cuando un grupo de trianeros asaltó la iglesia de San Jacinto para llevar a la Esperanza de Triana a la casa de Belmonte o las carreras producidas al año siguiente por la sonora algarabía que levantó la presencia de ambos diestros en la entrada de la Macarena. Nada había cambiado en la Semana Santa de 1920 y ello lo testimonia la saeta dedicada a Belmonte que en la calle Feria se cantó al primer paso de Montesión y que posteriormente, al discurrir de la Virgen del Rosario, sería modificada para nombrar a Joselito:
“Padre mío de Montesión,
te lo pido de rodillas,
que le de suerte a Belmonte
en la Feria de Sevilla” (2).
Joselito “el Gallo” fue un macareno declarado. Además de ocupar cargos en la Junta de Gobierno, fue el principal mecenas y valedor de la revolución estética llevada a cabo por Juan Manuel Rodríguez Ojeda, a cuya causa no sólo aportaba generosos donativos, sino que también ofrecía corridas a beneficio de la Hermandad. Su donativo de 6.000 ptas. y los festejos taurinos que ofreció altruistamente hicieron posible la corona de oro de la Virgen. En esta segunda década del siglo XX la Macarena salía a la calle con las joyas cedidas por sus hermanas, que junto a su madre acompañaban a la Virgen tras el paso. Igualmente fue él quien regalase las famosas mariquillas, seña de identidad hoy de la imagen e impulsase la creación de la centuria entre otras tantas cosas. Tan destacado Macareno fue que en los últimos años de vida de su madre, la señá Gabriela Ortega Feria, la Virgen del Rosario modificó su itinerario procesional para visitarla en su casa de la Alameda de Hércules.
Distintas casualidades y vicisitudes llevaron a Joselito a aceptar torear en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920, una época en la que ocupaba el cargo de Consiliario de la Hermandad de la Macarena. El toro Bailaor, perteneciente a la ganadería de la Viuda de Ortega, desmontó la muleta de Joselito. Mientras éste intentó arreglarla, lo volteó cayendo de bruces sobre los pitones, que le abrieron el vientre. Joselito moría al momento en la enfermería (3).
Una vez embalsamado, fue expuesto en una improvisada capilla ardiente en la casa de la calle Arrieta en Madrid, vestido con un lujoso traje de corto con el que fue amortajado ante la imposibilidad de contar con la túnica de nazareno de la Cofradía de la Macarena, como era el deseo de la familia.
Sorprende la rapidez con la que la noticia llegó y se confirmó en Sevilla, pues aquella misma tarde un grupo de sevillanos conmocionados abrieron una suscripción popular de cuotas de 5 a 25 céntimos con las que comprar metros de crespón negro para confeccionar los lazos que se colocaron al momento sobre las columnas de la Alameda de Hércules (4).
La Hermandad de la Macarena fue una de las primeras entidades en mostrar públicamente sus condolencias, enviando la primera corona de flores que desde Sevilla llegó a Madrid. El día 18 de mayo el cadáver llegó a Sevilla para ser enterrado en un sepelio que quedará para la historia y que según los titulares de aquel día fue “la manifestación pública más grande que se ha visto en Sevilla” (5). Esa misma tarde, la Hermandad celebró un Cabildo donde se aprobaron los cargos de la nueva Junta de Gobierno, en la que Juan Manuel Rodríguez Ojeda ocupó el puesto de Teniente Hermano Mayor efectivo (6). La ocasión fue aprovechada para acordar y confirmar la intención ya anunciada de celebrar en San Gil unos funerales en honor del diestro. Aún así, el día 20 de mayo ya tuvo lugar una misa en San Gil, frente al retablo de la Virgen de la Esperanza, pagada por Luis Paraladé, Pedro Lacave y otras personalidades del mundo taurino, que reunió a un nutrido grupo de devotos y fieles gallistas (7).
Un día después, se celebraron en la Catedral de Sevilla las honras fúnebres en memoria de Joselito. A las exequias acudieron la familia al completo, una comisión de la Hermandad de la Macarena, lo más granado de la sociedad sevillana y los estamentos civiles y religiosos más importantes, así como el Cabildo de la Catedral al completo revestido con el terno de Viernes Santo. La Catedral estaba decorada con los ornamentos más ricos y en la Capilla Mayor se levantó un túmulo funerario de tres cuerpos cubierto por paños de terciopelo bordado en oro y rodeado por multitud de velas. Por si todo ello fuese poco, se cantó la gran misa de Eslava y las campanas de la Giralda no cesaron de doblar durante toda la jornada (8).
En definitiva, se habían organizado unos funerales con carácter regio y noble para un torero, que además tenía sangre gitana por vía materna. No se recordaba en Sevilla una celebración así desde las exequias por Felipe II y más recientemente por el cardenal Spínola. Lo acontecido encendió a los nobles y burgueses sevillanos, que escandalizados arremetieron con feroces críticas contra el Cabildo de la Catedral y muy especialmente contra la cabeza pensante de todo aquello, el canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. Éste no tuvo más remedio que defenderse por escrito mediante varios artículos publicados en El Correo de Andalucía (9), que levantaron un entusiasmo inédito entre los gallistas. Por ello, se abrió una suscripción popular para ofrendar al canónigo con una pluma de oro, que el de Hinojos quiso devolverla al pueblo: “La Macarena es Sevilla bajo palio, sea para Ella la pluma”. Al mismo tiempo, la Hermandad recibía gustosa la ofrenda y se comprometía a que desde ese mismo momento iría en la cintura de la Virgen todas las Madrugadas “para que el pueblo al ver la alhaja recuerde con cariño al escritor que supo hacerse intérprete de sus nobles sentimientos” (10). Como anécdota, cabe apuntar que aquella pluma fue realizada en la joyería de D. Antonio Romero y fue costeada por unas cuotas pagadas en su mayoría por el pueblo anónimo, contando con algún nombre destacado como el de los hermanos Manuel y José Font de Anta (11).
Parece ser que la pluma y el apoyo popular no fueron suficientes, por lo que los funerales que la Cofradía de la Macarena habían anunciado para el 31 de mayo de 1920 fueron vistos como la ocasión idónea para ratificar y sellar la postura gallista. El día 26 llegaba a Sevilla la Hermandad del Rocío de Triana y entre sus carretas venía Juan Manuel Rodríguez Ojeda, cuya devoción a la Virgen del Rocío le llevaba a paralizar la actividad de su taller durante la romería. En tan sólo cuatro días se las ingenió para hacer acopio de diferentes enseres de varias Hermandades y Parroquias con la que realizar la decoración luctuosa de San Gil que sorprendió por su solemnidad a los fieles, en su mayoría mujeres, que en la mañana del 31 acudieron a las misas por el alma de Joselito (12).
Además de las colgaduras y de la candelería vestida con crespones negros, impactó el esbelto catafalco instalado en el centro del templo. Sobre las andas del paso de la Virgen cubiertas por los faldones de salida se levantaban los restantes cuerpos del túmulo decorados con paños bordados y multitud de puntos de luces. Se remataba esta arquitectura efímera con un palio de tumbilla que custodiaba el arca funeraria sobre la cual se disponía la vara con lazo negro que portaba Joselito en la presidencia. En altar mayor, ante un dosel negro, sobrecogía la conmovedora imagen de la Virgen de la Esperanza, que había sido vestida para la ocasión por Juan Manuel Rodríguez Ojeda asistido por la cámara Dña. Carmen Rodríguez, viuda de Mata, luciendo un luto inédito en su historia.
La obra juanmanuelina revela a Rodríguez Ojeda como un artista especializado en el lenguaje simbólico a través del cual plasmaba ideas de gran trascendencia iconográfica. En esta ocasión, Juan Manuel podría haber recurrido a la indumentaria lúgubre con las que se vestía a las dolorosas en el siglo XIX y con la que él mismo conoció a la Macarena antes de iniciarse como vestidor con tan sólo 16 años. Sin embargo, optó por vestirla al modo que lo hacían las damas de la época, según puede apreciarse al ver retratos de estos años y sobre todo al contemplar las ilustraciones que publicaban las principales revistas de moda de entonces. La I Guerra Mundial había supuesto la revitalización de la costumbre del luto, retomando los usos y costumbres del siglo XIX. En este momento el luto solía dividirse en tres niveles que marcaban la ropa, los hábitos permitidos y su duración: el luto ligero, el medio luto y el luto riguroso (13). Éste último rango, reservado tan sólo a viudas y madres, fue el escogido para la Esperanza Macarena, pues su atuendo cumple con cada uno de los principios que lo caracterizan: el empleo del crespón y de telas sin brillo, la ausencia de ornamentos, el empleo de puntillas en los puños y cuellos cerrados y sobre todo en el recurso del velo “a la americana” (descubriendo el cara) que solía lucirse sobre la característica capota, enmarcando la el rostro en forma cuadrangular. Completaban aquella imagen la presea de oro, cuya ejecución fue posible gracias a la donación y corridas benéficas de Joselito, y el pañuelo regalado por el padre del difunto, “el señor Fernando”, a su regreso de América.
Al contemplar pormenorizadamente la fotografía completa de la Virgen, se puede percibir que la imagen estaba completamente vestida bajo las oscuras telas, pues se transparentan los bordados de la saya y se asoma parte del tocado. Este detalle ha sido interpretado como fruto de la improvisación del momento, pero conociendo el dominio que el artista tenía de los protocolos sagrados, puede interpretarse como el recurso simbólico de velar la imagen al modo del duelo litúrgico del Viernes Santo.
Tan sólo durante aquella jornada permaneció la Virgen así ataviada, tiempo suficiente para impresionar a todos los sevillanos que curiosos fueron a verla. Vestida tan sólo con las telas oscura la contempló Muñoz San Román, quien escribió al recordarla años después que estaba “aún más bonita y ganaba en belleza”, pareciendo la verdadera “Madre Dolorosa sevillana” (14). En esta línea resulta muy simpática la anécdota narrada por el periodista y escritor madrileño D. Agustín de Figueroa, Marqués de Santofloro (15):
“Hace dos años en Sevilla visité a la Macarena. Constelada esta imagen siempre de alhajas, como una divinidad del paganismo, la Virgen gitana aparecía de luto, sin una sola gema.
– ¿Por qué no luce la Virgen sus ricas alhajas?- hube de preguntar.
– Forastero, tiene usted que ser – me respondió el sacristán – ¿No sabe usted que ha muerto el rey del toreo, Joselito?”.
Frente a la impresión popular, también se levantaron ciertas ampollas en la jerarquía eclesiástica local y se produjeron algunas reprobaciones del Cardenal Almaraz. De ello no se tiene constancia documental, sólo lo apuntado por lo escrito años después por Chaves Nogales (16), por el testimonio oral que se ha ido manteniendo desde entonces y por algunas pruebas que evidencian cierta censura. En este sentido, basta sólo comprobar como, a diferencia de la prensa nacional, los medios locales sí obviaron el aspecto de la Virgen, un matiz llamativo si tenemos en cuenta la trascendencia de aquellos funerales, el interés que generaba todo lo relacionado con Joselito, las detalladas crónicas publicadas al día siguiente y el enorme impacto que causó aquella estampa. Pese a este silencio, la famosa fotografía del primer plano ya se había tomado. El autor fue Ángel Montes, que desde el año anterior se había asociado con el prestigioso fotógrafo Castellano para abrir el estudio Castellano-Montes en el número 167 de la calle Feria (17). A su socio le correspondió retocar la fotografía, su especialidad, detallando los pliegues del velo y dando una profundidad al manto. Este tipo de redefiniciones era una costumbre muy de la época, con la que se lograba distinguir la profundidad y los diferentes elementos compositivos. Seguidamente, Juan José Serrano realizó una copia con la que elaboró la maqueta que sería publicada diez días más tarde y por primera vez en la revista de tirada nacional “Mundo Gráfico” (18). En estas fechas, algunos diarios, recogieron la intención de Antonio Parra “Parrita” (19), hombre de confianza del torero, de escribir un libro sobre la vida y muerte de Joselito que sería ilustrado con las fotografías de la Virgen de luto. Llama la atención aquí como, a pesar del excelente material gráfico que ilustró aquella publicación, la crónica dejase constancia tan sólo de su firme intención por hacerlas públicas.
Poco después, la fotografía fue copiada y distribuida en postales por Castellano-Montes y Sánchez del Pando. Más tarde, hacia 1960, Serrano volvió a realizar una nueva copia ya en acetato, cuyas reproducciones han sido las más difundidas hasta la actualidad. Con el estallido de la Guerra Civil, Castellano y Montes disuelven su asociación y el primero se traslada a Portugal. Nada se sabe sobre el paradero de sus fondos.
Estas estampas fueron bastante difundidas y así sirvieron de inspiración a Rafael Alberti cuando por petición de Ignacio Sánchez Mejías escribió el poema “Joselito en su Gloria”. En el realismo de la imagen Rafael de León percibió los suspiros bajo su velo que popularizó la tonadillera Juanita Reina en la copla “Silencio por un torero” y López Alarcón supo describir aquel llanto tan humano cuando glosó el sentir general de la ciudad en la famosa letrilla del Canto a Sevilla:
Durante la postguerra, la Hermandad de la Macarena recibió constantes recomendaciones desde el arzobispado para que moderase la personalidad populosa y festiva que había definido su idiosincrasia en este primer tercio del siglo XX. En 1954 el Cardenal Segura corona canónicamente a la Virgen de la Amargura, en un claro gesto indicativo de cómo debían ser y comportarse las cofradías sevillanas. En este esfuerzo hubo quien desmintió los hechos narrados, incluso quien negó el luto riguroso de la Macarena aludiendo a retoques y manipulaciones fotográficas. Pero aquella visión de la Macarena permanecía aún en el imaginario colectivo y en el impresionante mausoleo que Mariano Benlliure había realizado para el Cementerio de San Fernando. Con motivo de la conmemoración del XXV Aniversario de la Coronación Canónica de la Esperanza Macarena, el profesor D. Jesús Palomero Páramo (19) despejó todas las dudas al descubrir la fotografía completa de la Virgen enlutada en el altar mayor de San Gil.
La Macarena de luto riguroso debe ser entendida como la materialización de un sentimiento colectivo, una creación conceptual de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, que caló rápidamente en el pueblo y que por su carácter transgresor molestó a los estamentos principales de la ciudad. Como tal es una imagen única, representativa de un momento clave de la historia y distintiva de los años veinte en Sevilla. El silencio y las versiones que rápidamente envolvieron lo sucedido han convertido esta historia un relato legendario, como otros tantos de la Semana Santa y de la propia historia de Sevilla. La calidad de la fotografía realizada por Castellano-Montes vino a enfatizar la capacidad expresiva que Juan Manuel supo imprimirle a la imagen con su atuendo, logrando convertirse en uno de los iconos más famosos de la ciudad, cuya fuerza visual sigue vigente hoy.
NOTAS DEL AUTOR.
La presente entrada es resultado de un minucioso trabajo de investigación desarrollado a través del análisis de las placas de vidrio originales, acetatos posteriores y reproducciones de la fotografía que representa a la Virgen de la Esperanza Macarena vestida de luto en primer plano y de la consulta de fuentes documentales y bibliográficas con el fin de obtener información y analizar las lagunas históricas que existían sobre el tema. Con ello se ha pretendido aportar datos inéditos, como fechas, nombres propios, características de la indumentaria de luto, objetivos del artista y autoría de la fotografía.
Mi más sincero agradecimiento a Elena Hormigo e Inmaculada Molina, técnicos de la Fototeca Municipal de Sevilla, por poner a mi disposición todos sus conocimientos técnicos y medios en el análisis de las placas de vidrio y acetatos allí conservados, lo que ha permitido desvelar la historia y autoría de la famosa fotografía.
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