Isabel Salcedo, guía de Illanes
Los autores del artículo repasan la historia del imaginero y su mujer, musa para muchas de las imágenes de Dolorosa que talló para las hermandades sevillanas.
EL próximo 2 de mayo se cumplirán 43 años de la desaparición de Antonio Illanes Rodríguez (1901-1976), uno de nuestros máximos representantes internacionales de la talla escultórica en madera y de lo andaluz, además de escritor, investigador y aficionado al coleccionismo y la fotografía. Hijo predilecto de Umbrete, centró su vida y proyección artística en torno a la ciudad de Sevilla, en la desaparecida casa-estudio de la calle Antonio Susillo, desde la que se movió hacia otros lugares de la península como Madrid, y distintos países de Hispanoamérica. En líneas generales, su obra religiosa triunfó en España, mientras que la de carácter profano lo hizo, categóricamente, en Montevideo (Uruguay). En cualquier caso, Antonio Illanes debe su popularidad a la cantidad y calidad de imágenes policromadas que salen en procesión en muchas poblaciones españolas y, muy especialmente, en Andalucía.
Junto a su excelente quehacer encontramos la colaboración inconmensurable de la que fuera compañera, esposa y musa del artista, Isabel Salcedo Martín, fuente inspiradora de muchas de sus creaciones escultóricas e, incluso, literarias. En este sentido, la Virgen de la Paz (la original de 1937-39, hasta su distorsión en la década de los 50) y la de las Tristezas (1942) de Sevilla, son los ejemplos que dieron mayor repercusión a la historia del poeta-imaginero y su mujer-modelo.
La peculiar pareja se casó el 28 de mayo de 1942, en la Parroquia de San Lorenzo, engendrando a su único hijo llamado Antonio Martín, allá por 1956. Años más tarde nacería Isabel Illanes, la nieta del excelente escultor sevillano que, curiosamente, vería la luz poco antes de que su abuela, Isabel Salcedo, editara en 1984 la obra póstuma literaria titulada Sevilla y yo, con la cual vino a cerrarse la Trilogía sevillana escrita por Antonio Illanes Rodríguez, junto a las anteriores publicaciones Del Viejo estudio (1965) y Del nuevo estudio (1967).
Mientras tanto, la pequeña de los Illanes creció en el entorno de la calle Feria sin la presencia física de su abuelo, nuestro famoso imaginero y personaje ilustre de las Bellas Artes del siglo XX, sin embargo, Isa tendría la suerte de acompañar a la musa del artista a lo largo de dieciocho años…
“Mi curiosidad iba cada vez a más cuando entraba en esa gran casa, aunque era la más bajita de aquella calle tan singular; entre esculturas, maderas, yeso y papeles, buscaba siempre alguna foto o leía algún escrito a lápiz de puño y letra de él, mientras que ella, sentada en su ya típica butaca, me esperaba a que me cansara de estar de un lado para el otro. Paciente y con una sonrisa me recibía, una sonrisa siempre marcada en aquel bello pero cansado rostro, una sonrisa que parecía imborrable, una sonrisa muy característica, no amplia ni tampoco seria, pero la misma con la que besaba mis ojos recordándome una y otra vez ‘si te hubiera conocido…’
Esos ojos, sus ojos, eran para mí más que un cielo y ya no sólo por el color que le destacaron, un verde claro (’como cien puñales verdes’, que le decía mi abuelo), azules casi y, a veces, aguados pero sonrientes…con algún matiz de tristeza pues su otra mitad, su gran amor, su parte izquierda hacía ya años que no la acompañaba, sin embargo, ese matiz de tristeza era contradictorio con su dulce sonrisa. A través de ellos me hizo conocer la figura de alguien importante, no sólo en lo sentimental sino como figura en mi ciudad o quizás, si me armo de valor, puedo decir que más allá de su Sevilla. Y no tuve la fortuna de conocerlo (o sí) pero ella me dejó un gran legado, la vida de el mago de la gubia ¡mi abuelo!, por lo que hoy puedo levantar la cabeza orgullosa y decir que sí conocí a ese genio, a ese poeta, a ese amante del arte, o a ese marido, a ese padre, a ese… mi abuelo, Antonio Illanes Rodríguez.
Gran amor mutuo se regalaban. Ella, su musa, modelo, acompañante, anfitriona, cordial de Sevilla, ella… mi abuela, donde yo, su reina (así era llamada por ella), era su más fiel oyente puesto que la escuchaba día tras día, con ansia de saber…cuando un Domingo de Ramos, antes de ir para la silla en calle Sierpes, corría a su casa (el estudio de mi abuelo), donde con sus ojos llenos de lágrimas, pañuelo en mano, me decía: ‘Mi reina, ya ha salido la Virgen de la Paz, ya es Domingo de Ramos’. Entonces una sonrisa se me dibuja en mi rostro y un escalofríos de nervios inundaba mi estómago y corazón a pesar de las lágrimas de ella, mientras en su televisor la Virgen de la Paz se mostraba majestuosa por las calles de Sevilla.
Enamorada de él hasta su último día, viviendo de aquellos recuerdos entre tantos viajes, fiestas, actos, amigos y un sinfín de historias… que hoy tengo la fortuna de mantenerlos vivos en mí gracias a ella, a través de esos ojos que se me grababan cuando me hablaba al mismo tiempo que miraba el cuadro de Cantarero, con una pintura de mi abuelo, y un ‘¡ay, Antonio…’ salía de entre sus labios, entremezclados con una sonrisa dulce…y sus ojos, con matiz triste en ese delicado rostro, pese a su edad, de esas manos delicadas y uñas cuidadas, de esa dulzura y a la vez firme y defensora de sus propias ideas, orgullo como mujer; no era simplemente mi abuela, no era simplemente la musa de mi abuelo y el pilar más importante en la vida de su esposo, no era simplemente la mujer de; ella, esa mujer de apariencia frágil y guapa, caminaba siempre erguida con la cabeza alta y estirada, orgullosa de ser como era, de tener a buen recaudo sus pensamientos; una mujer independiente y familiar que con orgullo decía su nombre, ‘Isabel Salcedo, viuda de Illanes’”.
Mas, regresando a las dolorosas en las que Illanes se inspiró en su esposa, debemos decir que existió una tercera imagen en la Semana Santa de Sevilla que a pesar de haberla realizado su autor en diciembre de 1971, cuando el mismo se hallaba al borde del agotamiento vital e Isabel Salcedo ya era una señora madura, se evidencia que el imaginero acudió a un reportaje fotográfico fechado en 1942 (realizado por él mismo, muy posiblemente), en el que vemos a su musa posando, captada como nunca antes la habíamos visto. Aquella Virgen de Guía, de la Hermandad de la Lanzada, hoy remodelada y borrada su paternidad a principios de los 80, si bien es cierto que su planteamiento original tuvo resultados diferentes a los esperados, esta imagen se muestra menos afligida y más resignada en su expresión, quizás porque miraba con ilusión a la primera obra del creador o porque en ella rejuvenecía el amor…y la alegre y contrastada primavera sevillana.
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