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El Gran Poder en un mar de móviles

Una imagen cada vez más habitual en las procesiones y actos multitudinarios en general

El Gran Poder entre un mar de móviles / RR.SS.
Pablo Lastrucci

08 de noviembre 2021 - 14:16

Cuánta razón tiene el productor Juan Lebrón cuando dice que la película Semana Santa no se podría repetir en nuestros días. Entre otros elementos, las pantallitas y los flashes de los móviles hubiesen contaminado visualmente la escena, hasta el punto de hacerla no apta para la gran pantalla. Este sábado, el Gran Poder navegó en un mar de móviles. Qué horror. Esta moda de hacerle fotos y vídeos a todo, a cada momento, es digna de estudio.

Personas que se llevaron horas esperando la llegada del Señor en la Plaza de la Campana, por citar uno de los lugares de mayor expectación, para luego verlo todo a través de una diminuta pantalla. El 4G estaba colapsado; las redes sociales también. Miles de vídeos y fotografías de escasos valor, frente a las brillantes imágenes que ofrecían los medios de comunicación, en ocasiones increpados por parte del público por ponerse delante del paso.

Ahí está la excepción. Los profesionales que hagan su trabajo, aunque no exentos de tener tacto con el entorno. En las acreditaciones de prensa no va implícito el derecho, sino el permiso. Ellos forman parte de la otra santa misión, la de llevar quienes no pueden ir a su encuentro la presencia del Señor.

Todos tenemos derecho a usar el móvil, hasta ahí podíamos llegar, pero ¿tenemos derecho a molestar? Había devotos que tenían que esquivar los brazos y los palos selfis para poder verle la cara al Gran Poder, en los escasos minutos que tarda en pasar ante nuestros ojos. El grandes concentraciones deberíamos tener una actitud colectiva más respetuosa, y sobre todo menos egoísta.

Cada vez hay menos gente que se santigua ante las sagradas imágenes en la calle. Hacer la foto, mandar el tuit, subir la story, o mandar el post... No quedan manos para persignarse, ni ojos para ver a Dios. Los móviles, y especialmente las redes sociales, nos han convertido en sus esclavos. Suerte que de vez en cuando pueden quedarse sin batería. Ahí se abre otro mundo ante nosotros: el de verdad.

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