Día y pico con la Judea
Reliquias de la provincia
El abanderado, el pajineta y el calamillo son célebres personajes que integran la peculiar legión de romanos y judíos que acompaña a Jesús Nazareno de Alcalá de Guadaíra.
FICHA TÉCNICA
La Judea
Día: Jueves Santo y Madrugada del Viernes Santo.
Lugar: Parroquia de Santiago, puente del ferrocarril y cerro de San Roque (Calvario).
Acto: Se trata de una peculiar comitiva integrada por hermanos de la cofradía que encarnan a soldados romanos y judíos que se encargan de prender a Jesús y llevarlo hasta el Calvario, donde se encuentra con su Madre y San Juan Evangelista.
Un rito que dura más de un día. En Alcalá de Guadaíra -la de los panaderos-, el Jueves y Viernes Santo están hilvanados por la Judea, una tradición que hunde sus raíces en las legiones romanas y que ha llegado hasta nuestros días formando parte de la cofradía de Jesús Nazareno, la que en la mañana del Viernes Santo sube hasta el cerro del Calvario para escenificar el encuentro del Señor con su Madre y San Juan Evangelista. Hasta tal punto llega dicha unión, que no puede entenderse esta hermandad sin los partícipes de la peculiar comitiva.
El Revoleo de la Bandera. Así se conoce en Alcalá a la Ostensión de la Seña, un rito que, según Vicente Romero, hermano mayor del Nazareno de este municipio y académico de la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla, se remonta a las costumbres funerarias de los ejércitos de Roma. Este alcalareño ha publicado numerosos artículos sobre dicha tradición, recopilados en el libro Jesús de Alcalá, editado por la Diputación. Romero recuerda en dicha obra que en las legiones del imperio romano el vexilum (bandera militar) era batido sobre el féretro del caudillo fallecido para que la insignia se impregnara de su valor. Posteriormente, se tremolaba sobre los mandos con el fin de que éstos recibiesen su espíritu.
Una vez cristianizado el imperio, la Iglesia de Oriente celebraba la Semana Santa batiendo la bandera sobre el altar de Cristo y luego sobre los sacerdotes con el mismo fin: impregnarla del espíritu del Señor -a través del ara del sacrificio- para que lo recibiesen los ministros eclesiásticos. San Leandro, durante su exilio en Constantinopla, conoció este ceremonial, de ahí que cuando fuera nombrado arzobispo de Sevilla lo instaurase en el templo metropolitano, donde el rito se mantuvo hasta la mitad del siglo pasado, según sostiene el referido investigador.
El ritual se instauró en las parroquias de muchos municipios de la provincia, como la de Santiago, en Alcalá de Guadaíra. Así lo recordaba el historiador Leandro José de Flores en un manuscrito de 1824, que recogía varios detalles sobre la ceremonia. Por aquel entonces, la bandera que se batía era negra con una cruz roja que la atravesaba por completo. Esta insignia es el origen de las banderas de las hermandades que se integran actualmente en los cortejos penitenciales con los colores identificativos de cada corporación.
Cuando la ceremonia dejó de celebrarse como acto litúrgico en las parroquias, se trasladó a la calle. Ahí surge, según Romero, el Revoleo de la Bandera. El ritual se impregnó, entonces, de otras tradiciones que llevaban a cabo las hermandades nazarenas que eran filiales del Silencio de Sevilla. Estas corporaciones, además de hacer estación de penitencia, escenificaban también los pasajes de la Pasión y Muerte de Cristo, como el citado encuentro entre Jesús y su Madre. Era la conocida como Biblia de los Pobres, en la que participaban diversos personajes evangélicos interpretados por los cofrades.
El rito de la Judea comienza en Alcalá a las nueve de la mañana del Jueves Santo, cuando se revolea por primera vez la bandera delante de la iglesia de Santiago y se exhibe la sentencia a muerte de Cristo. Hasta allí llega la comitiva. Se trata de una decuria romana formada por el signífero, que porta el Senatus. A su izquierda se sitúa un personaje vestido de judío que toca el tambor y a su derecha, otro que hace lo propio con el calamillo (flauta militar). Detrás viene la decena de lanceros romanos distribuidos por parejas. En el centro desfila el abanderado (quien revolea la bandera) y el pajineta, un niño vestido de soldado romano que, al son del tambor y la flauta, bailará una danza tradicional -similar a la de los Seis- mientras toca el palillo sobre el tablero de la sentencia de Cristo. Cierra la comitiva el capitán (decurión). Una vez que han entrado en la parroquia, inclinan la cabeza ante el paso del Nazareno, en señal de respeto. El capitán presenta armas y ordena la formación de custodia. En ese momento, dos lanceros pasan a escoltar a Jesús. Los cambios de guardia se realizan a las 11:00 y 12:30. Este rito -que antes se celebra por la tarde, ante el monumento al Santísimo- concluye a las 14:00.
El ritual continúa al salir la cofradía, ya en la Madrugada del Viernes Santo. A la 1:45 la Judea vuelve a la puerta de Santiago. Cuando suenan las dos en el reloj de la torre parroquial, el decurión golpea dos veces el aldabón derecho de la puerta, que se abre al instante. Empieza a salir el cortejo penitencial. La hermandad saca a la calle tres pasos. El primero está presidido por Nuestro Padre Jesús Nazareno, obra de Antonio Illanes, bendecida en 1938. Se trata de una de las imágenes de mayor devoción del área metropolitana de Sevilla. San Juan Evangelista, realizado también por Illanes, en 1942, sale en el segundo paso. El tercero es el paso de palio de la Virgen del Socorro, una Dolorosa tallada por Sebastián Santos en 1940. Luce bambalinas de malla y manto azul bordado en oro.
La Judea se coloca delante de la cruz de guía, abriendo la cofradía, hasta que ésta llega a la calle Alcalá y Orti, momento en el que el capitán, el judío que toca el tambor, el calamillo, el abanderado y el pajineta quedan a la espera de que venga el paso del Señor. Cuando el cortejo alcanza el lugar donde estuvo la antigua cárcel (en la confluencia con las calles Herreros y Orellana), se revolea la bandera en recuerdo del preso que se liberaba al transitar por allí Jesús Nazareno, indulto que se mantuvo hasta principios del siglo XIX.
A partir de ese instante, el abanderado adquiere un protagonismo especial. Batirá en tres ocasiones la insignia con un movimiento horizontal y bajo. Es el conocido como rito de la burla, que se inicia en la calle Perejil y finaliza antes de llegar al viejo puente del ferrocarril, bajo cuyo arco se sitúa el paso. En ese momento, a punto de amanecer, se procede al prendimiento. El decurión desenvaina la espada con la mano derecha y la alza a la vez que grita: "¡Prenderlo ahí!". Dos lanceros que lo acompañan cruzan sus armas delante del paso, que retrocede. Otros dos lanceros situados detrás también cruzan las lanzas, con lo que Jesús se convierte en reo. La escena se repite en tres ocasiones. Comienza entonces el rito de la custodia al cerro del Calvario. Tres lanceros se colocarán en cada costero del paso y el resto de la formación, delante del Señor. Durante la subida no se revolea la bandera, se hace el toque de noche con el tambor y no suena el calamillo.
En la explanada del Calvario se procede a escenificar el encuentro de Jesús con María en la calle de la Amargura. La noche ya ha acabado. La secuencia guarda bastante similitud con la del Mandato de Marchena, descrita en la primera entrega de esta serie. Según Romero, fue un acto común en otros municipios y hasta en la capital hispalense, donde la cofradía del Silencio la representaba en la Plaza del Duque. En ella los tres pasos se saludan y un sacerdote narra el sermón. Se cantan las saetas alcalareñas, que conservan la entonación primitiva, antes de que se convirtieran en un palo del flamenco. El abanderado vuelve a revolear la bandera. El pajineta exhibe de nuevo la sentencia de Cristo. Finalizada esta ceremonia, el resto de la formación regresa delante de la cruz de guía. Sólo cuatro lanceros -dos por costado- custodian el paso de Jesús con las lanzas a la funerala (invertidas).
El rito final tiene lugar a la entrada de la cofradía. En la puerta de Santiago se revolea por última vez la bandera ante la cruz de guía, que se inclina levemente. Este gesto simboliza que el Señor ha muerto y su espíritu pasa a los miembros de la hermandad. Al situarse el paso de Jesús en el pórtico, los judíos hincan la rodilla en tierra y descubren sus cabezas, en clara referencia a los guardianes del sepulcro que cayeron a tierra cegados por la luz de la Resurrección. Todos los lanceros mantienen sus armas a la funerala. El capitán desenvaina la espada y la coloca con la punta en el suelo, como hizo Longinos en el Calvario. Toda incredulidad cae rendida ante la evidente divinidad de Jesús. Él es el verdadero Hijo de Dios. Cuando el paso del Señor entra, la comitiva se marcha rompiendo la formación. Acaban así más de 24 horas con la Judea.
Desde principios de la década de los 90 un grupo de miembros de la hermandad integra esta peculiar comitiva, ya que antes eran personas contratadas por la corporación. Una tradición que, entre otros motivos, ha logrado que la Semana Santa alcalareña sea declarada Bien de Interés Turístico Nacional. No es para menos, un rito que dura día y pico.
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