Detrás de Dios
Hoy, como cada Domingo de Ramos, Sevilla volverá a ser la ciudad del Dios del Amor
TRANSITARÁ nuevamente la ciudad en esta tarde la sombra cuya memoria te acompaña permanente durante el resto del año. Resbalará la liviana túnica sobre los hombros ya caídos y será el verdadero recordatorio del inicio de ese camino secreto e interior de cada cuaresma. Porque ella sí, no la ceniza, sólo ella, será la postrera compañera en abrazarte cuando acabe esta larga estación de penitencia que culminará el día en que tu nombre no figure grabado a fuego en los grandes tablones de la lista, cuando comiences a vislumbrar sobre la rampla la sonrisa del niño que fuiste, la alegría del joven, la madurez del adulto, la comprensión del anciano que hoy, nuevamente hoy, accede al patio del Salvador por el mismo túnel abovedado de hace casi un siglo.
Te has plantado frente a él. Sólo un instante tu menguado pero aún derecho porte contemplará ese sueño dulce y reposado, ese perfil que ha arropado tus sueños desde siempre, porque es la última imagen que miras cada noche al acostarte desde que aquellas manos de mujer la colocaron en la mesilla. Me imagino el cruce de palabras, de agradecimientos, de peticiones. No serán las últimas en esta tarde que se pierde pero sí las únicas que le digas cara a cara.
Te reconozco en la misma esquina, dispuesto a subir la escala de mármol que lleva a este gólgota dorado donde está colgado el Amor de Dios. Detrás, cientos de cruces negras se disponen como eslabones enlazados de una larguísima cadena. El entrechocar de los recios tablones al ser descolgados de las perchas suena a matraca antigua de Viernes Santo, a aviso, a campana sorda para cuantos siguen al hombre del madero. Nadie pregunta el por qué; hoy, aquí, ahora, es la hermandad, la fraternidad de los hombres del Amor la que se hace presente.
Como un rito que se realizara diariamente has saludado a tu derecha y a tu izquierda. No falta nadie, "el Señor ha sido bueno con nosotros y estamos alegres". Recoges tu palermo, tu cirio apagao, e inicias el camino. El canto entre las naves de lo que bien podría ser el más hermoso himno de esta ciudad sin himno suena solemne, como un mandato imperativo que te acuciara a ti también a ser las manos del Amor, los brazos del Amor, los ojos abiertos de este Dios dormido: "Recorre por tu Amor Sevilla/ recorre la infeliz ciudad/ y ve sembrando la semilla de tu bondad."
Suena un golpe seco, dos, tres y el Amor se eleva. Estás parado, conoces el camino, tu camino porque él te lo marcó hace casi nueve décadas cuando lo iniciaste bajo el mismo cielo negro delante de la acémila. Hoy es la espalda de Dios, esa espalda de Dios humano, esas costillas marcadas por la tensión las que, como cada año, se han clavado en tu mirada.
Hace ya tiempo que elegiste definitivamente ese puesto en la cofradía. Seguir a Dios, seguir al Amor, contemplar la Cruz, apresarla con la mirada el mayor tiempo posible. No podías estar toda una noche sin saber que está ahí, sin tener la certeza de que te espera, de que nos espera. Te observo entre las cruces, en silencio. No bajas la cabeza, tu rostro es una prolongación de esos polluelos que picotean el nacarado pecho del pelícano. Me imagino tus ojos de felicidad infantil, casi un siglo de fidelidad, casi un siglo de entrega, casi un siglo de amar al Amor.
Es posible que hoy, que durante esta semana algunos, o tal vez muchos, no lleguen a vislumbrar la grandeza de quien ahora se alza entre los naranjos, poderoso, abarcando en un silencio inquietante toda la plaza desde la altura. Puede que algunos, tal vez muchos, no lleguen a entender la magnitud de cuanto se esconde en la liturgia que realizas y se entretengan en aficiones pueriles, vacías de contenido y tradición, hueras de dignidad, secas e inconsistentes. Quizá algunos, o tal vez muchos, no lleguen siquiera a distinguir entre el humo los brazos abiertos, llenos de misericordia del Amor que espera.
Y no obstante todo ello tú seguirás ahí, detrás del Dios que cambió la historia, tras las huellas del hombre que transformó tu vida, seguro de que cuando la sombra de tu túnica no recorra la ciudad, la fidelidad de otras manos apresarán el mismo palermo; de que una vez que lo contemples frente a frente, otros ojos ilusionados se clavarán en su espalda; de que cuando la perseverancia tenga su premio, otro hermano del Amor de Dios quedará místicamente prendido del sembrador de la bondad en esta ciudad que hoy, como cada Domingo de Ramos, volverá a ser la ciudad del Dios del Amor.
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