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Carmona firma una jornada para la historia de sus cofradías

Los carmonenses se vuelcan con la procesión Magna Mariana que recorrió la ciudad como colofón a las Semanas Misioneras de las parroquias

Las imágenes de la Magna Mariana de Carmona

De Sevilla a Carmona: las joyas patrimoniales que se podrán ver en la Magna Mariana

Carmona firma una jornada para la historia de sus cofradías

El sol se resistía; su esfera tibia y macilenta no terminaba de remontar las cimas sin ocaso de los Alcores. Es complejo sobreponerse al lucero de los tiempos. Antes incluso que la propia nada ya había nacido Carmona. Amaneció, en suma, a pesar de una aurora grisácea que retiraba los colores y las luces.

"Qué no habrá visto Carmona", coinciden los expertos e historiadores. Tartessos, Cartago, fenicios... Hasta el propio César lo escribió: Carmo, quae est longe firmissima totius provinciae civita. Esto es, la ciudad más fuerte de toda la provincia Bética. Por eso se ha sobrepuesto a los milenios -cinco, ni más ni menos- y se yergue poderosa, como un gigante en calma, implacable en su piel y en sus crónicas.

Pero no todo había sucedido en Carmona, que en una tarde cualquiera de verano se vistió de historia para escribir un capítulo más en el libro de las cosas imposibles. Amaneció, insitimos, en los confines de la Vega, y la luz toda desplegó sus aleros andaluces en las fachadas, las piedras, los capiteles, los torreones. La Semana Santa de la ciudad se concentraba en el aire, en la atmósfera de quien se sabe inscrito en la consecución de un milagro.

A las diez de la mañana un cerrojazo sonoramente unánime descorrió los portones de Santiago, San Blas, San Felipe o San Bartolomé, cuyas epidermis pétreas se dejaban tildar con la gracia de las colgaduras y los gallardetes. Y una identidad toda se mostró sin reparos ni tapujos ante los cientos de visitantes que ya poblaban Carmona -invasión circunstancial- desde incluso la tarde del viernes, cuando la cofradía de los Servitas cruzó 138 años después la puerta de Sevilla en dirección San Pedro. Todo agotado en alojamientos, hospederías y parador desde la primavera.

El ambiente de la magna en Carmona. / Manuel Lamprea

Se cerró el mediodía con su hachazo de fuego estival y los cofrades encontraron descanso y tertulia en las tabernas y restaurantes. De no ser por los vallados, los primeros músicos y los programas de mano, pareciera todo un día más del largo verano sobre todas las cosas. Las siete. Revuelo en Santiago. Media hora después, arrancaba la Magna Mariana con la primera de las procesiones, la Virgen de la Paciencia, que de primeras nos causó un impacto temporal sin precedentes: ese paso de palio y ese manto son irrepetibles en cualquier punto de la península por su originalidad y singularidad.

Poco a poco, la autovía de Córdoba invitaba al resto de cofrades al desvío de la Necrópolis. El Recinto Ferial y otras balsas de aparcamiento quedaron completas por cientos de turismos y autobuses. El verano se tornó en primavera conforme caía el sol y a las nueve y diez de la noche estaban los trece cortejos en la calle. El Paseo del Estatuto recordaba a una de esas litografías antiguas, a un grabado decimonónico en forma de tira periodística, de lienzo mural en el que se recogía la religiosidad popular de todo un pueblo. Abría la carreta rociera y cerraba el palio de Santiago. Unidas por el cordón de los siglos, diferentes advocaciones dispusieron -cada una en su estética y estilo- la configuración de un barrio, un cortejo o una escuela artística: Dolores, Auxiliadora, Esperanza, Mayor Dolor, Angustias, Soledad...

Los fotógrafos y algunos cofrades se agolparon temprano en el entorno de la Puerta de Sevilla para captar la fotografía de la tarde que se recordará por siempre: todo el cortejo de pasos de palio desfilando y rasgando el velo de las civilizaciones. Es el arco de los cartagineses, los fenicios, los romanos, los musulmanes... Calle Prim, San Fernando, y Santa María, donde esperaba la patrona inmemorial de la ciudad, la Virgen de Gracia, que saldrá en procesión extraordinaria en el mes de septiembre. A las once y media se alcanzó el cenit de la Magna, mientras aún resonaban fuera las bandas de música estáticas que se dispusieron en todo el recorrido oficial: en el interior de Santa María tan solo se distinguía la luz de todas las candelerías de los palios. Bajo una misma bóveda, bajo las naves de esta catedral del mundo, todos los luceros de Europa reunidos en un instante. Absolutamente inolvidable y, con toda seguridad, irrepetible.

Un momento de la procesión magna. / manuel lamprea

A eso de la una de la madrugada se cerraron las puertas de la Prioral y todos los cortejos regresaron paulatinamente a sus barrios, con sus gentes, por calles imposibles donde solo pueden discurrir los palios de Carmona. Jamás se borrará de la retina el palio de Nuestro Padre sorteando los geranios y las rejas, el sonido de las bambalinas de Olmo con las Angustias, el desgarro de los Dolores de madrugada por San Pedro, el bullicio de la Esperanza, el señorío del Rosario... Nos deberíamos detener en todos y cada uno de ellso por su singularidad: orfebrerías del XVIII y XIX, imágenes del XVII, bordados decimonónicos, pasos que cruzaron el puente de barcas... Duque Cornejo, Montañés, Buiza... Petaladas, fuegos, cantes, vítores...

Es imposible condensarlo en una sola crónica. En una hora pasó ante nuestros ojos medio milenio de Semana Santa. Lo contaremos a las futuras generaciones. Tantos imperios, reinos, colonos... Y hemos sido nosotros los partícipes. A las qué importa de la mañana se apagó para siempre, en San Blas, el milagro de julio, y regresábamos a casa recomponiendo en la memoria lo que habíamos visto o creíamos haber visto. Nadie sabrá nunca si aquello fue cierto. Fuimos dichosos y afortunados. Nada es para siempre menos Carmona. Carmona siempre será para siempre.

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