Cárdenos en el cielo y en el alma
Soñando despierto
Viernes Santo. Todo está a punto de consumarse, el drama del Gólgota va a dar paso a la Resurrección y sólo cabe rezar porque este amargo cáliz deje el menor daño posible
TODO está a punto de consumarse y cuando estos papeles lleguen a sus manos, Sevilla seguirá soñando en su día más largo. Será en el deseo de que las aguas vuelvan por donde solían y que lo de este año se recuerde sólo como una pesadilla que nos llegó de forma tan cruel como inesperada. En la amanecida habría habido frío bajo los vencejos de San Lorenzo mientras el Gran Poder terminaba de repartir amor entre su gente. Los sueños, sueños son en la amanecida sobrecogedora de este día lleno de luto en la añoranza del paso largo del Señor, de la mayestática sobriedad de la Madre y Maestra, la conmoción del Calvario más la explosión de las de capa que vienen del Arco, de Triana y del viejo Jardín del Valle.
Avanzará la mañana y se atemperarán los cuerpos cuando tres cortejos muy singulares se imaginen rumbo a sus lugares de procedencia. Dicen que pocas estampas tan bellas como al Señor de los Gitanos coronar Argote de Molina cuando ya el sol intenta ganar su batalla diaria y el aire huele a pan nuevo. Formidable imaginar cómo la gente del bronce sigue a Manué conmovida con esa forma tan peculiar de ir ganando terreno a base de amagos y temple, una barbaridad de temple en cada zancada.
A esa hora, el Arenal debería estar vibrando con la Esperanza morena de Pureza desde el Arco del Postigo hasta donde estaba el Pópulo, aquella cárcel urbana de donde surgían saetas preñadas de agravios y reivindicaciones de los que allí penaban sus errores. Ensoñación en los alrededores del Baratillo cuando el Señor avanza por Adriano y le sigue la Virgen en volandas de una Triana como con prisas por volver a Triana. Las prisas llenas de lógicas de una gente entre la que abundan los que son tan trianeros que estando en la calle Sierpes se consideran extranjeros.
Y al Norte de la ciudad, la Macarena también deseando llegar a la Macarena. Quien no ha visto llorar a la Macarena cuando dobla de Cuna y el sol le da en la cara por Laraña no sabe cómo es la cara auténtica de la pena. Tremendo misterio éste de la Macarena, Gioconda a lo divino que fuerza el paso para volver a su casa, tal como exigía Marta cuando la Coronación: “Te fuiste para tres días y tardaste siete en volver, Madre mía Macarena, no me lo vuelvas a hacer porque me muero de pena”. Saeta cantada en Parras por la saetera macarena, cuyas cenizas reposan en el jazmín lunero que circunda el atrio de la Basílica.
Seguirá la fiesta en Triana bien superado el mediodía y se estará fraguando la salida a la calle del Cachorro, ese gitano expirante que se resiste a que su último soplo de vida no sea de Triana. Y en esa Triana sin la que apenas tendría sentido nuestra Semana Santa, La O desde Castilla, y en el Arenal, la Carretería, aristocracia azul de terciopelo que irá por delante de la Soledad de San Buenaventura en un día que suele ser de cielos bajos como rememorando aquella tarde en el Gólgota de truenos y centellas.
San Isidoro con Jesús caído y ayudado por el impresionante Simón de Cirene que esculpiese Francisco Antonio Gijón, el mismo que tallara el Cachorro y con eso está dicho todo. Montserrat con su Cristo de Juan de Mesa y en esto que baja por Dueñas un extraño cortejo lleno de luto y de duelo abierto por un grave muñidor que nos mete en el túnel del tiempo cuando el entierro baja por Dueñas. Era cita obligada con un grupo de cabales ver la Mortaja, ese entierro que en esta tarde de cárdenos en el cielo y corbatas negras tomaba rumbo a Sor Ángela.
En este día, penúltimo capítulo de la gran celebración, se masca la pena negra, todo es Cachorro en esta atardecida brumosa y como de velo rasgado. Todo es muerte, nada más que muerte por las calles de una Sevilla escenario de la mayor ópera urbana que se da en Occidente y cuando ya sea muy alta la madrugada en Triana, la soleá del Zurraque se hará saeta para ese Cristo que expira mirando a Triana tras haber sobrecogido a toda una Sevilla que vive sin vivir en ella porque todo se ha consumado y son muy pocas las cosas que siguen teniendo sentido.
Pero a la gran escenificación le falta el remate y un día después del Consumatum est se produce la media verónica que es cómo todo se funde a negro con el cierre de San Lorenzo tras recogerse la Soledad. La Soledad es la imagen preferida por los que habitan en ese barrio señero y que es el Reino del Señor. Pero en este Sábado Santo de Esperanza trinitaria que viene por calle Sol y por calle Sol no cabe (Rodríguez Buzón dixit) hay un poso de tristeza por lo que se acaba. La Canina le pondrá la nota lúgubre a un día en que las cosas ya van camino de ninguna parte y por Santa Isabel, la entrada de los Servitas merece mucho la pena.
El Sábado Santo es el día más joven de la celebración, pues data del cambio litúrgico que le mutó de Gloria a Santo. Con el punto final que la Soledad pone en San Lorenzo se acaba el mayor rito. Este año no ha podido ser, se nos ha cruzado una terrible pandemia que nos ha dejado en casa a todos, a nosotros y a los pasos para llevarnos a la sublime decisión de imaginar un imposible. Pero es un sueño que tenemos bien despiertos que deseamos no se repita, que sea sólo una mala pesadilla que deje el menor daño posible. Amén.
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