Cara y cruz como la vida misma
La lluvia descompone la primera jornada laborable de la Semana Santa. El Polígono, que se ha quedado en el Salvador y Santa Genoveva se mojaron a medio día. El agua reaparece por la noche y desbarata el final.
Dos de la madrugada del Lunes Santo en la calle Sierpes. Un grupo de jóvenes que portan los avíos para una botellona pisa las bolsas de basura y el laterío que ha dejado el público de pago de la carrera oficial a la altura de la papelería Ferrer. A esas horas, Sierpes no es que sea la habitual boca del lobo, que lo es, sino que por ella parece que han pasado los lobos dejando una alfombra vergonzante de desechos. El público de la carrera oficial tiene mucho del espíritu de Atila. Uno de esos jóvenes grita balbuceante al amigo: "¡Quilloooo, qué asco tío! ¡Colega, esta es la gente cívica que quiere a Sevilla y que ha dejado esto lleno de mieeeerda!" Tan sólo un rato antes la Amargura pasaba por Cuna dando el mejor pregón de la Semana Santa más auténtica a los sones de Margot. Un niñato rompe la magia del momento con tres voces por Cerrajería. Alguien del público reprueba su actitud. La niñata que acompaña al niñato responde envalentonada: "¡Esto es la vía pública! ¡A vé si no vamos a poder hablar en la vía pública!". Sigue sonando Margot. La cofradía de San Juan de la Palma inaugura el Lunes Santo con todo su golpe de belleza clásica, de compendio para explicar con rapidez y tino al ignorante en qué consiste esto de la Semana Santa. La Amargura es bonita hasta con las setas de fondo de la Encarnación, cuando una calle Imagen semivacía entrega al cortejo albo a los dominios de la angostura de Santa Ángela. La Policía Nacional, por cierto, convirtió en inhóspita la otras muchas veces recóndita y preciosa esquina de Santa Ángela con Alcázares al utilizar ésta como aliviadero de cangrejeros con anhelos de convento. Se lió tan parda como cuando la Policía Local se pone a regular los semáforos. Con lo bien que funcionan los semáforos sin los agentes. ¿Y no dicen los políticos que los sevillanos (y las sevillanas) siguen siendo catedráticos en la bulla? Va a ser que no.
lluvia cruel
Y llegó su majestad la lluvia. Con toda su crueldad por el momento escogido. La lluvia hiere de muerte a la Semana Santa con una crueldad de niño. Sin piedad. La lluvia rompe, sesga, desbarata, maltrata, evidencia la cara vulnerable de la Semana Santa. Provoca la entrada en escena de las máscaras de la tragedia griega. Unos lloran, otros sonríen. Como la vida misma. La lluvia deja el Lunes sin los barrios. El Polígono hizo suyo el Salvador, llevó el espíritu de la Sevilla de hoy a la Sevilla de siempre, de la que viene animosa con madres enmochiladas junto a los nazarenos a la que preparaba los trajes oscuros para el traslado de Pasión. El Polígono subió la rampla. Fusión de ciudades. ¿Bondades de la crueldad? O simple y pura crueldad. Sin más.
El fiscal de cruz de guía del Tiro recibió la fatal orden de meter la marcha atrás cuando estaba a la altura de la calle Valparaíso soñando ya con alcanzar el parque de María Luisa. El Tiro se volvió al Tiro. El Señor fue bajado del paso y colocado en el altar mayor de la parroquia para recibir las oraciones de una ingente masa humana durante toda la tarde. Los pasos fueron protegidos por bancos de la iglesia, sobre todo el del Señor, que estrenaba dorado. Pero el Tiro cumplió su objetivo: salir. Tal es el peso de su patrimonio inmaterial (el pueblo, el barrio, sus gentes) que hay cofradías que no deben dejar de salir nunca, que tienen la obligación de apurar al máximo las posibilidades que ofrece la dichosa Aemet (qué palabro) para asomar aunque sea las imágenes a quienes mejor saben rezarles. A la hora de afrontar una tarde de Semana Santa color panza de burra hay que valorar muchos factores. Y así lo hizo la del Tiro de Línea. Por eso no se equivocó su hermano mayor.
la espera
Caía la lluvia a chuzos por los tejados del Corral del Conde cuando el hermano mayor de la Redención decidió hacer eso: apurar, esperar, aguantar. Mantener la esperanza de salir cuando el Polígono y el Tiro de Línea se han empapado tiene bastante mérito, tiene mucho de cofrade viejo que sabe mantener la calma cuando el cuerpo pide quizás abonarse a la posición más conservadora y ser víctima del síndrome de las fichas de dominó. La cofradía del antiguo barrio de Santiago se echó a la calle con el paso de misterio exornado con rosas rojas y con el palio de la Virgen del Rocío reformado. Ahora se mece menos. Lo hace de forma más elegante, sin perder la alegría, pero sin estridencia. Si el cura Eugenio Hernández Bastos, el inolvidable Don Eugenio, canónigo extremeño al que ayer glosaba Luis Carlos Peris con justicia en este periódico, viera su cofradía de la Redención con 1.100 nazarenos no daría crédito. La Redención salió y se llevó todo el eco mediático de la tarde. Seguro que le notará en la petición de solicitudes de nuevos hermanos así que pase la Semana Santa. Pasó por la carrera oficial con los nazarenos de dos en dos -al hacer uso del tiempo de paso de Santa Gemoveva- como siempre pasaban las cofradías antes de que la Semana Santa se convirtiera en algo similar al Tour de Francia. Por la noche, la cofradía aceleró el regreso por temor a nuevos chubascos. Las últimas chicotás del misterio fueron a la velocidad del rayo. La Virgen regresó por Cardenal Cervantes con la cadencia habitual. Por eso mismo, por el temor al caos que provoca la lluvia en una cofradía con cientos de niños, se quedó en casa la de San Gonzalo. Tampoco se podía permitir muchas prórrogas con una legión de nazarenos hacinados en el mercado y en todas las dependencias posibles. Y Santa Marta fue fiel a su caracter sobrio, a su forjada idiosincrasia, y no arriesgó lo más mínimo.
final amargo
La lluvia cruel, su majestad caprichosa y despiadada, permitió salir a los ruanes del día, la Vera-Cruz y las Penas, y a las dos cofradías finales de la jornada, las Aguas y el Museo. Cuando las cuatro estaban en la calle, volvieron los chubascos, con bastante fuerza en algunos sectores del centro. El palio de la Vera-Cruz, espléndido de lirios blancos, aguantó una manta de agua a los mismos pies de la rampla del Salvador. Pero la hermandad optó por la velocidad de mudá y siguió por la calle Cuna. El Museo se mojó de lleno en la carrera oficial. El Señor de Penas se libró del efecto de la repentina lluvia al estar en ese momento en el interior del templo. La Catedral se convirtió en refugio de tres cofradías en un corto periodo de tiempo.
Pasado un tiempo prudencial, las tres cofradías refugiadas en el templo metropolitano se marcharon a sus templos. Por la puerta de San Miguel salieron las Aguas y el Museo. Y las Penas por la Puerta de los Palos. Así lo decidió su majestad la lluvia. Cara y cruz. Sol y lluvia. Matices de una Semana Santa claroscura.
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