Rogelio Velasco
Simplificación administrativa
Los Estudiantes
El Martes Santo es un día ideal para ver cuatro cofradías en un radio de apenas un kilómetro. Si uno ve la salida de San Esteban o el paso de esta cofradía por la Alfalfa puede tomar un atajo para plantarse en la Plaza del Triunfo en cuestión de minutos. Abades, Cabeza del Rey Don Pedro, Bamberg, Levíes, Vírgenes... se convierten esta tarde en autopistas por las que los cofrades buscan el sitio idóneo para ver pasar tres hermandades seguidas: Los Estudiantes, el Cerro y Santa Cruz.
Y si uno se coloca en el lugar adecuado puede ver la llegada del Cristo de la Buena Muerte recortado entre las murallas del Real Alcázar, como en esa foto tan clásica que se repite cada año en la que lo único que varía es el color del monte. La foto de ayer lleva el morado de los lirios. La de antaño el rojo de los claveles. La de otras veces la mezcla de un friso de claveles bajo un monte de lirios. Igual da. La de ayer no tiene ese cielo azul clásico, sino un tono panza de burra que apenas deja entrever unos rayos de sol pero que permiten un contraluz imponente.
El momento es tan discreto que algún turista despistado que anda tomando fotos en el monumento a la Inmaculada se pierde el paso del crucificado, que en apenas unos segundos ya enfila al Postigo. El público cambia en cuanto se atraviesa el arco. De las familias con niños pequeños y carritos se pasa a una chavalería a la que este año le ha dado por esperar los pasos sentada en una sillita plegable y comiendo pipas.
Cada cáscara se clava en los pies de los centenares de penitentes descalzos que marchan tras el Cristo. Ninguno se inmuta. Ni los penitentes ni los comedores de pipas. Acaban una bolsa, abren otra, como en el fútbol. Y así van pasando los dolidos penitentes, que también se acaban.
También te puede interesar
Lo último
No hay comentarios