Mujer y Salud
La imagen y la autoexigencia
Observo con incredulidad a diario en Atención Primaria a jóvenes en torno a los 20 años que hacen consultas telefónicas sobre todo, pero también presenciales, por temores o necesidades creadas que no son problemas de salud sino más bien miedos infundados. Eso no sólo ocurre en las consultas diarias sino también en Urgencias, porque desde hace unos años hemos ido creando una cultura en nuestros menores de delegar responsabilidades y de no confiar en la intuición ni el sentido común, preguntando la más mínima duda sin tener en cuenta la función de un profesional ni de que ocupan una cita necesaria para un paciente real. Y cuidado con decirle algo… he llegado a atender a una madre que vino con su hija de 3 años porque se había metido la mano en la boca después de tocar el suelo en un parque preguntando si le podía pasar algo. No es broma. Pensé que era una cámara oculta, pero al ver que seguía preocupada, solo pude atinar a decirle con cariño “ahora lo que hay que hacer es lavarle las manos a la niña en su casa con jabón”. Me quedé impactada sinceramente, sobre todo porque la madre pasaba de largo la treintena.
Me preguntaban ayer si realmente la pandemia ha supuesto un fuerte incremento en la utilización de servicios sanitarios y mi opinión al respecto. Mi respuesta fue contundente en el SÍ y en los motivos identifico claramente dos: por un lado, el Covid nos ha colocado a todos durante un tiempo que parecía interminable en situación de vulnerabilidad enseñándonos la muerte ante nuestros ojos y la probabilidad de que llegara a nuestros familiares o a nosotros mismos aunque nos sintiéramos jóvenes y sanos, y por otro lado esa sensación de vulnerabilidad tenía un caldo de cultivo favorable para generar ahora el miedo social ante cualquier malestar o síntoma y tener que recurrir a un sistema sanitario ya sobrepasado.
Las características de los pacientes que acuden al sistema sanitario público español han sido el centro de atención de numerosas publicaciones. Influyen en esto aspectos como el lugar donde vive: si son núcleos rurales o urbanos y la distancia al centro sanitario, diferencias sociodemográficas como la situación laboral, la estructura familiar o si existe problemática social; los motivos de consulta: si son o no pacientes crónicos, si la asistencia es programada o urgente. Influye también la estructura y organización del centro sanitario, incluso el grado de confianza que se tenga con el profesional que nos atiende; influye hasta el tiempo, el día de la semana que sea y las franjas horarias, y por supuesto influye la retransmisión de eventos deportivos pues por todos son conocidas las vacías salas de espera durante importantes partidos de fútbol donde sólo atendemos lo verdaderamente urgente que no puede esperar. Pero hay una cosa que siempre ha sido foco de estudio y que con los cambios sociales que estamos viviendo se está convirtiendo en un verdadero problema de sostenibilidad del sistema como son las particularidades del paciente: su estado de salud, especialmente su percepción de enfermedad y las expectativas que tiene, pues estas características le hacen ser o no un paciente hiperfrecuentador.
Se define paciente hiperfrecuentador al que consulta más de doce veces al año, es decir, más de una consulta al mes. En Andalucía en 2022, 1.300.000 jóvenes de entre 12 y 19 años han consultado en atención primaria más de 12 veces al año, entre consultas de enfermería y medicina, casi el doble que la franja desde 25 años al final de la vida que incluye a las personas con patologías crónicas que son supuestamente los que más consultan en nuestro sistema. Son niños y adolescentes a los que se les ha traído a con frecuencia a un centro sanitario, adoptando ellos esa dinámica, incluyendo esas visitas en sus rutinas de vida sin percibir en esto un uso innecesario y abusivo de un sistema colapsado ya por la patología orgánica y el envejecimiento de la población. Un verdadero tsunami se nos viene encima, y si no analizamos esto y lo abordamos, tendremos un auténtico problema sanitario pues no habrá organización que lo aguante.
¿Qué está pasando? O ¿Qué estamos haciendo mal? En mi pequeña parcela de atención sanitaria, la percepción que tengo es que no estamos educando a nuestros hijos en la gestión del miedo y la incertidumbre, amén de que en este momento vital es difícil educar por las influencias sociales excesivas, la tecnología y las formas de comunicación, pero tenemos gran parte de responsabilidad en esto. Nuestros hijos viven en un mundo en donde tienen casi todo controlado, o ellos se creen, claro, pero es que ya nos encargamos nosotros de que no sufran demasiado. Es frecuente ver en las consultas a chicos mayores con sus madres que no sólo vienen a acompañarlos, sino que además hablan ellas sin dejar a su hijo expresarse, tratándolos como niños pequeños absolutamente dependientes. No siempre es así, desde luego, pero es más frecuente de lo que pensamos. He conocido el caso de una madre que fue a protestar al hospital por la comida que ponía a los profesionales, porque su hijo residente (un médico con lo que supone de edad y de formación) no podía soportarla. No sé si esto es de risa o de llanto, pero cuidad vuestras coronarias que esto es real y seguramente en nuestros entornos vayamos viendo cada vez más situaciones de este tipo.
Sin desviarme del tema y volviendo a la hiperfrecuentación, en el análisis del uso de las consultas de atención primaria es conocido que existe un grupo reducido de pacientes que consumen un porcentaje significativo de la atención prestada. El dato es impactante también pues en términos generales, se estima que el 10% de la población consume del 30 al 50% de las consultas en atención primaria. Otra barbaridad con un importante impacto económico, humano y social.
Es verdad que la hiperfrecuentación está condicionada por la morbilidad, orgánica y psicosocial, la sintomatología, el estado funcional y la calidad de vida, la percepción del estado de salud y factores socioeconómicos; la edad y el sexo… sin embargo, la utilización de recursos de salud no depende exclusivamente de la demanda iniciada por las personas usuarias, sino que es interesante conocer que los profesionales condicionan también, y en gran medida, el número de consultas consumidas puesto que tras la valoración inicial de la demanda, recae en mayor medida en los sanitarios pautar el número de controles que requiere y esto va asociado a las características personales del profesional, el estilo de atención que realice y de la relación profesional-paciente.
Y como siempre dedico esta columna a las peculiaridades o diferencias por género, tengo que confirmar por mi experiencia y por los estudios consultados, que en este grupo de usuarios de atención primaria que realiza un número elevado de consultas, hasta ahora se repite la premisa de que las mujeres utilizan más las consultas de enfermería y medicina que los hombres, interviniendo en esto factores como el rol de cuidadora, el mayor consumo de benzodiazepinas y nuestra capacidad de comunicar más nuestros problemas en general, aunque en esto siempre hay matices, personas y personalidades. Serán interesantes los estudios futuros que empiecen a valorar los cambios sociales y objetivar si esa cifra de adolescentes consulta por igual en función del género y de verdad estamos igualando roles.
Y digo yo… teniendo en cuenta que hemos sido tradicionales en seguir los buenos consejos de las abuelas cuando imperaba el sentido común, y que lo que se nos viene encima es cuanto menos preocupante, pues digo yo que sería una línea de trabajo a valorar formar en salud y en gestión del miedo/incertidumbre a estas generaciones, con el objetivo de cultivar la prevención y promoción de la salud. Es más, podemos usar la tecnología pues es su herramienta de comunicación y evidentemente con utilidad demostrada. Sería una inversión poco costosa y muy rentable para nuestro sistema sanitario y nos ayudaría a su sostenibilidad con el beneficio que supone para cada uno de nosotros. Nada menos.
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