Mujer y Salud
La imagen y la autoexigencia
Vuelvo con ánimo a estas líneas y con el encargo de un buen amigo para tratar un tema duro como es la soledad. Cuando me lo planteó no tuve el valor de preguntarle sus inquietudes, pero después de esta tribuna, tendremos motivos sobrados para abordarlo y filosofar de la vida como siempre con una visión positiva y de aprendizaje.
La realidad es que llevo tiempo observando en mis horas de trabajo asistencial y corroborándolo con lecturas y noticias médicas, que la sensación de soledad ha aumentado de forma angustiosa en la sociedad actual. Así que, con la intención de profundizar en el tema para encontrar explicaciones más concretas, he hecho una búsqueda más o menos estructurada para generar una reflexión en la medida de lo posible, desde esta columna.
Se define la soledad como la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, o como el sentimiento de tristeza o melancolía que se tiene por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo. La pérdida, esa es la palabra clave. Puede ser la pérdida de una etapa de la vida, un traslado de casa, la de unos compañeros de trabajo en un cambio, aunque sea a mejor, y por supuesto la pérdida más dura en la vida que es la de una persona querida. La pérdida en este caso y generalmente, la consideramos como la muerte propiamente dicha, pero también puede ser de forma figurada por descubrir que la persona que creías conocer no era tal y por tanto “ha muerto para ti” o porque una enfermedad la cambia tanto que realmente esa persona “desaparece”. Hay muchos tipos de pérdidas definidos que dejo referenciados en este enlace, porque sirve de conexión para hablar de cómo hemos evolucionado en la soledad y si realmente hay diferencias en la forma de afrontarlo entre hombre y mujeres, que es el objetivo de esta columna.
Teniendo en cuenta lo que hemos vivido con la pandemia y el confinamiento por Covid-19, y buscando matices sobre el comportamiento social previo, es necesario en primer lugar diferenciar entre soledad y aislamiento y conocer este interesante artículo que explica sus consecuencias en términos de salud. La soledad es la sensación de estar solo, es sentirse solo aunque estés acompañado físicamente, mientras que el aislamiento es una condición objetiva caracterizada por la falta de contacto con otras personas y la desvinculación de grupos y actividades sociales. Se suelen tratar de forma indistinta por los medios de comunicación y, sin embargo, se consideran términos psicosociales diferentes que están débilmente relacionados entre sí. Se puede estar solo y socialmente aislado, sentirse solo en comunidad y estar aislado pero no solo. Esto habría que releerlo unas cuantas veces para entenderlo, pero lo que sí requiere una reflexión con perspectiva es la confirmación de que ambos estados, tanto la soledad como el aislamiento están asociados con peor salud, teniendo un riesgo de mortalidad similar al del tabaquismo, el consumo de alcohol, la inactividad física y la obesidad, encontrando también en otros estudios relación con enfermedades cardiovasculares, demencia y deterioro cognitivo, empeoramiento de la ansiedad y síntomas depresivos.
El confinamiento supuso un cambio brusco de nuestra rutina con un aumento del teletrabajo, la educación a distancia y la desaparición de actividades sociales que contribuyeron al aislamiento emocional que ha sido determinante en el empeoramiento de la sensación de soledad, independientemente del género. Sin embargo, los estudios realizados sobre efectos psicológicos del confinamiento durante la pandemia, al contrario de lo que cabría esperar, aportan datos que confirman que las personas mayores han sufrido menores niveles de problemas de salud mental comparadas con jóvenes, incluso alguno de ellos encontró una asociación negativa entre edad cronológica y malestar psicológico y soledad, es decir, a mayor edad, menor sensación de soledad y sufrimiento.
Parece que no ha sido la edad cronológica en sí misma la que predecía el malestar psicológico y la soledad durante esta etapa vivida, sino que las autopercepciones negativas del envejecimiento son las que han obstaculizado el afrontamiento adecuado de las demandas asociadas a una situación como la del confinamiento debido a la Covid-19 y tienen un papel especialmente relevante para comprender el malestar psicológico. Vamos, que los que llevan peor cumplir años, tengan la edad que tengan, han vivido peor el confinamiento martirizándose con la idea de estar perdiendo vida y eso les ha supuesto mayor ansiedad de la que ya hemos vivido, y comparando grupos de edad, han sido los jóvenes los que peor lo han pasado, después los de mediana edad, y por último los mayores. Y respecto al aislamiento físico (que no la soledad), solo estuvo presente para las personas con alta preocupación por contagiarse de Covid-19, mientras que las personas con baja preocupación no lo experimentaron. Y me atrevería a decir, que eso también ha marcado el comportamiento posterior de esas personas respecto a las relaciones sociales, reapareciendo incluso en ocasiones, el miedo vivido.
La digitalización y el uso de las redes sociales y las tecnologías de la comunicación nos han permitido estar más conectados y poder mantener contacto con amigos y familiares en diferentes partes del mundo, y esto ha disminuido la sensación de soledad para algunas personas proporcionándoles un sentimiento de comunidad en línea. En cambio, los jóvenes, quizá porque ya la tenían demasiado incorporada a su vida, les ha hecho sufrir esa sensación de pérdida de eventos, de relaciones sociales, percepción de pérdida de vida al fin y al cabo, que es lo que ha disparado los síntomas de ansiedad entre ellos.
Pero esta vez, y eso que he empezado hablando de las diferentes formas de afrontamiento de la soledad, no me he centrado en las diferencias de género. Es así porque la relación entre género y soledad es un tema complejo y multifacético que puede estar influenciado por diversos factores y esas diferencias van asociadas a las conductas del ser humano, de buscar refugio en el entorno ante las dificultades y puede ser influenciada por normas culturales y por la percepción de las emociones. Las personas de género femenino a menudo tendemos a buscar más conexiones sociales ante las dificultades y a valorar las relaciones interpersonales, lo que podría reducir nuestra sensación de soledad, y los varones tienden más al aislamiento. Sin embargo, es necesario señalar que los estereotipos de género tradicionales pueden influir en cómo las personas experimentan y expresan la soledad y afectar a la forma en que buscamos apoyo emocional y social. Estas diferencias no se aplican a todas las personas y cada individuo experimenta la soledad de manera única. Además, los roles de género y las expectativas sociales están cambiando exponencialmente.
Por último, es interesante hablar de un término actual como es el fenómeno de "soledad acompañada” que es el que puede surgir cuando las personas están físicamente juntas, pero cada una está absorta en sus dispositivos digitales, lo que limita la calidad y la profundidad de las interacciones sociales.
Sería interesante, y yo diría necesario, utilizar el conocimiento derivado de esta pandemia de soledad para generar políticas sociales y profundizar en intervenciones que sean impactantes para redirigir el comportamiento humano hacia la prevención de la soledad, hacia el bienestar en las relaciones sociales, para devolvernos la confianza en el soporte que podemos dar a los demás y la importancia de la ayuda desinteresada, de lo que nos mueve como buenas personas y nos ilusiona para seguir luchando en el día a día. Quizá es una reflexión un poco utópica, pero yo sigo creyendo en las relaciones humanas y el sentido común.
La Dra. Carmen Jódar es Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria
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