Sonia Díaz Rois, experta en gestión de la ira: "A veces, la diferencia entre una pelea y un diálogo está en esperar a mañana"

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La mentora, coach y experta en gestión de la ira, Sonia Díaz Rois.
La mentora, coach y experta en gestión de la ira, Sonia Díaz Rois. / Sonia Díaz Rois

Es de noche, la casa está en silencio, los niños duermen, y finalmente tienes un momento para estar a solas con tu pareja. Pero lo que podría ser un espacio de descanso y conexión se convierte en una trampa emocional: una conversación se transforma en una discusión y, antes de darte cuenta, estás atrapado en un círculo de frustración y reproches. Es un escenario que muchos han vivido, y aunque parece que discutir en este momento es la única opción, la realidad es que las noches suelen ser el peor momento para gestionar conflictos.

El agotamiento acumulado, el estrés del día y la predisposición biológica a desconectarnos hacen que las discusiones nocturnas terminen, en la mayoría de los casos, sin soluciones reales, por lo que en lugar de encontrar las respuestas que buscamos, acabamos malinterpretando palabras, reaccionando impulsivamente y despertando al día siguiente con una sensación de desgaste emocional.

Entonces, ¿por qué discutir de noche suele acabar mal? ¿Cómo funciona nuestro cerebro en estos momentos y qué podemos hacer para gestionar mejor los conflictos en pareja? Entender estos mecanismos puede ayudarnos a transformar nuestras conversaciones y a evitar que el cansancio dicte el rumbo de nuestras emociones.

El cerebro agotado y su impacto en la discusión

Cuando la noche llega, nuestro cerebro entra en un "modo ahorro" que prioriza el descanso. Las funciones ejecutivas, aquellas que nos permiten razonar, controlar impulsos y gestionar emociones, comienzan a debilitarse. En este estado, la tolerancia se reduce, la paciencia se agota y es más probable que malinterpretemos lo que nuestra pareja nos dice. Así que lo que durante el día podría haberse resuelto con una conversación serena, por la noche se convierte en un conflicto innecesario.

Según la teoría del agotamiento del ego, nuestra capacidad de autocontrol se desgasta a lo largo del día. Tomamos decisiones constantemente, gestionamos emociones y afrontamos problemas. Al llegar la noche, ese control está al límite y cualquier desacuerdo puede convertirse en un detonante para una discusión impulsiva y desproporcionada.

El secuestro amigdalar: cuando la emoción toma el mando

La amígdala es la responsable de procesar emociones como el miedo y la ira y se vuelve más reactiva cuando estamos cansados. Esto puede derivar en un "secuestro amigdalar", un fenómeno en el que la parte racional de nuestro cerebro queda temporalmente inhabilitada, es decir, en plena discusión nocturna, nuestra capacidad de reflexionar se ve comprometida, favoreciendo respuestas impulsivas y cargadas de emoción.

Esto explica por qué muchas discusiones nocturnas no llevan a ningún lado y esto es debido a que según manifiesta Sonia Díaz Rois, "Durante una discusión nocturna, tu cerebro racional puede estar durmiendo antes que tú". Sin embargo, el emocional sigue en pie de guerra. Lo que en la mañana podría haberse tratado con calma, por la noche se convierte en un intercambio de frases hirientes que dejan heridas abiertas.

Estrés acumulado y ritmos circadianos

Si el día ha sido especialmente estresante, es probable que nuestro sistema nervioso simpático siga activado, generando una sensación de alerta que dificulta la conciliación del sueño y predispone a la confrontación. El estrés nos deja en un estado en el que cualquier pequeño problema parece una montaña insuperable. "El cansancio y el estrés son la receta perfecta para un secuestro emocional", apunta la experta en gestión de la ira.

A esto se suman los ritmos circadianos, que regulan nuestros niveles de energía y atención durante el día. No todos tenemos los mismos picos de rendimiento cognitivo a la misma hora, y conocer estos ciclos puede ser clave para elegir el momento adecuado para tratar temas delicados en pareja. Algunos funcionan mejor por la mañana, otros por la tarde, pero en general, la noche no es el mejor escenario para una discusión productiva.

Dormir: una estrategia para discutir mejor

Posponer una discusión no significa evitar el problema, sino darle el espacio que merece. Dormir no solo restaura el cuerpo, sino que también ayuda al cerebro a procesar emociones y reducir la intensidad de los recuerdos negativos. Durante la fase REM, el sueño actúa como un "terapeuta nocturno", permitiéndonos despertar con una perspectiva más calmada y racional.

Sin embargo, no todas las personas logran desconectar al dormir. Para algunos, el problema se convierte en un pensamiento recurrente que impide el descanso. En estos casos, puede ser útil escribir lo que sentimos antes de dormir o acordar con nuestra pareja que se hablará del tema al día siguiente. Algo tan sencillo como decir: 'Este tema es importante, pero ahora no es el momento adecuado; mañana lo hablamos con calma', puede marcar la diferencia.

La experta en gestión de la ira aclara que "dormir no es evitar, es prepararse para hablar mejor" y que "posponer no es negar el problema, sino darle el espacio que merece".

¿Cómo evitar discusiones nocturnas?

En lugar de caer en la trampa de las discusiones nocturnas, podemos adoptar estrategias que favorezcan un diálogo más constructivo. "A veces, la diferencia entre una pelea y un diálogo está en esperar a mañana", apunta Sonia Díaz Rois. A este respecto, nos da unas pautas para no caer en esas trampas:

  • Conocer los momentos más adecuados: Buscar espacios en los que ambos estén descansados y dispuestos a hablar con calma.
  • Evitar temas sensibles por la noche: Si una conversación se está tornando tensa, proponer aplazarla en lugar de insistir en resolverla en el peor momento.
  • Practicar la regulación emocional: Respirar profundamente, escribir lo que sentimos o tomarnos unos minutos antes de responder pueden evitar reacciones impulsivas.
  • Respetar el estado emocional del otro: Entender que el cansancio puede hacer que una persona no esté en condiciones de hablar con claridad y paciencia.

Saber cuándo hablar es tan importante como saber qué decir. Elegir el momento adecuado para discutir puede cambiar por completo el tono de una conversación y evitar que un pequeño desacuerdo termine convirtiéndose en una batalla emocional sin sentido. A veces, la mejor decisión no es seguir discutiendo, sino esperar a mañana para encontrar una solución juntos.

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