Los peligros de la moda de 'comer placenta', la tendencia de las 'celebrities'
No existe una evidencia científica sólida que muestre estos supuestos beneficios en la salud materna
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Tom Cruise, Kim Kardashian, EvaLuna Montaner, Jennifer López, January Jones...; todos ellos son nombres más que conocidos en el plano social y del núcleo de los súper famosos. Más allá de sus apellidos o su profesión, las celebridades son conocidas por su estilo de vida y algunas de sus excentricidades. Entre ellas, hace años surgió una corriente que pareció triunfar entre este selecto panorama: los placentófagos. Dicho en otras palabras, comerse la placenta del feto tras el parto.
Sin duda, la placentofagia —que así es como se llama esta rara experiencia culinaria— no es apta para todos los bolsillos. Convertir en cápsulas una placenta puede costar hasta 400 euros y, para ello, hay que cocer, deshidratar y moler este órgano. Y aunque el consumo de la placenta se ha recomendado por lo menos desde el año 1500 —en la antigua China se mezclaba con la leche humana como un antídoto para el agotamiento—, ha habido un resurgimiento en la práctica en las últimas décadas, y especialmente en los últimos años, en Estados Unidos, Canadá y Europa.
Según algunos estudios, esta práctica es beneficiosa para la salud de la madre, pues aporta gran cantidad de vitaminas y nutrientes, además de contribuir a la lactancia, a sobrellevar de mejor manera el postparto, entre otras cosas. De hecho, Sabemos de su gran contenido en ácido hialurónico y colágeno, ampliamente utilizado en cosméticos antiedad. Y hay ensayos exitosos aplicando sus células madre para regenerar el hígado y combatir el cáncer de mama. Sin embargo, los especialistas advierten de los posibles problemas de salud que puede generar este antiguo hábito que se ha vuelto tan popular en Hollywood.
La opinión de los expertos
Mientras que sus defensores le atribuyen propiedades como un aumento de la energía, mejora del estado de ánimo, mayor producción de leche materna y una recuperación post-parto más rápida, todo esto apoyado en la teoría de que otros mamíferos en la naturaleza lo hacen. Y pese a que muchas madres aseguran haber superado la depresión post-parto gracias a esta práctica, numerosos expertos aseguran que no se ha encontrado ninguna evidencia científica sólida sobre los beneficios de la placentofagia, acto de comer la placenta cruda, cocida o en forma de píldora.
Los investigadores afirman que, en la realización de varios estudios, tampoco se ha podido respaldar que protegiera contra la depresión,depresión el dolor después del parto y la deficiencia de hierro o que aumentara los niveles de energía, la lactancia materna, el vínculo madre-hijo o la elasticidad de la piel.
Además, su elaboración puede no ser segura si no se filtran adecuadamente los residuos, además de nutrientes, ya que también se pueden pasar enfermedades o infecciones al bebé a través de la lactancia. Asimismo, una placenta contiene hierro, pero no el suficiente como para tratar un anemia, y también hormonas sexuales: estradiol y progesterona. Sin embargo, tener altos niveles de estrógenos en sangre en los primeros días tras el parto se ha relacionado con efectos negativos sobre la lactancia.
Por otro lado, no se ha analizado cuánto tiempo duran esas supuestas cualidades de la placenta. Se dice que está cargada de prostaglandinas y oxitocina, pero no qué cantidad por gramo, si se mantienen intactas horas después del alumbramiento, ni cuál debería ser la posología para lograr los beneficios deseados.
En lo que refiere a esta práctica, en Europa hay disparidad legal. En Francia, por ejemplo, está prohibido. Tras el parto deja de ser propiedad de la madre y, o se destruye como material de riesgo biológico o se emplea para la investigación, previa autorización escrita. En España existe un vacío legal al respecto. No se ha solventado porque la sociedad aún no lo demanda.
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