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La radiación ionizante es un tipo de energía que liberan los átomos en forma de ondas electromagnéticas (rayos gamma o rayos X) o partículas (partículas alfa y beta o neutrones). La desintegración espontánea de los átomos se denomina radiactividad, y la energía excedente emitida es una forma de radiación ionizante. Los elementos inestables que se desintegran y emiten radiación ionizante se denominan radionúclidos, así define la Organización Mundial de la Salud qué es la radiación ionizante.
Aunque parezca increíble el ser humano se expone a lo largo de toda su vida a este tipo de radiaciones y un uso prolongado puede tener efectos negativos para salud. La mayor parte de la radiación que recibe cada persona es tanto de origen natural como aparatos creados por el ser humano.
La detección de un exceso de este tipo de radiación en los iPhone 12 de Apple es lo que ha llevado a las autoridades francesas a retirar cautelarmente de la venta este modelo de teléfono en el país, algo que la organización de consumidores Facua, también ha solicitado para España.
Existe la radiación natural que se encuentra en los rayos cósmicos y que dependiendo de la localización geográfica donde se encuentre cada uno puede ser superior o inferior. El 80% de la dosis anual de radiación de fondo que recibe una persona procede de fuentes de radiación naturales, terrestres y cósmicas. En algunos lugares, puede ser más de 200 veces superior a la media mundial.
La exposición de las personas a las radiaciones ionizantes puede producirse en distintas circunstancias: en el hogar o en lugares públicos (exposición pública), en el lugar de trabajo (exposición ocupacional) o en un centro médico (exposición médica). Además, esta exposición puede ocurrir por vía interna o externa.
La exposición interna se produce cuando un radionúclido es inhalado, ingerido o entra de algún otro modo en el torrente circulatorio (por ejemplo, a través de una inyección o un herida). La exposición interna cesa cuando el radionúclido se elimina del organismo, ya sea espontáneamente (por ejemplo, en los excrementos) o gracias a un tratamiento.
En cuanto a la exposición externa, se puede producir cuando el material radiactivo presente en el aire (en forma de polvo, líquido o aerosol) se deposita sobre la piel o la ropa. Generalmente, este tipo de material radiactivo se puede eliminar del cuerpo simplemente lavándose.
Además, pueden producirse irradiaciones procedentes de fuentes externas, por ejemplo, al hacerse una radiografía. Esta irradiación se evita blindando su fuente y al salir del campo de irradiación.
El uso médico de radiaciones abarca el 98% de la dosis que recibe la población procedente de aparatos creados por el ser humano y el 20% de su exposición total. Cada año se realizan en el mundo más de 4200 millones de pruebas diagnósticas radiológicas, 40 millones de pruebas de medicina nuclear y 8,5 millones de tratamientos con radioterapia.
El daño que la radiación pueda provocar en una persona dependerá de la dosis que haya recibido, ésta se expresa en una unidad llamada gray (Gy), además también dependerá de la sensibilidad de cada órgano y tejido en el que se haya producido la radiación.
Si la dosis de radiación es baja o la exposición a ella tiene lugar durante un periodo prolongado (es decir, si la tasa de dosis es baja), el riesgo es considerablemente inferior porque hay más probabilidades de que se reparen los daños. No obstante, sigue existiendo un riesgo de sufrir efectos a largo plazo, como la catarata o el cáncer, que pueden tardar años, o incluso decenios, en aparecer. Si bien no siempre aparecen efectos de este tipo, la probabilidad de que se produzcan es proporcional a la dosis de radiación. El riesgo es mayor para los niños y adolescentes, pues son mucho más vulnerables a la radiación que los adultos.
Los estudios epidemiológicos realizados a poblaciones expuestas a la radiación, como los supervivientes de bombas atómicas o los pacientes sometidos a radioterapia, han mostrado que el riesgo de cáncer aumenta significativamente con las dosis superiores a 100 mSv. De hecho, en estudios epidemiológicos más recientes efectuados a pacientes expuestos por motivos médicos durante la infancia (por ejemplo, a tomografías computarizadas) se ha observado que el riesgo de cáncer puede aumentar incluso con dosis más bajas (entre 50 y 100 mSv).
La radiación ionizante puede producir daños cerebrales en el feto tras la exposición prenatal aguda a dosis superiores a 100 mSv entre las 8 y las 15 semanas de gestación y a 200 mSv entre las semanas 16 y 25. En cambio, en los estudios en humanos no se ha demostrado que la exposición a la radiación antes de la octava semana o después de la semana 25 afecte al desarrollo cerebral del feto. Los estudios epidemiológicos indican que el riesgo de cáncer tras la exposición fetal a la radiación es similar al que conlleva la exposición en la primera infancia.
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