¿Cómo influye en el sueño tener un mal funcionamiento de la microbiota intestinal?
Investigación y Tecnología
Yamile Zabana (médico especialista en aparato digestivo): "No dormir bien puede empeorar la salud intestinal, creando un ciclo en el que ambos aspectos se afectan mutuamente"
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El eje intestino-cerebro es un vínculo esencial que forma una red bidireccional de comunicación la cual conecta el sistema nervioso central con el sistema nervioso entérico del intestino. Esta comunicación ocurre a través de señales neuronales, hormonales e inmunológicas, y la microbiota intestinal desempeña un papel central en este eje, por lo que la alteración de la microbiota intestinal puede influir en la calidad de nuestro sueño y en cómo dormimos.
Yamile Zabana, médico de aparato digestivo y coordinadora de la Unidad de Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) del Hospital Universitari Mútua Terrassa (Barcelona), en declaraciones a nuestra sección de salud y bienestar del Diario de Sevilla, cuenta que "el intestino y el cerebro están conectados a través del llamado eje intestino-cerebro, un sistema de comunicación bidireccional que regula diversos procesos en nuestro cuerpo, incluido el sueño".
Lo que sucede es que la microbiota intestinal participa en la producción de neurotransmisores como la serotonina, que es fundamental para la regulación del sueño, ya que está relacionada con la producción de melatonina, la hormona que controla los ciclos de sueño y vigilia. "Cuando la microbiota está desequilibrada", prosigue Zabana, "puede afectar estos procesos y provocar dificultades para dormir, insomnio o sueño de mala calidad".
Impacto de la disbiosis intestinal en el sueño
Cuando hay un desequilibrio en la microbiota intestinal, conocido como disbiosis, se desencadenan una serie de procesos que pueden alterar el sueño. "La inflamación intestinal o los desequilibrios en la microbiota pueden aumentar los niveles de estrés y ansiedad, lo que también tiene un impacto directo en el sueño", afirma la médico especialista en el aparato digestivo. "Por otro lado", continúa Zabana, "no dormir bien puede empeorar la salud intestinal, creando un ciclo en el que ambos aspectos se afectan mutuamente".
Las investigaciones han demostrado que los cambios en la composición bacteriana del intestino pueden afectar la producción de neurotransmisores clave como la serotonina, que no solo regula el estado de ánimo, sino también el ciclo de sueño-vigilia. Aproximadamente el 90% de la serotonina del cuerpo se produce en el intestino, y una disbiosis puede disminuir su disponibilidad, afectando la síntesis de melatonina, una hormona clave para inducir el sueño.
Por otro lado, la disbiosis puede generar inflamación crónica de bajo grado, aumentando los niveles de citoquinas proinflamatorias como la interleucina-6 (IL-6) y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α). Estas moléculas inflamatorias cruzan la barrera hematoencefálica y alteran la actividad cerebral, interrumpiendo los patrones normales de sueño.
El impacto en el sueño
Un estudio publicado en Frontiers in Psychiatry en 2019 demostró que ratones con microbiota alterada presentaban patrones de sueño fragmentados y menos tiempo en sueño de ondas lentas, crucial para la recuperación física y cognitiva. De manera similar, un análisis en humanos mostró que aquellos con disbiosis intestinal mayor tenían riesgo de sufrir insomnio y despertares nocturnos frecuentes.
Además, la dieta es un factor clave en la composición de la microbiota intestinal, por lo que ingerir alimentos que sean ricos en en grasas y azúcares, nos va a desequilibrar la microbiota y, como consecuencia, peor calidad del sueño. Sin embargo, las dietas ricas en fibra y prebióticos parecen favorecer una microbiota más saludable y una mejor calidad de sueño, según estudios publicados en Nature Communications.
El mal funcionamiento de la microbiota intestinal puede tener un impacto significativo en el sueño a través de mecanismos neuroquímicos, hormonales e inflamatorios, por lo que tenemos que promover, en la medida de lo posible, una salud general óptima la cual se puede conseguir con una dieta rica en fibras, prebióticos y probióticos, evitando alimentos ultraprocesados y gestionando el estrés, que también influye en la microbiota.
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