La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Psicología
Cada vez con mayor celeridad, los jóvenes de todo el mundo se abren hueco en el poderoso mundo de internet. Un universo en el que podemos encontrar todo tipo de contenido, desde el más educativo hasta el más dañino e intrusivo a nivel psicológico. El avance tecnológico está disparando cada día más el acceso a todo tipo de webs y temáticas. Una de ellas, la pornografía, comienza a ser un problema por el cada vez más temprano acceso a sus portales. Y aunque cabe destacar que la pornografía,en su justa medida y a la edad adecuada, puede reducir el estrés, aumentar los niveles de fantasía y de permitir la autoexploración, también puede provocar secuelas y distorsiones negativas en la vida real. ¿Cómo puede influir en la mente de un niño o adolescente?, ¿puede provocar efectos negativos en sus relaciones futuras? Los expertos nos dan la respuesta.
La edad media en que los adolescentes se inician en el consumo de pornografía son los 14 años en el caso de los hombres y los 16 en las mujeres; sin embargo, al menos uno de cada cuatro varones ha comenzado a visualizar este tipo de material antes de los 13 y se observa que la edad a la que se comienza a consumir se ha adelantado a los 8 años.
Las características de los vídeos pornográficos disparan la plasticidad, que es la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse tras una experiencia determinada. Se trata de unas células cerebrales que se activan cuando el individuo lleva a cabo una acción, pero también cuando observa esa misma acción elaborada por otra persona.
El cerebro responda a la estimulación sexual liberando dopamina, un neurotransmisor asociado principalmente a la anticipación de recompensa que actúa también en la programación de recuerdos e información en el cerebro.Esto significa que cuando el cuerpo quiere volver a experimentar esta sensación, sea cual sea la fuente origen, el cerebro recuerda lo que debe hacer para obtener el mismo placer que en ocasiones anteriores.
Esta desconexión entre lo que desean y lo que les gusta es una de las características distintivas de la desregulación del circuito de recompensa.
La pornografía confirma los roles sexuales convencionales, ofreciendo una imagen estereotipada de hombres y mujeres (cosificación de la mujer), esto puede influir más adelante en las expectativas y actitudes hacia la práctica sexual de las y los adolescentes.
De hecho, varios estudios han demostrado que cuanto más joven era un hombre al consumir por primera vez pornografía, más probable es que quiera tener poder sobre las mujeres. Esto podría deberse, según señalan expertos, a que estos vídeos reducen a la mujer a objeto sexual disponible para el hombre, ya que "se silencia el deseo femenino y todo empieza y acaba con la erección masculina''.
Basarse en los comportamientos sexuales observados en la pornografía puede conducir a la frustración ya que están fundamentados en expectativas irreales. Esta tesitura provoca que se desarrollen este tipo de sensaciones cuando no consiguen imitar las prácticas de los vídeos pornográficos en la vida real o en la calidad de las relaciones sexuales, debido a que el cuerpo se puede acostumbrar al uso de pornografía.
Asimismo, pueden sentirse frustrados o inseguros con su propio cuerpo o el de su pareja sexual. Esto sucede debido a ciertos patrones de belleza y cuerpos esculpidos que se muestran en algunos de estos vídeos, que también generan expectativas irreales.
La desensibilización de nuestro circuito de recompensa sienta las bases para el desarrollo de disfunciones sexuales, pero las repercusiones van más allá.
La persona que consume pornografía desconoce de todas estas consecuencias a largo plazo, más aún si se trata de niños o jóvenes, simplemente empieza por recreación, o como una manera disfuncional de gestionar tristeza y/o ansiedad, poco a poco se van enganchando, hasta ir volviéndose dependientes de la pornografía online.
El consumo excesivo de porno o su visionado a muy corta edad puede provocar incapacidad para conseguir erecciones o para alcanzar el orgasmo al mantener relaciones con otra personas en el futuro. Como hemos mencionado, las prácticas y expectativas irreales que se establecen, pueden conducir a la insatisfacción sexual en la vida real.
Los estudios elaborados demuestran que las alteraciones en la transmisión de dopamina pueden facilitar la depresión y la ansiedad. Los resultados obtenidos indican que los consumidores de pornografía manifiestan más síntomas depresivos, una menor calidad de vida y una salud mental más pobre que aquellos que no ven porno.
El mecanismo imitador del cerebro indica que nos vemos influenciados automáticamente por todo aquello que percibimos, por lo que cabe la posibilidad de que exista un mecanismo neurobiológico que contagie la conducta violenta.
Sexo sin preservativo o presencia de violencia abierta con estrangulamientos o fuertes golpes, son algunos de los contenidos o prácticas de 'riesgo' presentes en este tipo de vídeos que pueden normalizarse en las futuras relaciones sexuales.
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