Secuelas psicológicas que pueden causar las discusiones de los padres en los hijos
Psicología
La forma en la que se resulven los conflictos o la intensidad de los mismos, serán factores determinantes en el desarrollo emocional adulto de los hijos
Señales de que tu hijo padece un trastorno de alimentación
Complejo de inferioridad: Por qué se produce y herramientas para combatirlo
En la infancia, la estabilidad familiar garantiza la estabilidad emocional. Y no estamos hablando solo de la violencia desmedida o un núcleo familiar distante. En ocasiones, simplemente, los desacuerdos de pareja se resuelven gritando, insultándose mutuamente e hiriendo al otro. Estas actitudes que están más extendidas de lo que cabría imaginar, tienen una víctima silenciosa en todo el proceso: los hijos. La conflictividad entre padres puede influir negativamente en la adaptación social de los hijos tanto en términos de conducta como de estabilidad afectiva, dependiendo de la intensidad, frecuencia y exposición a estos acontecimientos. Pero, ¿cuáles son las secuelas más frecuentes?, y ¿cómo identificar si esta circunstancia es la raíz del problema? Los expertos dan las claves.
Secuelas psicológicas
Los niños que viven en entornos familiares donde son habituales las discusiones no resueltas o las peleas, tienen un elevado riesgo de padecer trastornos emocionales profundos. Asimismo, se puede traducir en secuelas físicas y del desarrollo. Entre las secuelas más comunes están:
- Baja autoestima
- Inseguridad
- Fracaso escolar
- Frustración
- Depresión
- Ansiedad
- Irritabilidad
- Agresividad
- Miedos recurrentes
- Aumento de la frecuencia cardíaca
- Retrasos en el desarrollo del cerebro (falta de concentración)
- Alteraciones de sueño y alimentación
- Tics
Comportamientos imitados
La imitación va más allá del plano del habla y cuando los niños ven a sus padres relacionarse entre sí, fijan un punto de referencia para su propio futuro. Más aún si estas enseñanzas vienen de sus referentes primarios.
El primer problema aparece a la hora de resolver los conflictos. No lo harán de una forma afectiva, educada o respetuosa con el otro. Lo hará siguiendo un ejemplo donde prima las discusiones violentas e incluso las faltas de respeto. Por tanto, las herramientas para resolver situaciones conflictivas y la gestión emocional serán deficientes.
Además, según varios estudios realizados entre más de 2000 jóvenes en la Universidad de Cambridge, los hijos de padres que discutían a menudo tenían una mayor tendencia a padecer trastornos por hiperactividad, depresión, bipolaridad o esquizofrenia.
En este sentido, el autocontrol también puede verse limitado. La explosividad, los impulsos, la irascibilidad o el poco control de la ira, son factores que pueden influir en su comunicación en pareja, en el trabajo o en entornos sociales. Asimismo, les costará aceptar normas o trabajar en equipo. Aceptar la opinión contraria del otro, trabajar bajo presión o tener una figura autoritaria, puede desencadenar situaciones a las que no sepan enfrentarse o gestionar de manera moderada.
Cabe destacar, eso sí, que las discusiones además de naturales son muy sanas. Ahora bien, el punto de inflexión se encuentra en las formas y la manera de resolverlos. Esto marcará también la diferencia en el futuro de los hijos y su comportamiento adulto. Que los hijos vean discusiones entre sus padres puede ser positivo siempre y cuando estas sean de intensidad moderada y terminen en un acuerdo. De este modo, los niños sí que pueden aprender a manejar el arrepentimiento y la negociación.
No hay comentarios