“La pandemia mostró el impacto de la soledad en las UCIS”

Entrevista / Dr. José Miguel Pérez Villares, presidente de la SAMIUC

Tras asumir un rol crucial ante el Covid-19, los médicos intensivistas quieren sanar cicatrices del personal y humanizar los cuidados en las UCI andaluzas

El Dr. Pérez Villares preside Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias y es especialista en el Hospital Virgen de las Nieves, en Granada.
El Dr. Pérez Villares preside Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias y es especialista en el Hospital Virgen de las Nieves, en Granada. / Archivo

Además de presidir desde hace un mes la Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias (Semiuc), el Dr. José Miguel Pérez Villares es jefe de Medicina Intensiva del Hospital Virgen de las Nieves, en Granada.

-Se ha propuesto promover la formación, como no puede ser de otra manera en una sociedad científica, pero también quiere contribuir a solucionar problemas asistenciales. ¿Cuáles considera prioritarios ?

-El primer objetivo son nuestros profesionales, tanto los médicos especialistas como el personal de enfermería que trabaja en las unidades de cuidados intensivos. Durante la pandemia dieron todo. Es un colectivo que ha salido de esta batalla con cicatrices físicas y emocionales, y eso no se cura en semanas ni en meses. Tras el periodo de aplausos y agradecimientos, la realidad es que las condiciones laborales no han mejorado respecto a antes del COVID. Durante la pandemia y un tiempo después, gracias a fondos europeos, se reforzaron plantillas y recursos. Pero cuando esos fondos desaparecieron, volvimos a la situación anterior solo que ahora con el personal exhausto.

"Debemos facilitar la presencia de la familia siempre que sea posible, sobre todo en etapas finales de vida”

-¿Las lecciones aprendidas de la pandemia es una frase manida?

-Se habló mucho de aprender lecciones, pero la verdad es que han sido pocas. Por ejemplo, en el reciente congreso se presentó un libro, Cuaderno de Bitácora, escrito por un intensivista andaluz. Es una recopilación de experiencias vividas durante la pandemia. No pretende ser un éxito editorial; su objetivo es que los jefes de servicio y supervisores de enfermería tengamos un ejemplar. No se lo enviamos a políticos ni a gestores: nos lo enviamos entre nosotros, porque sabemos que, si vuelve a ocurrir algo similar, seremos nosotros los que tiraremos del carro.

-Hablando de los profesionales, ¿qué medidas proponéis para mejorar su situación?

-Hay dos aspectos clave: número y estabilidad. El número es importante porque garantiza la seguridad del paciente. Si hay menos personal del recomendado para atender a pacientes críticos, la calidad de la atención se resiente. La estabilidad también es esencial. El especialista en Medicina Intensiva se forma durante cinco años y está preparado para cualquier escenario. Pero en enfermería no existe una especialidad oficial en cuidados intensivos. Los profesionales aprenden en el propio entorno de la UCI. Es un sinsentido formar a alguien y luego perderlo por falta de contratos estables. Desde la sociedad científica hemos desarrollado un proyecto de acreditación basado en módulos teórico-prácticos (respiración asistida, manejo de ECMO, hemofiltración, ecografía, etc.). Queremos que, quien los complete, sea reconocido como especialista en enfermería intensiva. Lo ideal sería que esta acreditación tuviera valor en las bolsas de empleo, y que se priorizara a estos profesionales en las contrataciones.

-En el congreso en el que fue elegido hablaron de humanización de la atención, y en concreto, la integración de las familias en los cuidados.

-La pandemia nos enseñó el impacto de la soledad en los pacientes críticos. El aislamiento afectó especialmente en esos momentos. Incluso cuando el paciente está sedado, la familia sufre al no poder estar presente. Y cuando mejora, su acompañamiento resulta fundamental para la recuperación. Es cierto que hay condicionantes logísticos, pero debemos facilitar su presencia siempre que sea posible, especialmente en etapas finales de vida, o en situaciones especiales (menores, discapacidad, donantes de órganos…). También aprendimos a utilizar medios como tablets o móviles para mantener ese contacto. Y medidas sencillas —como poner un reloj en la pared o permitir el acceso a una televisión— ayudan a reducir la desorientación y el delirio, y por tanto, la necesidad de medicación. Pero te diré algo: la mejor medida de humanización es tener la proporción adecuada de personal. Solo así una enfermera puede sentarse, hablar, coger la mano de un paciente. Sin eso, todo lo demás queda limitado.

"En la gestión, es un sinsentido formar a alguien y luego perderlo por falta de contratos estables”

-¿Y en cuanto a recursos tecnológicos que soléis emplear? ¿Hay aspectos que consideréis prioritarios?

El gran tema pendiente es contar con un sistema de información clínica común para todas las UCI andaluzas. Hoy seguimos apuntando datos en papel: temperatura, frecuencia cardiaca, balance de líquidos… cuando todo esto podría integrarse automáticamente. Hay comunidades que ya han implementado sistemas informáticos completos, y nos permitirían no solo mejorar la gestión sino también comparar resultados, hacer benchmarking, o gestionar antibióticos a nivel regional.

-¿Cuál cree que es la percepción social de su especialidad?

-Nuestra especialidad es poco conocida. A menudo se confunde al intensivista con un internista, o se piensa que en la UCI atienden el cardiólogo, el cirujano o el anestesista según el caso. Pero desde 1974 existe en España la especialidad de Medicina Intensiva: cinco años de formación para atender a cualquier paciente grave, sea del corazón, del cerebro, por una infección, un traumatismo o una intervención quirúrgica. Las UCI no son solo tecnología; son personas luchando por otras personas.

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