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La migraña afecta aproximadamente al 12% de la población, con una prevalencia que asciende al 18% en las mujeres. Esta condición es la segunda causa principal de años vividos con discapacidad a nivel mundial, y su impacto económico se traduce en la pérdida de más de 13 millones de jornadas laborales anuales en España, generando costos indirectos de aproximadamente 1.000 millones de euros al año, según se ha puesto de manifiesto en el encuentro Migraña, en cada capítulo de la vida, organizado por Lundbeck.
La doctora Sonia Santos Lasaosa, neuróloga del Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza, destacó que, aunque la prevalencia es similar en ambos sexos en la infancia, las mujeres experimentan un aumento significativo a partir de los 30 años, en relación con la fluctuación hormonal a lo largo de su ciclo vital. “Factores como la menstruación, la ovulación y los cambios hormonales en el climaterio y la menopausia juegan un papel importante como desencadenantes de la migraña, afectando hasta al 78% de las mujeres”, explica.
Uno de los aspectos críticos señalados por la doctora Santos es la necesidad de una mayor implicación de los diferentes niveles asistenciales y el fortalecimiento de las Unidades especializadas en cefaleas. Menos del 3,5% de los pacientes en España reciben tratamiento con anticuerpos monoclonales, una de las innovaciones terapéuticas en el abordaje de esta patología. Además, un tercio de los pacientes no responde al tratamiento estándar, y no todos obtienen beneficios de la llamada terapia de precisión. Santos hace hincapié en la importancia de la educación del paciente, el reconocimiento de los factores desencadenantes y la adherencia al tratamiento como pilares para mejorar la calidad de vida de los afectados.
Por su parte, el Dr. Pablo Irimia, coordinador del grupo de cefaleas de la Sociedad Española de Neurología y neurólogo en la Clínica Universitaria de Navarra, hace hincapié en la complejidad del abordaje de la migraña en la infancia.
La enfermedad afecta a entre el 7% y el 9% de la población infantil y adolescente, convirtiéndose en la primera causa neurológica de discapacidad entre los 5 y 19 años. Esta dolencia, que a menudo se invisibiliza, impacta profundamente en la vida de los jóvenes, afectando su rendimiento académico, aumentando las ausencias escolares y dificultando su integración social. “Es común que el dolor se cuestione, lo que genera un sentimiento de culpa y frustración en los pacientes”, subrayó.
Entre los principales factores desencadenantes, el Dr. Irimia mencionó la falta de sueño, el estrés, la deshidratación y los horarios irregulares. Además, enfatizó la importancia de la prevención de la obesidad y la identificación de comorbilidades como la epilepsia, trastornos del sueño y ansiedad, que pueden agravar la condición.
El diagnóstico de la migraña en jóvenes presenta retos particulares, pues la duración de las crisis suele ser más breve y los síntomas pueden diferir de los observados en adultos. Las crisis tienden a ser bilaterales y opresivas, con una duración a veces inferior a las dos horas. “Es fundamental la realización de una historia clínica completa que incluya antecedentes familiares y evaluación del contexto social del adolescente”, añadió Irimia, recordando que solo el 20% de los pacientes que acuden a consulta reciben un diagnóstico adecuado de migraña.
Otro grupo de población complejo es la tercera edad. Según el doctor Rogelio Leira, jefe de la Unidad de Cefalea del Hospital de Santiago de Compostela, el diagnóstico en esta población es complejo debido a la presencia de comorbilidades y la necesidad de excluir otras causas de cefalea. Los tratamientos deben ser administrados con precaución por los riesgos cardiovasculares y otras condiciones asociadas a la edad. Además, destacó que las evidencias sobre la efectividad de los nuevos fármacos son limitadas, ya que esta franja etaria rara vez participa en ensayos clínicos.
Marina González, de la Asociación Española de Migraña y Cefalea (Aemice), empezó a manifestar síntomas de migraña desde los seis años, con episodios de vómitos, dolor abdominal y cefaleas tan intensas que la llevaban al servicio de urgencias. No fue sino hasta los 14 años que un viaje de estudios y el testimonio de una compañera le dieron las pistas necesarias para entender que lo que sufría podía ser migraña, pudo consultar a un neurólogo y recibir un diagnóstico. Sin embargo, la solución no fue inmediata. “Me dijeron que era muy joven para los tratamientos preventivos y que solo podía tomar calmantes que, según ellos, tampoco funcionarían”. La migraña afectó profundamente su vida académica. “A pesar de tener un expediente brillante, la frecuencia de las crisis me obligaba a faltar a clases y a visitas médicas constantes para obtener justificantes. En bachillerato, la cantidad de faltas hizo que los profesores sugirieran que cursara el bachillerato nocturno o a distancia”, explica.
El estigma asociado a la migraña acompaña a los pacientes casi toda la vida durante años. Marina recuerda cómo incluso inventaba excusas como gripes o gastroenteritis para justificar sus ausencias, ya que “decir que tenía migraña no siempre era creíble”. Esta incomprensión también se extendía a las relaciones personales y al entorno laboral. “He trabajado en sitios donde mis jefes eran comprensivos porque también sufrían migraña, pero aún así, hubo momentos en los que tuve que dejar el empleo porque no podía seguir el ritmo”. Hace diez años, la situación de Marina mejoró al comenzar un tratamiento preventivo y con la llegada de nuevas opciones terapéuticas logró reducir significativamente la cantidad de crisis, pasando de hasta casi 20 episodios al mes a solo entre 3 y 5.
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